La segunda corrida benéfica de la temporada, la del Montepío de la Policía, tuvo el mismo ritmo y parecido rumbo que la primera en lo de la Plaza llena y en los triunfos toreros. Y si no se lograron mayores, fué porque no los facilitaron los tan traídos y llevados toros de los herederos de Galache; que ni tuvieron presentación tan escasa como se decía, ni salieron tan bravos y manejables como se esperaba. Una corrida terciada que se agotó en seguida.
El cartel, sobre el éxito flamante de “Lítri” y Aparicio, ofrecía la interesante novedad de la alternativa de Antonio Ordóñez, reciente su triunfo enorme en la primera novillada de la Feria de San Isidro, que sin duda le animó a no demorar su ingreso en el escalafón de matadores de toros. Si acertó o no al elegir el momento, es cosa, sobre la que no cabe dar de barato un juicio. En la historia del toreo hay antecedentes para todo; desde las figuras que llegaron por sus pasos muy contados, hasta las que ganaron el doctorado —caso Domingo Ortega— con muy pocas, novilladas a la espalda. .
Lo que de Antonio Ordóñez si puede asegurarse es que aptitudes y conocimientos no le faltan. Está, ¡ay!, ya lejana la fecha en que el maestro Gregorio Corrochano alentaba a Cayetano Ordóñez, el “Niño de la Palma”, a raíz de una novillada en Sevilla, diciéndole: “La Fiesta será lo que tú quieras que sea”. Remedando tales palabras, nos atreveriíamos a dirigir a Antonio Ordóñez estas otras: “Tú, muchacho, serás en el toreo lo que tú mismo quieras ser; de tu decisión depende.”
DOS TOROS POCO LUCIDOS
Ninguno de los dos toros que le correspondieron a Antonio Ordóñez en la tarde de su alternativa le dieron mucho margen para el lucimiento. El primero se agotó en los primeros pases y el sexto, de tan huido, acabó peligroso; pero el nuevo matador, que estuvo en los dos desafortunado con el estoque, no puso un coraje decisivo hasta la faena de muleta de final de la corrida, cuando la brillantez no era ya posible y la atención del público andaba desviada para sus compañeros de terna. Lo mejor que hizo Ordóñez en su primero fueron unos pases ayudados por bajo, modelos de temple y de mando, que se aplaudieron. Eran el tanteo de la faena que se aguardaba; pero ésta no cuajó porque en los pases que dió con la izquierda, cerrados con el de pecho, ya se vió que el toro no iba. Intentó luego con la derecha, sin que tampoco lograra ligar, y Ordóñez se decidió a matar, en lo que ya decimos que tardó. El juicio quedó expectante. La faena al sexto, si no lucida, fué francamente buena. Ordóñez tiró del toro con maestría y con ahinco, aguantando, impávido, alguna que otra tarascada. Porfió una y otra vez, adelantando la muleta por si lograba que el do Calache se encelara. Si esta vez, en que el público estaba de nuevo con él, acierta con la estocada, los aplausos que sonaron prolongadamente cuando Ordóñez abandonaba la Plaza hubieran sellado un triunfo indiscutible. Pero hubo de entrar a matar varias voces y el conjunto desmereció.
Temporada tiene aún Ordóñez por delante para consolidar la posición eminente que apuntó en aquella novillada primera de la Feria de San Isidro. Si de ahí arrancó su decisión de hacerse matador, de toros, en ella ha de hacer hincapié para superarla.
COMO TORERO DE MADRID
Madrid no suele hacer exageradas concesiones a los toreros nacidos en su suelo. Puede ocurrir que en Madrid vivan menos madrileños que naturales de otros lugares de España, o que en la gran ciudad se diluya ese sentimiento íntimo de admiración que le llevó al poeta Fernández Ardavin a exaltar “las ventajas de ser de pueblo”. Lo cierto es que Julio Aparicio, torero madrileño, debe poco en sus actuaciones a la gracia, al favor, y sí a sus merecimientos. Sus triunfos, como el conseguido en la corrida de la Policía, y en su primer toro, no son obra de una corriente favorable, sino producto del arte en que alcanzó maestría. Esta fué la clave de la faena que realizó en el segundo toro de la corrida, así que Antonio Ordóñez verificó el cumplimiento de devolverle los trastos de matar. Aparicio, que había toreado muy bien y sosegadamente con el capote, aprovechó el lado izquierdo bueno que tenía el de Galache y por ahí desarrolló una labor estimabilísima a base de tandas de naturales con la izquierda, sin soluciones de continuidad, en el centro del ruedo y en círculo cada vez mis apretado. Una bella teoría de faena llevada a la práctica con pulso, con fundamento y con elegancia. Luego la prolongó empleando la mano derecha, obligando primero y aguantando después, ya desengañado y dominado el toro, con el que para final se adornó en buena medida y sin perder la línea armónica de una de las labores más completas y profundas que ha realizado en las Ventas. Agarró una buena estocada, hubo unánime petición de oreja,y con ella en la mano, en medio del asentimiento general dió, satisfecho él y satisfechos los espectadores, la vuelta al ruedo. Continuaba así Aparicio el impulso ascensional iniciado en la corrida de la Beneficencia.
Su segundo toro, al que se protestó por si era o no era cojo, pero que en definitiva era manso, llegó al último tercio defendiéndose. Aparicio lo lidió como las figuras del toreo han lidiado esta clase de toros: con discreción y con brevedad. Nota, en último término, de buen lidiador que no se encastilla en buscar lucimiento donde no lo hay. Así se lo consideró el público.
“LITRI”, O EL DESENLACE DEL DRAMA
Hemos escrito al comenzar el “suceso” “Litri”, por si al emplear un término equivalente, como el del “fenómeno “Litri”, esta palabra se entendía como calificación directa del torero y no del hecho que el torero de Huelva ha producido, y que es al que queremos referirnos. En la corrida del pasado jueves, “Litri” volvió a triunfar de manera rotunda; volvió a estremecer a los espectadores con sus arranques y sus alardes de valor extraordinario; volvió a cortar orejas —dos en el primer toro suyo y una en el quinto— y volvió a salir en hombros. Para “Litri”. y aquí sí que sobra toda discusión, está todo resuelto y bien resuelto. Parece innecesario añadir un elogio más a los que ya vuelan con aire dé leyenda por espacios más amplios y hasta alejadísimos del ámbito taurino. Cabrá la controversia, y hasta será necesaria para hacer más sólido el pedestal de su fama acerca de uno u otro estilo, del toreo lento o del toreo rápido; pero lo que ya nadie podrá dejar de reconocer es el hecho, el suceso, el fenómeno que “Litri”, de manera explosiva, ha provocado.
La razón habrá que buscarla en la manera como “Litri” “hace presente el riesgo” en el drama indudable que es la lidia del toro por el hombre. Es la incertidumbre ante un desenlace de ese drama; que, en otros toreros, los espectadores estiman consecuencia lógica, casi prevista, de la técnica y del dominio. Basta para pensar en ello contemplar en una de estas tardes triunfales, arrebatadoras, de Miguel Báez el aspecto de los tendidos, o simplemente observar una fotografía, como las que publicamos en estas páginas, de esos momentos en que el torero agudiza las situaciones, a cuerpo limpio, bien arrodillándose de espaldas al toro o acostándose, como ocurrió el jueves, ante él. Muchas mujeres se tapan la cara con las manos, muchos hombres las elevan a lo alto y otros saltan sobre las gradas, mientras los demás aguardan con atención anhelante a que pase el momento de peligro.
Esa fuerza tremendamente emocional de hacer viva la presencia del riesgo es lo que sitúa a “Litri” en un puesto de excepción. En la corrida de la Policía se repitió el alboroto, el escándalo de la de Beneficencia. Porque su primer toro, poco picado a petición del matador, llegó pronto, aunque con la cabeza alta, a la muleta; pero al quinto había que arrancarle los pases a puro de cruzarse, de exponer, antes el cuerpo vestido de color claro que la mancha del trapo rojo. Así lo hizo “Litri” una y otra vez. Tantas, que por alargar esta segunda faena, aun entrando con su buen estilo de siempre, no mató pronto, y aun después de haberlo hecho por tres o cuatro veces, hubo de recurrir al descabello. Pudiera decirse que al público no le importaba esto demasiado, si las pausas servían para nuevos pases y para nuevos enardecimientos. Así, cuando el toro cayó, le fué concedida una oreja, como antes le habían concedido las dos al rematar a su primero de una estocada magniífica tras un pinchazo en hueso.
Acabada la corrida, tremante mientras toreaba de muleta “Litri”, con sus naturales citando desde lejos, y sus molinetes de rodillas y sus manoletinas mirando al tendido, el de Huelva salió en hombros y a la calle. Que aunque parezca una misma cosa, es distinta. Hay toreros que salen en hombros; pero ya fuera, la calle apaga prontamente el eco de los aplausos. Para “Litri”, en cambio, la calle es la caja de resonancia que amplifica y lleva el eco a parajes ignorados y remotos.
Y así, en imagen de riada, de fuerza de la naturaleza incontenible, es como hay que explicarse el hecho, el fenómeno, el “suceso” “Litri”.
►Crónica de EMECE. Semanario “El Ruedo”, nº 367. 5 de julio de 1951.
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