Juan García «Mondeño»: «El público es lo más importante»

por | 23 Oct 2010 | Retazos de Historia

Juan García Jiménez, “Mondeño”

Fecha de nacimiento: 7 de enero de 1934

 

Natural de: Puerto Real (Cádiz)

Debut con caballos:  El Puerto de Santa María el 24 de junio de 1956.

Alternativa: Sevilla, el 29 de marzo de 1959, apadrinado por Antonio Ordóñez y con Manolo Vázquez de testigo, con toros  de Núñez Moreno de Guerra

Confirmación de alternativa: 17 de mayo de 1960, apadrinado por Ordoñez y Manolo Vázquez, con toros de Atanasio Fernández.

 

 

Según le leí a Luis Nieto hace unos años, Juan García “Mondeño” sigue viviendo en París, cerca del Arco del Triunfo, al igual que cuando hablamos por última vez, alejado de toda relación con el planeta de los toros. Y mantiene intactas sus aficiones: los coches de época —posee cinco: dos Rolls Royce, un Mercedes, un Ferrari y un BMW–, las Harley y la buena mesa. Pero, también como entonces, cuando anda cansado del ajetreo parisino, se vuelve a su finca sevillana, a pasear entre naranjos y a contemplar las cabezas de toro colgadas en diversas estancias de la casa. Y allí seguían todos los avíos de torear.

 
Aquel verano del 73 coincidimos como por casualidad en Sanlúcar la Mayor. Confesaba Juan que había dejado de ir a los toros, salvo en casos muy especiales y siempre por amistad con algún torero. “Yo fui torero por necesidad, porque era el medio más rápido de ganar dinero. Mi padre era guarda y la vida estaba entonces muy mala. Y me decidí por ser torero, pero nunca tuve afición, ni ambición por ser figura, dos cosas tan importantes en esta profesión”.
 
Nunca me acostumbre a este mundo. La verdad es que donde más a gusto estaba era en la cara del toro, porque allí no se ve toda esa tramoya que tiene detrás esta profesión”. Pero matizaba el torero: “a mí torear si me gustaba y me gusta; ahora ya no es momento, pero si en algún momento hubiera vuelto a los ruedos, lo habría hecho al margen de todo este mundo”.
 
En el ruedo buscaba sentirme querido y admirado por la gente. Ver a la gente feliz. Para mí, el público era lo más importante. El torero es un ser importante, nos jugamos la vida de verdad. Mi toreo fue místico, de gran verticalidad y me gustaba pasarme muy cerca el toro. Pero con esa forma de ser, nunca me interesó torear más de sesenta corridas en una temporada”.
 
Pero sus comienzos fueron duros, sobre todo a raíz de una cogida en Zafra, donde los médicos le dijeron que se quedaría cojo. A base de fuerza de voluntad, durante un tiempo estuvo toreando con un aparato ortopédico, algo que sólo trascendió entre los que andaban metidos en el taurinismo. “Me tuve que hacer una prótesis, en la que me gasté el poco dinero que tenía. Era a base de unos hierros que subían por la pantorrilla y luego una zapatilla especial. La ideamos entre un amigo y yo. Recuerdo que la primera vez que la utilicé fue en El Puerto y aquello no funcionó. Pero acabó funcionando y toreé un montón de novilladas como si nada”.
 
En su recuerdo siguen vivas cinco o seis tardes. “Una novillada en Sevilla, en la que corté una oreja después de un aviso; la tarde de mi alternativa en Sevilla, de manos de Antonio Ordoñez; una faena en Valencia y otra a un toro del marqués de Domecq que cuajé en Bilbao y otra a un “urquijo” en Sevilla… Y la última vez que toree de luces, en 1969 en Monterrey, México”.
 
Como al hilo de esos recuerdos, comentaba “Cañabate que es un hombre honrado sin duda, siempre se metía conmigo porque decía que era codillero. Lo que pasa es que el ve la fiesta de otra manera distinta a la mía. Admito que un torero pueda tener fallos, pero cuando sabe lo que hace y como lo hace, ahí no veo ningún defecto, sino un modo, como hay otros, de realizar el toreo”.
 
Entre los compañeros, su admiración se ha mantenido siempre fiel para Antonio Ordoñez y para Curro, pero se muestra siempre respetuoso con todos. Pero en sus recuerdos aparecía de manera especial Manuel Benítez: “Cuando de verdad empezamos a ganar dinero fue con El Cordobés. Este hombre puso en circulación las cuentas. Y como se sabía que el cobraba un millón, al siguiente por lo menos había que darle quinientas o seiscientas mil pesetas, y al tercero doscientas mil. Esta fue la mejor faena que hizo Manolo. Pero ten en cuenta que antes no era así. Una tarde en Barcelona, después de hacer la liquidación todo lo que me quedaron fueron 480 pesetas. Todavía guardo esas cuentas”. Aunque se queja del tratamiento fiscal que entonces tenían los toreros: “A veces te parecía que estabas toreando para Hacienda. Recuerdo una tarde en Madrid, en la que tuve que ir a Hacienda con la certificación de la Empresa de lo que me habían pagado, y no se lo creían”.
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Taurología

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