SEVILLA. Décima del ciclo feria. Dos tercios de plaza. Cinco toros de Jandilla, grandullones y desiguales de cara; se completó la corrida con otro de Fuente Ymbro (3º), con mejor aire que los titulares. Juan José Padilla (de celeste y oro con cabos negros), palmas tras un aviso y una oreja. Miguel Abellán (de terciopelo morado y plata), ovación y silencio. David Fandila “El Fandi” (de grana y oro), ovación y ovación.
Cuando hay lío matinal, mala cosa. Por la mañana, antes de ir al sorteo, no sabían muy bien los toreros delante de qué se iban a poner. De la corrida inicialmente anunciada, no. El ganadero trajo otros toros, de los que al final se pudieron enchiquerar cinco, por lo que hubo de echar mano de un complemento con el hierro de Fuente Ymbro. Los titulares pertenecían a la gama XXL de “Jadilla”, no siempre correspondida con sus caras. Tuvieron algunos sus gotas de nobleza y otros incluso de bravura; pero prácticamente a todos le faltó recorrido, celo y duración. El de Fuente Ymbro, con mayor duración y calidad, dejaba estar y por el pitón derecho lo hacía con generosidad.
El conjunto del festejo fue un tobogán en su desarrollo, en que se pasaba de el interés y/o la emoción al muermo, con público muy aplaudidor, buena parte de los cuales había ido atraídos por los llamados mediáticos. Sin tanto ruidos metieron mucho gente nueva en los tendidos, más en el sol que en la sombra. Se ve que esta fórmula sabatina a que acostumbra la Casa Pagés les funciona año tras año. Añadamos: mientras que los anunciados, cada cual a su aire, den “fiesta”, que ya sólo con los tercios de banderillas está casi garantizado. Legítimo recurso de la Empresa.
Tras tres largas cambiadas, la primera en la puerta de chiqueros, el primer “jandilla” le dio a Juan José Padilla –a él y a todos– un susto soberano al cogerlo de forma tremenda en el primer lance con los pies juntos. Entre la costalada, de la que el jerezano se dolió durante toda la tarde, y el vestido destrozado, la impresión primera eran palabras mayores. Comprobado que no había cornada, el resto corrió a cargo de un linimento, como el que hace años se conocía por su etiqueta como “el tío del bigote”, y un pantalón vaquero para tapar púdicamente lo que no era cosa de ir enseñando. Pero, sobre todo, Padilla recompuso el ánimo y, con tanta paliza, no se entiende bien cómo también las propias fuerzas físicas.
Superado el trance reapareció el Padilla de siempre. Voluntarioso, entregado, dispuesto a dar satisfacción a sus partidarios, que le guardan una permanente fidelidad. Su entrega llegó al máximo con el 4º, ante el que sacó su todo repertorio en medio del alborozo de su gente. Nada se le quedó dentro. Como además lo mató con eficacia, suyo fue el único trofeo de la tarde.
Con un lote deslucido, sobre todo para hacer el toreo que se siente, poco ocasión tuvo Miguel Abellán. Unos detalles toreros, un oficio bien aprendido, una postura de responsabilidad, un poner en evidencia las carencias de sus enemigos. Lo que se podía sacar a pasear, que el aficionado lo advierte, pero que para el gran público pasa entre lo no relevante.
Si alguien dudaba que “El Fandi” tiene un amplísimo fondo de armario torero, bastaría la tarde de este sábado para sacarlo de su error: no hubo palo que no tocara, con el capote, las banderillas y la muleta. Con mayor o menor profundidad, aporta su variedad. Y eso el público lo agradece, aunque a lo mejor no le enardezca. Debe reconocerse que sus enemigos de esta tarde no tenían ni el celo ni la acometividad que necesita esta forma del entender el toreo. Por eso, al menos, hay que reconocerlo su esfuerzo y su voluntad durante su única comparecencia en esta feria. Pero no puede omitirse dejar constancia del emotivo tercio de banderillas que protagonizó con el que cerraba la tarde.
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