PAMPLONA. Ultima de feria. Lleno. Toros de Antonio y Eduardo Miura, bien presentados, de escaso juego y con poca fuerza; el mejor, el que cerraba plaza, pero también fue noble pero sin clase el 2º. Javier Castaño (de blanco y oro), silencio y silencio. Luís Bolívar (de blanco y plata), una oreja y ovación tras un aviso. Esaú Fernández (de blanco y oro con cabos negros), silencio y silencio.
Todo llega a su fin. Los sanfermines 2014, también. Los mozos, con su “pobre de mí”, ya empiezan a contar los días para que llegue el 7 de julio de 2015. La verdad sea dicha: salvo el respiro que nos dieron el 2º y el 6º, por el resto cuanto antes llegaran los cánticos de la despedida mejor, porque libraba al personal de la modorra y el aburrimiento de una tarde torista, que luego resultó menos torista. Nada que ver con la viveza que demostraron en el encierro. Y por cierto, ese salinero que respondía por “Olivito”, que tanto peligro creó en la calle Estafeta, luego resultó que era el más toreable del conjunto, por nobleza y por recorrido.
La corrida cantaba ya en su conformación que era miureña. Unos con más gaita que otros, pero todos armados con el trapío que esta Casa trae siempre a Pamplona. Luego en su juego dejó bastante que desear. No salió ese toro de peligro declarado, ante el que ponerse delante roza lo heroico; pero, en cambio, abundaron los claudicantes y sin clase alguna. Tuvo su punto de nobleza el 2º, aunque no derrochara precisamente clase, y se destapó como el más bonancible el ya citado “Olivito”.
Ni el que abrió plaza, ni luego el 4º tuvieron ese mínimo de poder que necesita un toro para desarrollar lo que lleva dentro. Entre continuadas claudicaciones, la labor de Javier Castaño necesariamente tuvo que ser gris. Sin agobios, sobrado de oficio, el salmantino liquidó su lote sin problemas. Lo que podía hacer. Por cierto, sin mucha convicción.
Luís Bolívar no se dejó escapar a su primero, ante el que supo aprovechar, con firmeza, las posibilidades que le ofrecía. Y así sacó partido del viaje que por inercia tenía el miureño, especialmente por el pitón izquierdo, dejando incluso momentos estéticos. Luego cuando pasó a exigirle por abajo, el animal se vino a menos. Se entregó a la hora de matar, saliendo cogido espectacularmente en el trance; por fortuna, sin mayor daño que la paliza y el vestido hecho trizas, tanto que el resto de la tarde utilizó el pantalón de un monosabio. Una actuación de tensión, que le permitió cortar una oreja.
Parecía que el 5º, con algo más de viaje, iba facilitar las cosas. Ilusión no cumplida. Y eso que Bolívar estuvo inteligente tratando de enseñarle a ir hacia delante, pero el de Zahariche no quería aprender, sino que cada vez iba a más deslucido. Sin embargo, el colombiano supo poner sobre el tapete lo que le faltaba al toro y hasta dejó un espadazo entrando a ley, pero que luego requirió de un descabello y el triunfo mayor se quedó una ovación cerrada.
Aunque de primera se fuera a la puerta de toriles, Esaú Fernández no se confió nunca con el tercero de la tarde, que a mayores males acabó siendo andarín. La conexión toro-torero nunca fue posible. Con el 6º, que cerraba feria, el sevillano no dejó ir su mejor condición y hasta llegó a completar series templadas y reunidas. Faltaba algo de más continuidad en todo el trasteo, quizá por eso no terminó de remontar. En los finales, trató de llegar al tendido, pero el cierre con la espada fue casi un naufragio. Una buena ocasión perdida para tomar vuelo.
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