Ni el ventarrón que azotó durante tarde la tarde, ni los novillos que saltaron al ruedo venteño dejaron muchas oportunidad –con la excepción del segundo y, en parte, el sexto– para manos aún poco expertas. Pero en medio de todo eso sobre salió el nombre de Juan del Álamo (de grana y oro), que si en la prefería había dejado una tarjeta de visita para ser guardada, hoy ha confirmado que es nombre nuevo a seguir. Ya se sabía que el salmantino tiene gusto en el manejo de los trebejos taurinos; hoy, además, ha dejado claro algo que en un novillero resulta esencial: tiene capacidad para aprender y progresar.
Ninguno de los novillos de Carmen Segovia, de desiguales hechuras y con problemas, a excepción del referido segundo, nacieron para llevar más honores a la divisa, salvo la de haber sido muertos a espada en el ruedo de Madrid. Los complementos de Torres Gallego, más hechos, fueron exigentes; el lidiado –pésimamente, por cierto– en cuarto lugar, acusó peligro desde el primer momento, mientras que el sexto necesitaba un torero más hecho para resolver sus dificultades.
Ni el francés Tomasito –hoy, de azul pavo y oro–, ni el colmenareño Miguel de Pablos –de rosa y oro— alcanzaron lucimiento.
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