La colección del Centro de Asuntos Taurinos se enriquece con dos ensayos sobre Marcial Lalanda

por | 11 Ene 2018 | Literatura taurina

Un año más, el Centro de Asuntos Taurinos de Madrid continúa enriqueciendo su particular biblioteca taurina, con los fondos editoriales de su Biblioteca “José María de Cossío”. Ya es el cuarto volumen de esta colección. Y como en años anteriores, mantiene un excelente nivel de interés. Ahora se trata de la reedición de dos trabajos, de firmas reconocidas, sobre la figura del gran Marcial Lalanda.

La primera se titula escuetamente “Marcial Lalanda” y fue escrita por “Uno al sesgo” en 1921 para la colección “Los ases del toreo”, de Ediciones Alfa; la segunda vio la luz 20 años después, se trata de la obra de “Don Ventura” y se titula “La historia taurina de Marcial Lalanda”, editada también por E. Alfa y que vio la luz en 1942. Ambas responde al estilo de la época, cuando abundaban dentro la literatura taurina las biografías y a los análisis de cada temporada. Podría decirse que el historiar la vida de Lalanda un autor toma el testigo del otro para ofrecernos así un detallado perfil de toda su vida torera.

El ensayo de “Uno al sesgo” comprende la etapa de Marcial como toreo joven y novedoso; podría decirse que presenta en sociedad al diestro de Vaciamadrid. El trabajo de “Don Ventura”, en cambio, valora ya toda la trayectoria de este torero, desde su llegada a los ruedos hasta su retirada.

La colección

Esta iniciativa editorial se inauguró con una trilogía interesantísima, formada por El arte de Torear”, la célebre conferencia de Domingo Ortega en el Ateneo de Madrid;  de "La Fiesta de toros", de José de la Tixera, y de "Belmonte, el misterioso", de Francisco Gómez Hidalgo. Tres trabajos que, teniendo tanto interés, no están fácilmente al alcance de los aficionados.

En el pasado año, el cuarto volumen de la  colección se dirigió a la efeméride fundamental de aquella temporada: los 100 años del nacimiento de “Manolete”. Muy oportunamente se eligió “Gloria y tragedia de Manolete”, un trabajo firmado por Guzmán de Alfarache (Enrique Vila, en la vida civil) y publicado por la Editorial Católica en 1947.

Los autores

Un al sesgo” era el seudónimo taurómaco que utilizaba el alicantino, luego afincado en Barcelona,  Tomás Orts-Ramos (1866-1963), uno de los revisteros taurinos más fecundos de la primera mitad del siglo pasado, que donó al toreo una amplísima bibliografía, que por su valor aún hoy continúa reeditándose: desde la biografía de “Pedro Basauri, Pedrucho de Eibar” hasta “El arte de ver los toros”.

Por su parte la firma de “Don Ventura” corresponde al aragonés Ventura Bagüés Nasarre de Letona (Huesca, 1880-Barcelona, 1973), un reconocido periodista y conferenciante, que dedicó muchas horas de trabajo a la investigación y el estudio, entre cuya sobras pasó a la historia la titulada “Efemérides Taurinas”, editada en 1928, pero también “Escritores taurinos españoles del siglo XIX", “De cabeza a rabo” y “Domingo Ortega, el torero de la armonía”. 

Se da la circunstancia de que ambos escritores, que emprendieron no pocas iniciativas periodísticas taurinas juntos, era muy buenos conocedores de la personalidad de Marcial Lalanda, como el mismo atestiguó años más tarde.

►►Prólogo del profesor González Soriano

Pero para conocer la dimensión de este ensayo , nada mejor que el estudio que, como prólogo, realiza el profesor de la Universidad Complutense  José Miguel González Soriano, que se encarga de la  Biblioteca “José María de Cossío”, en la plaza de Las Ventas. El texto de este prólogo es el siguiente:

Marcial, eres el más grande, se ve que eres madrileño”. Así reza el famosísimo pasodoble que compusieran Porras y Domingo al torero Marcial Lalanda, si no el más grande, una de las mayores figuras del pasado siglo por su inteligencia, capacidad técnica, conocimiento del toro y contrastada fuerza de voluntad. Calificado desde sus inicios como el “joven maestro”, Marcial había llegado a la Fiesta por su padre, vaquero de reses bravas, comenzando muy pronto a torear en público junto a su primo Pablo. Tras una fulgurante trayectoria novilleril, triunfando desde el concepto gallista  –su gran ídolo– de poder y dominio sobre los astados, Lalanda tomaría la alternativa en Sevilla el 28 de septiembre de 1921, recién cumplidos los dieciocho años, con Juan Belmonte de padrino y “Chicuelo” de testigo. Tiene una tarde lucida y termina la temporada con media docena de actuaciones que lo colocan en inmejorable posición de cara a la siguiente, su primera completa como matador de toros.

Con semejante expectación, ya durante aquel invierno surgirían las primeras publicaciones monográficas acerca de su figura: algunas muy encomiásticas –tal vez interesadas– como el folleto publicado por Gabirondo, Los nuevos doctores: Marcial Lalanda, su vida y su arte, con ilustraciones de Ricardo Marín; y otras más ecuánimes y ponderadas, como la semblanza que Tomás Orts y Ramos (“Uno al Sesgo”) le dedicara dentro de su famosa colección “Los ases del toreo”, iniciada el año anterior y que, en etapas sucesivas, prolongaría su existencia hasta 1931. Nacido en Benidorm en 1866, era ya Orts uno de los más veteranos –y reputados– críticos taurinos y un fecundo memorialista, autor de numerosos anuarios, series biográficas y libros de recuerdos, además de novelista, traductor literario y miembro generacional del llamado “98”, presente junto a Valle-Inclán el día en que este perdió su brazo izquierdo, a resultas de una disputa con el también escritor Manuel Bueno[1]. En su folleto sobre Marcial, comenzaba “Uno al Sesgo” por advertir que “no yo soy amigo de Marcial ni con él he hablado siquiera una sola vez en mi vida, porque un tanto alejado de la crítica activa, ni él ha sentido la necesidad de mi amistad ni yo el deseo de la suya”.

Reafirmada así su imparcialidad, Orts señalaba seguidamente cómo, desde la primera vez que había visto actuar al joven novillero en Barcelona, había encontrado en él “…algo de Joselito”, reminiscencias del diestro de Gelves tanto en su forma de torear como en su escuela, que “me hicieron concebir esperanzas grandísimas en el muchachito aquel, espigadillo, mimbreño, de cara inteligente”, unas expectativas corroboradas al poco por el flamante doctor, de quien “Uno al Sesgo” resaltaba su personalidad en el ruedo, sin esa afectación “que muchas veces degenera en amaneramiento en Granero por ejemplo”; y sus conocimientos técnicos, que le llevaban a considerarlo –incluso– un torero “artista” en el sentido de artífice en la perfecta ejecución de las suertes, más allá de la estética. No obstante, no dejaba el escrupuloso crítico de advertir que “para su edad y el tiempo que lleva de torero, sabe cuanto se puede saber; pero no sabe todo lo que se necesita para salir airoso todas las tardes y con todos los enemigos”; y le conminaba a profundizar en el aprendizaje de su oficio para ser también “un gran torero en esta época tan favorable para quien, reuniendo sus aptitudes, se lo proponga”.

Lo cierto es que Lalanda lideraría el escalafón en aquella temporada siguiente de 1922, consolidándose como figura cimera de la tauromaquia en años posteriores; y en una ampliación de su opúsculo sobre el espada madrileño, publicada en 1926 dentro de la misma serie de “Los ases del toreo”, Orts aseguraba: “Todo lo que antecede, lector, fue escrito en diciembre de 1921, y no tengo que quitar, hoy día de la fecha, ni una tilde; que añadir sí”, y no era sino su consideración de Marcial como “el mejor torero de los actuales”. En apoyo a sus afirmaciones, había incluido “Uno al Sesgo” diversas opiniones de críticos como, entre otros, Ventura Bagüés (“Don Ventura”), amigo “…al que por inteligente y sincero acudo con frecuencia”. Oscense afincado en Barcelona, nacido en Torralba de Aragón en 1880, era Bagüés en gran medida discípulo y continuador de la labor tauromáquica y memorialista de Tomás Orts, como este mismo reconocía, implícitamente, en su obra A los cuarenta y tantos años de ver toros:

De cuando en cuando recibo la visita de algún que otro compañero de los que suelen pasar por Barcelona, y creyendo darles un rato de gusto, en mi afán de hacerles agradable la visita, les enseño mi biblioteca taurómaca, unos 800 títulos y unos 300 periódicos de diversas épocas, reunido todo a fuerza de dinero y paciencia. Pues bien, ni uno solo, a excepción de Don Ventura, mi querido colaborador Ventura Bagüés, revela el menor interés, ni la menor curiosidad, a pesar de lo interesante y curioso que poseo[2].

Juntos redactaron, entre 1924 y 1927, el anuario taurino titulado Toros y Toreros; y por mediación de Orts, publicaría Bagüés en la editorial Lux, de Barcelona, su obra quizá más conocida, Efemérides taurinas (1928), compilación de trabajos aparecidos en cabeceras tales como El Nervión y El Eco Taurino. Muerto Uno al Sesgo” en 1939, “Don Ventura” daba a la estampa tres años después, en 1942, la Historia taurina de Marcial Lalanda, con motivo de la retirada del torero de Vaciamadrid tras veintiuna temporadas en activo; un folleto en cuya redacción debió de tener muy presente el recuerdo de su maestro y amigo, partidario reconocido del toreo de Marcial. De manera sucinta, Bagüés –que fue quien bautizó como “la mariposa” al famoso quite inventado por Marcial– repasa la trayectoria profesional de un diestro del que destaca, ante todo, su capacidad para estar siempre en primera fila y sin desfallecer durante dos décadas seguidas. Taurinamente, junto a diversas estadísticas –en sí mismas evidentes– “Don Ventura” señala como principales cualidades toreras de Lalanda su largo repertorio capotero, facilidad con los rehiletes y el dominio con la muleta, con “esa faena tan suya, de patrón puramente personal, comenzada con dos pases de rodillas y tres, cuatro o más pases naturales por bajo con la zurda (toreo en redondo) ligados con el de pecho”, además de su eficacia con el estoque.

Ya en su vejez, comentaba Marcial Lalanda a Andrés Amorós cómo “supieron entender bien mi toreo Buenaventura Bagüés (Don Ventura), Tomás Orts Ramos (Uno al Sesgo) y varios más[3]… Ahora, cuando este pasado mes de octubre se han cumplido 75 años de su despedida de los ruedos, en la Plaza de Toros de Las Ventas, nada mejor para recordar su figura que volver a leer seguidos aquellos dos textos de los dos grandes críticos: el primero, testimonio de la ilusión del buen aficionado por lo pueda llegar a alcanzar un torero prometedor en ciernes; y el segundo, balance retrospectivo de la significación de quien alcanzó a ser, sin discusión, uno de los más grandes en la historia de la tauromaquia. “Lo dijimos ya –concluía “Don Ventura”– actuando de profetas, cuando tomó la alternativa –varias crónicas nuestras de hace veintiún años lo prueban así– y el tiempo ha venido a demostrar el acierto de tales vaticinios”.

[1] Como él mismo relataría en Uno al Sesgo, A los cuarenta y tantos años de ver toros. Recuerdos, reflexiones y cosas por el estilo de un aficionado, Barcelona, Lux, 1926, pp. 73-77.
[2] Uno al Sesgo, op. cit., p. 117.
[3] Marcial Lalanda y Andrés Amorós, La tauromaquia de Marcial Lalanda, Madrid, Espasa-Calpe, 1987, p. 202 (col. La Tauromaquia; 11).

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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