Coincide con el 45 aniversario de la alternativa de José María Manzanares padre, que le otorgara en su regreso a los ruedos peninsulares de Luis Miguel Dominguín, tras su primera incursión en el hoy en desuso ruedo de Tenerife. Padrino y neófito, a quienes acompañaba en aquella tarde S.M. El Viti, salieron en triunfo. Y muy pocas fechas después, el 12 de agosto de 1971 en el viejo Chofre, Antonio Ordoñez anunciaba de improviso, como casi siempre hizo sus cosas, la decisión de retirarse de los ruedos, que luego no sería la definitiva. Y para entonces ya estaba en el escalafón superior la nueva generación, la cosecha del 71: El Niño de la Capea y Julio Robles, entre otros.
En ese entorno de calendario llegamos ahora a otra festividad de San Juan, día grande en Alicante, donde este viernes 24 hará el paseíllo José Tomás en compañía de otros dos Manzanares, uno a pie y otro a caballo. La expectación no es menor que la que se registró en aquella ocasión de 1971. El “No hay billetes” garantizado desde días antes y la afición mirando hacia lo que pudiera ocurrir en el coso alicantino. La diferencia, la enorme diferencia que separa a estos 45 años, radica que en 1971 nacía a la profesión quien iba a ser la gran figura de las décadas posteriores y en este 2014 regresa un bendecido por la afición, que en su madurez le sigue de una plaza a otra con la vitola de acontecimiento.
Gustará más o gustará menos la forma en la que el torero de Galapagar diseña sus temporadas, sobre la base de un número reducido y espaciado de compromisos al año. Pero es lo evidente que a su sólo anuncio los abonos alcanzan cifras inusitadas para los organizadores de las ferias. Sin ir más lejos, ocurrió por mayo en Jerez, ocurre ahora en Alicante, ocurrirá en Huelva y en San Sebastián, y volverá a repetirse en otros si se anuncia.
A diferencias de los años anteriores, en este 2016 le acompaña un menor ruido mediático, que hasta ahora hacían de cada tarde un hecho de universal atención. Pero ni por ello bajan sus efectos en la taquilla y en los abonos. Ha cambiado de apoderado y hasta su manera de gestión: hace sólo dos años resultaba impensable que pudiera ponerse de acuerdo con los hermanos Chopera; hoy ha firmado para agosto en San Sebastián. Y hasta sus partidarios añoran con volverle a ver anunciado, ya sea en Madrid, ya –y sobre todo– en Sevilla. Con la imprevisibilidad de sus decisiones resulta improcedente añadir eso de “todo se andará…”, para dejarlo en un mucho más ambiguo “pues vaya usted a saber…”.
Sin embargo, de antemano se tiene conciencia cierta de que “lo que sea sonará”. Y ocurre así, entre otras razones, porque José Tomás se ha venido a convertir en el ultimo misterio del toreo. Contamos hoy con toreros de gran categoría, que además se trabajan palos muy distintos de la Tauromaquia en beneficio de la variedad. Lo que no les rodea es ese halo de misterio que don José Flores “Camará” lamentaba que los toreros hubieran perdido, porque los alejaba de los ribetes casi míticos de los héroes, para convertirlos en hombres normales, cuando no vulgares.
Hay elementos que podríamos considerar como marginales que han colaborado a romper esa magia. Uno y no de los menores es el propio vestido de torear. Cuando Ordoñez mandaba en el toreo, con permiso de Curro, Puerta, Camino y El Viti, constituía hasta una novedad comprobar que color había elegido ese día para su ropa. Por eso, en la calle Iris de Sevilla –a la que tan popular ha hecho la televisión de pago– acudían antes de la corrida los aficionados, para conocer de antemano como iban vestidos o cuál era la cara de ánimo que traían; pero respetaban el paso y la concentración de los toreros, que no requerían de la protección de los guardias para llegar hasta el portón de entrada a la Maestranza. Ahora, en cambio, con los adelantos en la elección de materiales y las técnicas de confección, se hace incluso habitual ver a una figura con vestidos que ya le conocíamos de dos temporadas anteriores. Hasta se podría construir la historia de cada uno de ellos: lo estreno en tal año y en tal sitio, con éste le cortó las dos orejas a un toro en… Junto a las ropas de torear, un sin número de pequeños elementos que en sí mismo pintan poco, pero en conjunto borran todo vestigio de mitología.
Si como bien decía Rafael El Gallo el toreo consiste en “tener un misterio que contar y contarlo”, quien lo protagoniza se aproxima a los linderos de lo épico. Si queridamente o no se arrampla con ambos elementos nos quedamos casi en la nada, casi en un simple y honesto asalariado por cuenta ajena. Pero esas nunca han sido, y probablemente nunca serán, las señas de identidad de quien siente el toreo como Arte, dentro de la estricta disciplina de la cultura. José Tomás ha optado, antes como ahora, por no renunciar ni al misterio ni a la épica; ahí radica su tirón, incluso cuando en una temporada no act
Darle importancia a lo aparentemente intrascendente. Esa parece ser su norma. Cuando se toma este camino, hasta la elección del capote de paseo alcanza rango superior al que realmente tiene. Pero si se va un paso más allá, ese misterio y esa épica conducen a una nueva frontera a la hora de concebir el toreo. En ocasiones se ha predicado del torero de Galapagar un cierto “sentido trágico de la vida”, como si su fin tuviera que ser de modo necesario la muerte en el ruedo. No es por casualidad que en ocasiones su personalidad se haya querido parangonar con la de “Manolete” con el recuerdo último de Linares. Sin embargo, si bien les asemeja a los dos esa vocación de sacar partido de todos los toros, cualquier aficionado sabe también que les separa el foso profundo de partir de dos concepciones muy distintas del toreo, ya sea por la colocación y los terrenos, ya por la propia forma de citar y de manejar las telas, elementos todos ellos consustanciales al toreo y que van más allá de las edades históricas.
Hace ya más de un siglo el periodista Francisco Gómez Hidalgo publicó un trabajo biográfico referido a Juan Belmonte, que a la sazón no era más que un novillero. El título de aquel libro lo dice todo: “Belmonte el misterioso”[1] Allí, el escritor y editor toledano escribía con sentido premonitorio: ”sólo como un misterio, que ni el mismo se explica, puede concebirse su grandeza. Grandeza que es a la vez que artística, personal. Porque Belmonte, si la suerte le sigue, será un torero que dignifique el arte taurino”.
Con todo el inmenso respeto que merece la figura y la historia de Juan Belmonte, genio donde los haya, aquellas palabras de Gómez Hidalgo cuando el trianero andaba en sus comienzos, bien pueden aplicarse a la hora de entender el por qué José Tomás es diferente. Le rodea ese mismo halo de misterio, que luego escenifica desde su propia personalidad.
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[1] Francisco Gómez Hidalgo. “Belmonte, el misterioso”. Con prólogo de Don Modesto. Su primera edición inauguró una colección titulada “El Libro Popular” y vio la luz en junio de 1913. Un siglo después, en 2013, el Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de Madrid realizó una reedición de este volumen.
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