MADRID. Cuarta del abono de Arte y Cultura. Casi media plaza, en tarde a ratos ventosa y en la que lloviznó en los comienzos. Toros de Alcurrucen, de variado pelaje y buenas hechuras, que fueron muy manejables y humilladores, además de tener viaje largo. Manuel Jesús “El Cid” (de azul eléctrico y oro), silencio y silencio. Joselito Adame (de blanco y plata), ovación tras un aviso y una oreja tras un aviso. Juan Pablo Sánchez (de fucsia y oro), silencio y silencio.
El viejo dicho es completamente cierto. También el toreo. “El que quiere, puede”. Desde México ha venido Joselito Adame para volver a recordarnoslo. No hay mayor acicate que el esfuerzo de voluntad por conseguir lo que se busca. Y Adame quería triunfar. Lo hizo el otro día. Cogió la sustitución de Fandiño en este viernes y ha vuelto a triunfar. Ni el martes ni esta tarde sus toros fueron de muy distinta condición a los de sus compañeros de terna. Lo diferente fue el resultado.
Y es que a un torero casi se le trasluce en la cara en la puerta de cuadrillas cuando viene con ganas de pelea. A esa figura muchos le llaman ambición, que lo es; pero mejor debería denominarse afición, que además es más torero. De hecho, sonreír, lo que verdaderamente es sonreír, a Adame no se le vio hasta que le cortó la oreja al quinto. Hasta entonces andaba concentrado, hasta con el ceño un poco fruncido.
Como tenía prisas, ya con el toro que abría plaza le vino a decir amablemente a “El Cid” que el “alcurrucen” era muy toreable, a través de un firmísimo quite con el capote a la espalda: unas gaoneras limpias y templadas, de las que hoy se ven pocas veces. Pero en el toreo no todo se consigue a fuerza de quietud y de firmeza. Se hace muy necesario tener la cabeza tan despierta como para poder discurrir en la cara del toro. Adame también dejó claro esto, tanto a la hora de improvisar frente a un parón del animal, como al elegir, por ejemplo, el tipo de quite que convenía en cada ocasión a la condición del toro, que no a todos se les puede o conviene hacer lo mismo.
Muy variado, templado también, con el capote toda la tarde, aprovechó bien las humilladas embestidas de su primero, en una faena que iba a más y en la que probablemente tan sólo sobró la última tanda con la izquierda: con el toro más quedado, era pedirle un esfuerzo innecesario enjaretarle cinco muletazos de frente y a pie justos; el toro necesitaba ya más espacios. Con todo, si no se hubiera alargado con la espada, habría cortado una oreja. Pero quedaba el quinto, por cuya bondad parece que tan sólo apostaba el propio Adame. Y acertó. Un trasteo bien construido, variado y con gusto, muy torero, en suma. Como a éste lo mandó al desolladero de una buena estocada, previo pinchazo, al fin cayó la ansiada oreja. Total, otra Puerta Grande que se escapó; pero quedó la memoria de dos actuaciones muy meritorias.
Al mexicano ya se le había visto en este mismo plan el año pasado en la feria de Sevilla, con una corrida fuerte del Conde de la Maza. Por cierto, con un vestido que era idéntico, o incluso el mismo, que el que se puso esta tarde. Luegoen la temporada las cosas no le rodaron tan bien como se esperaba. Ahora, un año después, se le ve más cuajado como matador de toros, más seguro. Además de llevarse un doble trofeo, de Las Ventas sale después de haberse metido en el bolsillo a la afición de Madrid. Se lo ganó a pulso.
La corrida de Alcurrucen, guapa y variada de pelaje, salió muy en “núñez”: con unos comienzos más fríos, para luego irse creciendo con la lidia. Todos tenían su tecla que tocar, pero si el interprete acertaba con esa tecla, todos resultaban más que aprovechable para hacer el toreo. De entrada tenía dos puntos a favor: todos humillaban y todos se desplazaban con largura. Luego, algunos tardeaban más, otros tenían más genio. Pero todos obedecían a los toques y seguían los engaños cuando se les llevaba templadamente por abajo. Sin ser ese conjunto soñado, porque ante los caballos hubo irregulares comportamientos, ojalá cada tarde salieran toros así.
Manuel Jesús “El Cid”, que ha tenido un paso muy difuso por Madrid, con ninguno de sus dos toros se sintió cómodo, como tampoco vio las cosas claras. Al más bonancible primero, no acabó de cogerle ni las distancias, ni el pulso. Trató de hacer un esfuerzo con el 4º, algo protestón en los finales, pero entre dudas todo acabó en nada.
Es cierto que el primer toro de Juan Pablo Sánchez tenía tanta dulzura que hasta empalagaba. La vibración que le faltaba al “alcurrucen”, otro que iba largo y humillado, le correspondía al torero aportarla. Al mexicano le faltó ese punto de temperamento, así como las ideas un poco más claras, para poner en valor su tarea. Por la ley de las compensaciones, el 6º, en cambio, tenía su punto de genio, que daba emotividad a cuanto se le hacía; sin embargo, si se le pulseaba con buen tino, se le llevaba por abajo y no se le permitía toquetear los engaños, el animal iba hasta el final. Cuando el torero advirtió estos requerimientos ya era demasiado tarde para hacer crecer una faena, que de por sí ya se había prolongado. Dicho todo lo cual, es necesario matizar que el de Aguascalientes lleva templados a los toros y hace todo con mucha corrección. Pero eso esta tarde no era suficiente.
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