MADRID. Tercera de la feria de Otoño. Tres cuartos largos de entrada. Cinco toros de Torrealta y un sobrero de Martín Lorca (3º), de adecuada presentación, mansotes en el caballo, pero colaboradores ante los engaños. Juan Mora (verde musgo y oro), dos orejas y una oreja. Curro Díaz (verde botella y oro), ovación y una oreja. Morenito de Aranda (azul eléctrico y oro), ovación y una oreja.
Parte facultativo de Juan Mora: puntazo en la cara posterior del muslo derecho y una contusión con erosión en región nasal. Pronóstico leve que no le impide continuar la lidia.
Parte facultativo del banderillero Javier Palomeque: contusión con erosión en la cara anterior del muslo derecho y una contusión en el hombro izquierdo. Pendiente de estudio radiológico.
Para poner una plaza boca abajo sólo son necesarios quince o veinte muletazos, pero muy sentidos, muy de verdad. Eso han dicho siempre los grandes toreros. Para los aficionados jóvenes eso no dejaba de ser una entelequia, si es que no pensaban que era una más de las batallitas del abuelo. Menos mal que esta tarde vino Juan Mora y les sacó de su error. Y además en el primero de la tarde, ese del que los taurinos huyen, porque dicen que el público está muy frio. Pues será que Taurodelta puso la calefacción, porque al tercer muletazo ya estaba todo el personal entregado, con pasión además.
¿Fue algo histórico? Vamos a no andar con excentricidades; fue, sencillamente auténtico y distinto, torero y profundo, natural y relajado. ¿Le parece a usted poco? Tan es así que la faena a su primero la culminó cuando cualquier torero de hoy en día no habría concluido con los preparativos y los preliminares de su faena: el llévatelo allí, pruébalo por ese pitón, ahora por el otro, aquí corre un poquito de viento… Pero era tan de verdad lo que estábamos viendo que hasta el aficionado que tenía aún el resuello en la garganta, de tanto correr escaleras arriba, ni se llegó a sentar, arrebatado como estaba.
Cuatro series de muletazos nada más. Ni sobró ninguno, ni faltó nada. Entre otras cosas porque todo fluía de las muñecas del torero como el que está explicándole a un amigo en el salón de casa como se da un natural. Y todo conjuntado, el torero con su muleta, ambos con el toro, y en cuatro metros cuadrados. Como Mora es ya una reliquia de los toreros que sólo usan la espada de verdad, a la salida de un pase de pecho el toro se quedó cuadrado, y Juan, sin más zarandajas, montó la espada y le recetó un estoconazo hasta las cintas. La locura. Dos orejas de las de verdad, entre las ovaciones de un público que se pellizcaba para comprobar que aquello no había sido un sueño. Y no lo había sido, desde luego. Y si no, que se lo pregunten a "Barquerito", el excelente crítico al que Mora brindó con emotivas palabras este toro.
La misma naturalidad y el mismo empaque volvimos a ver en el cuarto de la tarde, con menos celo que el anterior. Otra vez la faena fluida, construida con extrema sencillez, con el cuerpo como flotando en el ruedo. Un comienzo muy airoso, para recetarle luego otras cuatro tandas de muletazos, excelentes los de la mano izquierda. Y de nuevo, a montar la espada, en cuanto el toro le pidió la muerte, y otro espadazo, en esta ocasión un poquito contrario. Otra oreja meritoria.
Como los toros, bien se sabe, tienen peligro hasta cuándo van a doblar, en un arreón se llevó por delante a Mora, propinándole un puntazo y una costalada de aúpa, en la que además cayó con la cara por delante. Menos mal que todo quedó en eso. Y en los calmantes que tomaría por la noche, para conciliar el sueño. Aunque en realidad, quién es capaz de dormir después de ver como Las Ventas se le rendía a sus pies con tanta entrega.
Embalada la tarde ya con el abrió plaza, tengo para mí que en más de un momento hubo más entusiasmo que realidad en buena parte de la corrida. De hecho, el personal estaba decidido a aplaudirle a Curro Díaz desde que se abrió de capa. Luego con la muleta la cosa tuvo altibajos, pero aún así se le hizo salir a saludar. Mejor le rodaron las cosas en el quinto, porque al menos en un poquito –aún insuficiente– alargaba los muletazos, en lugar de cogerlos a la altura del cuerpo para rematar sin concluir el recorrido. Con eso y con la estocada que le recetó, el público forzó a que se le concediera una oreja. El día que este torero se olvide de ese vicio y de verdad los enganche por delante y los lleve hasta detrás de la cadera, va a dar gusto verlo, porque sentido estético tiene. Y si además relaja un poco el cuerpo, va a ser una bendición a la vista.
Excepcionalmente bien toreó al natural sexto de la tarde Morenito de Aranda, que en esta ocasión no sólo apuntó, sino que disparó y al centro de la diana. Naturales de muleta muy arrastrada, con largura y despaciosidad. Una faena muy redonda, que luego emborronó una estocada en los sótanos. Pese a todo, el público quiso que el palco la concediera la oreja que corresponde al respetable. Si lo llega a matar, forma un lío. Con el basto sobrero cinqueño de Martin Lorca se mostró voluntarioso.
La tarde declinaba cuando a Juan Mora se lo llevaban por la Puerta Grande en una salida apoteósica. Y el personal, corriendo para casa, para ver si llegaba a la repetición de la corrida que dan por el Plus. Y es que había sido de volver a ver.
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