BARCELONA. Segunda y ultima de la Feria de la Merced. Lleno de “No hay billetes”. Toros de El Pilar, que cumplieron en presentación Juan Mora (de verde botella y oro), ovación y ovación. José Tomás (de azul noche y oro), dos orejas y ovación. Serafín Marín (de corinto y oro), ovación y dos orejas. José Tomás y Serafín Marín salieron a hombros por la Puerta Grande.
Ni más, ni menos. La misma emotividad del sábado se vivía en los tendidos de la Monumental barcelonesa desde que arrancó entre aplausos el paseíllo. La diferencia es que en la conciencia de todos estaba que se vivía el último día de la Fiesta en las tierras catalanas, salvo que el magistrado Sala y demás garantes de la Constitución no diga lo contrario, si lo dice. Queda, eso sí, algunos recovecos posibles para evitar el toricidio: un cambio en la legislación nacional –que no es fácil–, o un acuerdo de los de “tu me das y yo te doy” entre nacionalistas y populares para posponer la entrada en vigor de la ley abolicionista. Pero no alentemos demasiadas esperanzas, que luego el batacazo puede ser aún mas doloroso.
A todo lo anterior hay que añadir, porque es la realidad, ese clima tan especial que se crea por las corrientes tomasistas cada tarde que su ídolo se viste de torero. Debe reconocerse que con el segundo de la tarde se le ha visto al de Galapagar quizás en el mejor momento de toda su minitemporada de reencuentro con los ruedos.
Pero como el sábado pasó lo que pasó, que fue muy grande, el lector amable que ha tenido la paciencia de llegar hasta esta línea de la crónica, con razón urgirá una respuesta a su pregunta: ¿ hoy ha sido mejor o no que ayer? Para empezar, ha sido diferente, porque diferente era la personalidad de los tres toreros que se anunciaron en un día y en otro. Pero es que, además, el sábado todas las cosas rodaron a favor del triunfo, y cuando se culmina una obra tan arrebatadamente grande como aquella, resultan viciadas todas las comparaciones. Por eso lo más ajustado a la realidad es afirmar que ha sido otra cosa diferente.
Y comencemos con lo principal. Magnífico estuvo José Tomas con enclasado toro que lidió en primer lugar. Lo estuvo con el capote y lo estuvo luego con la muleta y con la espada. Por eso las dos orejas no reflejan más que la realidad de su toreo. Pocas veces se le ha visto en esta temporada torear con tan pureza con el capote. Y luego con la muleta, hubo series verdaderamente monumentales. Toreando con unas muñecas de seda, los naturales brotaron como plasmación de una belleza enorme; de los que no se olvidan en mucho tiempo. Y todo, en la distancia justa, dando a su colaborador enemigo los tiempos necesarios y los terrenos adecuados. Hasta los adornos finales rezumaron torería. Espadazo contundente y dos orejas, con petición de rabo.
El quinto fue otra cosa. De una sosería extrema, tratar de emocionar al personal, incluso cuando uno entiende el toreo como lo hace José Tomás, resulta una meta imposible. Hizo un planteamiento técnicamente irreprochable, por cómo se cruzaba, como le ofrecía los engaños…. Pero el cansino caminar del toro de El Pilar había momentos que resultaba hasta desesperante.
Abría cartel Juan Mora. Resumidamente: tuvo un digna actuación. Quizás pudo y debió aprovechar mejor al toro que rompió plaza, muy noble por el pitón derecho. Pero la faena, con momentos torerísimos, tuvo altibajos y aquello se fue diluyendo. Con el desclasado cuarto, que se quedaba muy corto, estuvo toreramente eficaz.
Nadie quitará el honor a Serafín Marín de pasar a la historia como el último torero le cortó las orejas a un toro en la Monumental y además alútimo que se lidiaba: “Dudalegre”, con el hierro de El Pilar, de 567 kilos, nacido en marzo de 2007. La emotividad del momento no tapa las desigualdades que tuvo la faena, con sus mejores momentos con la muleta en la mano derecha, bajando luego con la izquierda, como correspondía a la peor embestida por ahí de su enemigo. Pero tuvo firmeza y decisión, empeño en el triunfo. Por eso cuando se volcó sobre el morrillo, acabó con las dos orejas en sus manos. Nada que objetar a su emoción y a su triunfo. Con el aburrido que hizo tercero, se mostró decidido frente a la escasa emoción que aportaba su enemigo.
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