En una tertulia con sabor añejo, un grupo de buenos aficionados comentaba con socarronería que cada día que hay toros lo único seguro es que la Casa Matilla estará por medio y será de los únicos que tienen garantizado beneficios. “Si no es el empresario –venían a decir–, será porque ha colocado en el cartel a alguno de sus toreros, o porque lidia una corrida de sus hierros, o porque ha intermediado en la compraventa de la corrida que se lidie”.
Más allá de tratarse de un comentario crítico, lo que querían destacar es que los Matilla han sabido diversificar sus actividades profesionales, de forma que hoy tocan a todos los palos que conforman la Fiesta. Como decía uno de los presentes: “sólo les falta formar una banda de música y llevarla de plaza en plaza”.
Y en efecto, los hermanos García Jiménez han llegado a la gestión del negocio taurino con unos aires nuevos, con capacidad para tener una visión hasta ahora poco usual y, de paso, con el elogiable propósito de formar bastante poco ruido. Con lo cual, nada de lo que puedan ganar, se les regala. Es fruto de una fórmula nueva de entender todo este hermoso barullo que es el toreo.
De hecho, en bastante poco tiempo han irrumpido en un mundo tan cerrado y hoy constituyen uno de los polos principales en torno a los que gira la Fiesta. Y todo ello sin levantar las suspicacias que otros colegas arrastran muy a su pesar. Y todo eso no se consigue vendiendo exclusivamente la burbuja de la gaseosa, hay que dar mucho más.
El caso de los carteles de Sevilla es bien emblemático de todo ello. En un serial que históricamente siempre ha tenido muchas peculiaridades, sólo en lo que se refiere a sus toreros, los han colocado bien a todos. Poner en lugar preferente a José María Manzanares tiene un valor menor: el alicantino está en tal momento que bien se puede decir que se contrata sólo, a base de haber sabido hacerse indispensable. Pero colocar a dos tardes y en la semana buena de la feria, a Juan José Padilla y a El Fandi, tiene mérito, por más que el pobre serial de la Maestranza venga afectado por la doble crisis: la económica y la audiovisual.
Lo cierto es que ninguno de estos dos toreros habrían soñado tal cosa. Tienen, desde luego, su público fiel y ejercen la profesión con honradez y constancia: no engañan a nadie, a su estilo y a su aire, cada tarde salen a ofrecer todo lo que tienen. En este duro oficio, la novedad dura lo que se dice diez minutos; por eso, el que se mantiene durante años es porque ofrece algo que el público quiere ver. Hay que reconocerles, en fin, sus valores. Pero eso es una cosa y otra bien distinta aparecer por duplicado en la semana de los farolillos de Sevilla.
El diseño de la campaña de Padilla
Sin embargo, hay un punto que nos levanta dudas. Aunque solo se comente soto voce, la realidad es que se está pasando por alto la estrategia que los Matilla han diseñado para la vuelta a los ruedos de Juan José Padilla, después de su desgraciada cornada de Zaragoza. Aunque sólo sea por el respeto que merece la trayectoria honrada de este torero, es lógico que en los albores de la temporada sea incluso recomendable mirar un poco hacia otro lado.
Pero ahí están ya la feria de Olivenza, y detrás Valencia y Sevilla, esperando al torero de Jerez. Desde luego hay que reconocerle su fortaleza de ánimo y la firmeza de su vocación. Pero uno es deudor de su propia historia. Y hasta ahora, ésta se escribía lidiando con enorme dignidad todas las camadas duras que se anunciaban en las ferias; en ese escenario se le medía desde el tendido. Ahora, en cambio, se anuncia en carteles VIP, con las ganaderías usuales en estos casos, que constituye un escenario taurino radicalmente diferente. Y quienes se sientan en el tendido esperan otra cosa muy diferente de aquello que intuían para las tardes de las gentes esforzadas en luchar contra las dificultades.
No sólo para el torero, sino también para el conjunto de la Fiesta, sería muy bueno que Padilla se adaptara a esta nueva situación y que fuera capaz de llevar a cabo esta transformación profunda de bastante más que su imagen taurina. Sin embargo, esta es una incógnita que no se despeja hasta que sale el toro; desde los despachos no se consigue.
Se dirá que el apoderado ha trazado una estrategia que, al menos en el inicio de la temporada, al torero le va a proporcionar unas posibilidades tanto económicas como profesionales muy ventajosas. Pero eso no resulta –no puede serlo– independiente de sus propias circunstancias personales. Sería una absoluta falta de respeto hacia su trayectoria, considerar que tratan de rentabilizar una desgracia: si el torero vuelve a los ruedos, superando tanta adversidad, es porque su vocación es más fuerte que cualquier otra cosa.
Precisamente porque es así, parece bastante probable que hubiera resultado más prudente que sus mentores midieran un poco más finamente las circunstancias. Incluso para quien cumple el digno y usual papel de ir de primero, una vez hecho el paseíllo y de recibir la ovación que se merece, quienes se sientan en el tendido no andan precisamente con más romanticismo que los indispensables, pero distinguiendo siempre entre lo que se ha hecho bien y lo que no. Con lo cual, si el torero no responde a lo que esperaba de él, y más cuando se ha querido crear tanta expectación, estará quemando sus naves de forma precipitada.
De ahí que la prudencia aconsejara ir un poco más paso a paso, no darse de golpe el fuerte atracón de las primeras ferias, que quitan y que dan; sino ir con tino midiendo poco a poco las posibilidades reales. En el toreo se dan los milagros, desde luego; pero no tanto como para jugarse todo a una carta; una estrategia más pausada y menos comprometida a lo mejor hubiera resultado mucho más oportuna.
Debe ser muy bonito verse anunciado, y bien, en las primeras ferias grandes. Lo que ocurre es que en la Fiesta lo que de verdad vale, lo que permite construir una trayectoria sólida, es el día después. Para ese día después, hay que desearle lo mejor al torero, como a todos sus compañeros.
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