Primer botón de muestra: ´”Tras mantener varias reuniones con las distintas partes implicadas, se ha decidido anular la corrida de toros de la Feria de Septiembre. Esta circunstancia es debida a la grave situación económica y financiera que sufre el Ayuntamiento, y tras conocer el informe de la Tesorería Municipal del pasado día 11 de agosto de 2011, el Equipo de Gobierno se ha visto obligado a suspender el festejo taurino previsto para la Feria de septiembre”. Esta es la explicación oficial dada por el Ayuntamiento de la localidad cordobesa de Cabra para explicar por qué que ha tenido que suspender la corrida de toros que se iba a celebrar con motivo de las fiestas patronales.
Segundo botón de muestra: En las fiestas de Pozuelo de Alarcón (Madrid), donde otros años se han dado hasta tres corridas de toros y con carteles muy dignos, en 2011 se programan cuatro espectáculos: una novillada con picadores con toreros que son del grupo C, otra sin caballos, una becerrada popular y un espectáculo de recortes.
Son dos ejemplos de una realidad que a lo largo de la temporada se viene repitiendo en muchas localidades, en las que la presencia de un espectáculo taurino ha sido tradicionalmente pieza fundamental de sus fiestas. Pero la crisis aprieta y los números no cuadran.
Y se comprende. En una población que necesite una plaza portátil organizar una modesta corrida de toros exige recaudar en taquilla por lo menos 70.000 euros, incluido el 18% de IVA. Si eso lo dividimos entre, más o menos, 2.000 localidades de pago, obliga a el precio medio de las localidades se acerque a los 40 euros, lo mismo que cuesta un tendido de sombra en Madrid. Sin cifras inalcanzables, si el Ayuntamiento correspondiente no subvenciona el espectáculo y de paso pone gratis total su banda de música.
La organización taurina, incluso entre modestos, se ha disparado de tal forma, que está trayendo como consecuencia la suspensión o la reducción de espectáculos, una consecuencia muy negativa para la Fiesta, en la medida que entorpece lo que ha sido esencial a lo largo de la historia: sus raíces populares.
Pero los números no engañan. Organizar una corrida de toros, sobre la base de una ganadería que no sea precisamente de primera línea y con diestros del Grupo C, se va por encima de los 60.000 euros, si nos atenemos a los mínimos legales. De esta cantidad casi el 70% corresponde a los gastos propiamente taurinos: toros y toreros y el 30% restante a los que podríamos llamar los gastos generales y administrativos, incluidos los correspondientes a la instalación de una enfermería móvil.
Si lo que se decide es montar una novillada con caballos, siempre moviéndonos en el mismo nivel, los gastos pasan de los 40.000 euros: casi 15.000 para gastos generales y administrativos y el resto para los novillos y los toreros. A esa suma le añadimos el IVA –en este caso, en tipo reducido– a recaudar de los espectadores, nos plantamos con una cosa y contra en los 50.000 euros.
Si se acude la fórmula, que se ha hecho tan habitual, de organizar un Festival con picadores –en este caso, no benéfico–, los gastos se mantienen en niveles similares a los de una corrida de toros, si lo que lidian son cuatreños, y bajan algo si son utreros.
Pero si lo que se decide es montar una novillada sin picadores, el presupuesto no baja de los 30.000 euros de gastos totales, contando que entre los erales y los aspirantes no cobren más allá de los 20.000 euros.
Pero, alternativamente, si se conforman con una becerrada para aficionados locales, nos acercamos a los 8.000 euros de gastos finales, dando por sentado que los improvisados toreros no cobran ni los gastos y únicamente hay que pagar los honorarios del llamado director de lidia.
Y todo ello, en cualquier de las modalidades que se elija, sin contar con el beneficio empresarial que debe corresponder a quien se responsabiliza de la organización.
En unas circunstancias como las actuales, con estos presupuestos son muchos los Ayuntamientos que no pueden pensar en una programación taurina, como hacían hasta ahora. Es cierto que hubo una etapa de vacas gordas en la que hasta en cualquier pueblo perdido de la geografía veíamos anunciados incluso a toreros del Grupo Especial. Un despropósito, se mire por donde se mire.
¿Cómo se salva la situación? Hasta ahora, se salvaba porque las corporaciones locales pagaban una subvención al empresario, para que las cuentas le cuadraran. Si esto no esa posible, incluso cuando lo era, si miramos a la picaresca desgraciadamente tan habitual, se soluciona por la vía del 33% que deben pagar a cada uno de los novilleros si quieren torear. Y en otros casos, pagando por debajo de los mínimos legales, de forma que al torero no le queda ni para tomar café al término de su actuación.
Resulta obvio que si la primera de las soluciones no es hoy en día viable, porque las arcas municipales tienen más que nada telarañas, la segunda solución, en cualquiera de sus dos opciones, resultan inaceptables.
Por eso, aprovechando la sensibilización general que deberá provocar la incorporación al ministerio de Cultura, el conjunto de profesionales –empresarios, ganaderos, toreros– debieran plantearse una solución estable a este problema. No se trata tan sólo, que ya sería importante, de mantener la presencia popular de la Fiesta; se trata también de garantizar que todo ese camino de preparación de las nuevas generaciones taurinas tenga alguna viabilidad. Las formulas pueden ser muy diversas; desde destinar a estos fines una parte del beneficio de las grandes ferias –incluidos los derechos de TV–, hasta la búsqueda de apoyos institucionales. Pero cualquiera sea la que se decida, para ser eficaces deben contar con el apoyo de todos los estamos; por eso, son ellos los que deben decidir qué camino hay que tomar.
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