En la memoria de los aficionados está aquel 12 de octubre, hace ya muchos años, cuando Cagancho hiciera matadores de toros a Aparicio y a Litri. Probablemente sea la iconografía misma de una alternativa. Pero de entonces a nuestros días, las cosas han cambiado mucho, y por desgracia no siempre a mejor. Por eso nos encontramos con una cierta devaluación de este salto al escalafón superior.
De hecho, en ocasiones asistimos hasta con un cierto sentido rutinario al momento solemne de una nueva alternativa, siendo así que debiera tratarse de un hecho excepcional. No te oculto que me da una cierta pena cuando se viven esos doctorados desde la casi nadería de una cosa más, siendo así que siempre convendría considerarlos como uno de los momentos fundamentales en la vida del torero.
El propio ritual del doctorado, incluso cuando se trata de una de esas alternativas de circunstancias, que los taurinos sentencian con sarcasmo como alcanzadas “para que en la tarjeta de visita pueda poner matador de toros”, nos está diciendo y mucho acerca del paso trascendente que se vive. Se comienza por romper excepcionalmente la ley de la antigüedad en el orden de lidia, tan asentada como está en el quehacer taurino; pero se suele alterar hasta el sentido del sorteo, con la costumbre casi ancestral de ceder al aspirante el privilegio de elegir al toro de su doctorado. Todo tiene un punto de excepcionalidad, desde la parsimoniosa ceremonia de la entrega de los trastos de matar, hasta las sentidas palabras de bienvenida al escalafón superior.
Si se mira hacia adentro, se comprueba que en este trance uno de los conceptos más utilizados por los profesionales del taurinismo es advertir si el torero se sitúa en ese decisivo momento con ambiente o sin él. Se suele afirmar que para acceder al doctorado con fuerza y proyección hacia el futuro, resulta indispensable que a esta tarde el novillero llegue con el favor de la afición, que no otra cosa es eso que se conoce como ambiente. Sin embargo, esas alternativas rodeadas de expectación sólo garantizan el tirón del momento, pero no siempre van seguidas de una carrera sostenida por el escalafón superior, para lo que resultan necesarias otras condiciones que van bastante más allá que las circunstancias emocionales o anímicas de un momento estelar.
Estas alternativas con ambiente suelen ir acompañadas de acartelamientos de muchas campanillas. De hecho, todos los aspirantes soñaron algún día con verse anunciados en este día entre dos grandes figuras del toreo, en un ruedo de excepcionales rememoranzas históricas y ante una corrida de las que parecen sólo privilegio de quienes mandan en la Fiesta. Este conjunto de circunstancias han sido de siempre valoradas en mucho en la historia moderna. Y por lo general, dicen bastante, aunque no todo, del futuro que espera al doctorando.
Cabe pensar, sin alejarse de la propia realidad, que tales mandamientos eran de obligado cumplimiento hasta hace sólo unas pocas décadas. Y así, han sido clásicas las alternativas del domingo de Resurrección en Sevilla, o los doctorados en la feria de Castellón y, sobre todo, en Fallas. Luego, y a ello no parecen ajenas las propias circunstancias del negocio taurino, estas tradiciones se han ido desplazando. Sin ir más lejos, por razones económicas sobre todo, desde hace unos años la alternativa de la temporada viene teniendo como escenario el Coliseo romano de la francesa Nimes, tan alejada como está -–y no sólo por razones geográficas– de patrones con más tradición y clasicismo.
Lo único que podemos tener como más seguro es que, por lo general, quienes han mandado en el toreo en la era contemporánea han tenido siempre una alternativa refulgente. Los hubo, desde luego, que desde carteles y lugares más modestos, también alcanzaron luego a ser gente importante, pero debe reconocerse que han sido los menos.
Viene a cuento todo lo anterior para poner en antecedentes del sentido final de este momento decisivo, diría también que decisorio, en la vida de un torero. El paso al escalafón superior no significa sólo verle la cara al cuatreño, que ya es mucho; también cambia la relación de fuerzas que se tienen con los compañeros de cartel y, sobre todo, se modifica de forma muy sustancial las actitudes del público, que desde una cierta benevolencia hacia el aspirante viran hacia la exigencia propia de quienes se codean, o aspiran a hacerlo, con las figuras del momento. Por eso, con este salto a la mayoría de edad taurina se rompe amarras, al menos debe hacerse, con cualquier criterio de pusilanimidad, como corresponde a quienes han elegido asemejarse a los héroes y a los mitos.
Dicen los taurinos, y habrá que creer que algún fundamento tienen, que al torero de reciente alternativa se le debe conceder una etapa transitoria de adaptación a las nuevas circunstancias. No hay razones para mostrarse tan exigente como para negarles esa posibilidad. Pero también conviene recordar que hubo toreros que rompieron desde el principio con tales esquemas. Por no remontarnos en el calendario hasta Joselito y Belmonte, ahí está, por ejemplo, el caso de un torero de memoria reciente como El Niño de la Capea, que tomó la alternativa en junio y en agosto se anunciaba en Bilbao para matar la corrida de Pablo Romero. Y nadie se llevó las manos a la cabeza, comenzando por el propio torero. Más cerca de nuestros días, cuando
El Juli tomó la alternativa a mediados de un mes de septiembre, tuvo de seguido hasta doce y media de corridas para empezar a rodarse. Cuando Curro hizo matador de toros a Cristina Sánchez, y hablamos de un mes de mayo, detrás vinieron 37 paseíllos. Hoy las cosas no parece que se establezcan así.
Esta misma temporada, Esaú Fernández tomó la alternativa en abril y la siguiente corrida la tuvo en sanfermines y al final no ha llegado todavía a los cuatro contratos. Juan del Álamo, recién graduado en Santander, por delante que se sepa no tiene más allá que Gijón y la feria de su tierra natal. Diego Silveti o Jiménez Fortes, anunciada sus respectivas primaveras para agosto, tampoco tienen garantizado siquiera media docena de contratos. Parece de toda evidencia que sin ese mínimo de continuidad, todo se hará más cuesta arriba, tan cuesta arriba que luego la mayoría tienen que tirar la moneda al aire acudiendo a Las Ventas “a lo que sea”.
En cualquier caso, en aras de ese bien mayor que representa ver como un aspirante se cuaja en verdadero matador de toros, no debiera costar trabajo aceptar ese mal menor de dejarle ir durante una temporada. Pero, cuando las figuras acuden a cubrir fechas hasta a las portátiles de pueblo, feo se pone el panorama.
Sin embargo, más debiera preocupar que no se termine de valorar lo que en verdad representa este trance y, en consecuencia, uno se muestre insensible a las circunstancias que lo rodean. Cuando uno comenzaba a ver toros con asiduidad, en este planeta tan singular regía un respeto hasta reverencial por las alternativas. Y no hablo de los aficionados, me refiero sobre todo a los profesionales. De forma tal que un novillero que no se sentía con el bagaje necesario para ser gente importante, por decisión propia renunciaba a dar tal paso; antes vestirse dignamente de plata, solían razonar, que mal andar por esas plazas como matador de toros. Naturalmente, esta manera de discurrir era, a su vez, representativa de un criterio generalizado entre los taurinos.
Llegados a este punto, parece pintiparado referirse a si tiene sentido o no que las reglamentaciones regulen el tránsito de un escalafón a otro. Advierto que se trata de un punto que tiene tradición en las distintas normas que han regido, no es un invento de hoy. Por lo general, a efectos taurinos por lo menos, la ley nunca suele ser mala, incluso cuando es mejorable; lo que a veces se convierte en causa de problemas es la interpretación que se haga y, sobre todo, la voluntad de quienes deben cumplir con tal precepto. Antes regían disposiciones al efecto, pero ello no era obstáculo para que, como he contado, fueran los propios interesados los que renunciaban a esta posibilidad de doctorarse. Digamos que tal puede entenderse como un ejercicio inteligente de la ley.
Por eso lo que diga la norma a estos efectos no molesta. Pero, en cambio, frente a los reglamentistas no estaría de más plantarles cara cuando, diciendo que van de la ley a ley, en realidad cometen tropelías taurinas. Es el caso de esas alternativas de opereta –hasta de algún actor de cine, se ha visto–, que carecen de sentido y tan sólo se deben a un capricho. No sé si seré demasiado estricto, pero estos fraudes sí que deberían ser perseguidos por la ley; además de que quienes actúan así por lo general no cumplen con lo preceptuado, constituyen una irreverente falta de respeto con la Fiesta.
Si cerramos este breve paréntesis, para volver a la cuestión, no cabe ocultar que es de lamentar que hoy no ocurra como antaño, entre otras cosas porque las modas modernas generan, sobre todo, frustraciones, cuando no son exponentes clamorosos de esa avaricia que, como bien dice el refrán, rompe el saco. Con una candorosa sinceridad, hoy podemos oír a algunos toreros y a sus apoderados que necesitan acceder a la alternativa, porque andar en la novillería se ha puesto imposible, con esa plaga del 33%. Quizás sea así, pero eso en nada justifica dar un paso tan trascendental sin el equipaje indispensable de profesionalidad y formación.
En otros casos, menos candorosos o menos sinceros, se puede uno pasmar cuando comprueba que a ese o aquel novillero se le hizo matador de toros con urgencias por metas tan inmediatas como rebañar por las inminentes ferias americanas cuatro dólares, o por tratar de recuperar a 30, 60 y 90 días, como las letras de cambio, la inversión realizada por sus promotores, aunque todo ello suponga dejar luego en la estacada al aspirante.
Como ya se conoce, dicen los taurinos que, al final, es el toro el que pone a cada cual en su sitio. Y es cierto. Aunque exija bastante más que matices, cabe pensar que para todos, pero no siempre por igual, salen toros buenos, malos y regulares; la cuestión radica en si se saben aprovechar o no las oportunidades que cuelgan de sus pitones. Lo que ocurre es que para ese rentabilizar una ocasión propicia, se exige con carácter irrenunciable y previo contar con un bagaje, al menos técnico, para resolver la papeleta, que es lo que suele faltar en esos alternativados que atropellan la razón.
Por no alargar más en estas reflexiones, lo que bueno sería que se tuviera muy claro en el futuro es el respeto que se debe a este trance definitivo de una alternativa, que ni es la puerta a una lotería, a ver si toca, ni debiera responder a otros criterios que los de la madurez profesional del novillero. Si algunos taurinos le han perdido el respeto, y no niego que puedan aducir en su defensa comprensibles razones económicas, al menos tú conserva siempre un sentido de trascendencia por este trance.
Y en todos estos casos, la experiencia dice que se debe ser más benevolente con el torero, desde luego mucho más que con sus mentores, que a la postre son los que dibujan tales esquemas, para mal en la mayoría de los casos de sus poderdantes, que acaban por ser paganos escasamente voluntarios de semejantes errores. Por eso seamos comprensivo con el torero que, probablemente a su pesar, se ve forzado a dar este paso empujado por las circunstancias, o por una administración equivocada; a la postre, él es quien se juega sus ilusiones, cuando menos. Y nunca, aunque algunos se empeñen, conviene colaborar a que se apague una ilusión.
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