Conforme va avanzando el invierno, da la impresión que crece la preocupación en todos los sectores por qué futuro nos espera en la campaña de 2011. Y la verdad es que esa preocupación tiene sobrado fundamento, no hay más que ver lo que viene ocurriendo con las plazas que se habían quedado sin empresario por la fuerza de las dificultades económicas.
Realmente, ¿se puede echar sobre las espaldas del torero de Galapagar tantas esperanzas para que sea ese bálsamo de Fierabrás que necesita la Fiesta? En nuestra opinión, no. Y no es porque José Tomás no reúna valores suficientemente sólidos, sino porque los males que nos aquejan superan con creces al poder carismático de una figura. Pero, además, porque en la Historia del toreo jamás ha ocurrido ese fenómeno.
En su día, desapareció Joselito y aunque los tendidos de la Maestranza se puso, con criterio de premonición una pancarta que decía: "Joselito ha muerto. Viva el gol", Juan Belmonte se echó a sus espaldas todo el peso de la Fiesta y prolongó la edad de toro del toreo. Murió Manolete en Linares y sumió en un duelo profundo, rayano en la orfandad, a toda la nación; sin embargo, la Fiesta se impuso socialmente a ese vacío con algo tan impensable como el boom novilleril de Aparicio y de Litri. Y más en nuestros días, en su pleno apogeo decide El Cordobés, con la compañía de Palomo, echarse a la guerrilla de las portátiles por los pueblos, y la Fiesta ni se inmutó: sencillamente esperó al año siguiente para verles en los circuitos principales. En definitiva, la fuerza telúrica que siempre ha caracterizado a la Fiesta, acaba por imponerse a todos los paisajes tan personalizados.
Sin embargo, este diagnóstico tomasista aparece como prácticamente unánime sea cual fuere el sector taurino al que se le pregunte, las respuestas que uno puede recibir divergen de manera clara. Y así, si se le pregunta a los aficionados vienen a coincidir en que la esperanza pasa por la vuelta de José Tomás, pero si se interroga a los empresarios discrepan de manera clara.
En efecto, con mucho sentido común los empresarios afirman que José Tomás puede tirar de esos 20 ó 25 carteles en los que se suele anunciar por temporada; pero el año taurino se compone de muchísimas más tardes que esa dos docenas de carteles selectos. Incluso más de un empresario prevé que las condiciones económicas de hoy lleva a más que dudar que el de Galapagar mantenga intacta su fuerza para tirar de los abonos como hasta ahora habría hecho.
Aceptemos, aunque sólo sea a efectos dialécticos, que José Tomás mantenga su fuerza como impulsor de la venta de abonos. En esa hipótesis, los efectos benéficos se circunscribirían a unas pocas plazas, importantes desde luego, pero que no sirven para parar la sangría actual. ¿Qué cambia en la crisis actual que José Tomás tire, por ejemplo, del abono extraordinario de la Comunidad de Madrid? A efectos globales de la Fiesta, nada, porque nada resuelve en esos centenares de espectáculos que componen las ferias menores y los festejos de tantos pueblos.
Los problemas son más profundos y urgentes
La realidad actual es la que impone que las soluciones a futuro vienen por otros caminos, caminos que, para preocupación de todos, se ven poco transitados en estos meses invernales. Cierto que algunos de esos caminos no permiten alcanzar resultados a corto plazo, como son las horas bajas que hoy vivimos en la cabaña de bravo, que como bien se sabe necesitan de cuatro o cinco años para ver resultados esperanzadores.
Si al menos se viene palpablemente que los criadores trabajan por recuperar la casta que se ha perdido, por devolver al toro la autenticidad que la Fiesta necesita, tendríamos un motivo de esperanza. Pero mientras suscitan espectáculos como los que, por ejemplo, ha repetido el hierro de Zalduendo a lo largo del año taurino, las esperanzas se desinflan.
Pero otro tanto cabe plantear con el arrendamiento de las plazas, que sigue siendo el problema capital que está por alcanzar una situación estable. Sin embargo, mientras seis empresarios se disputen la concesión de una plaza que se ha demostrado ruinosa, no queda margen para creer que se ha encontrado una vía estable de solución.
No puede considerarse menor la responsabilidad que en esta materia corresponde a las corporaciones locales, que son mayoritarias en la propiedad de las Plazas. Si los Ayuntamientos siguen creyendo que la gallina de los huevos de oro tiene forma de coso taurino, además de equivocarse de medio a medio, no hacen ningún favor a la Fiesta.
Figuras y empresarios, la base de la solución
En un mundo como el taurino que, por su propia naturaleza, tiene que ser tan complejo, los grandes problemas exigen necesariamente grandes soluciones. Y eso no son parches ocasionales, que lo mejor solucionan un episodio, pero que no resuelven los problemas estructurales que nos afectan.
Si nos fijamos en cualquiera de los grandes sectores económicos, se observa como en épocas de vacas flacas corresponde a las empresas líderes tiran más del carro, porque de esa forma no es que resuelven su problema –que lo hacen–, es que sacan adelante otros negocios de menor dimensión.
Un ejemplo paradigmático encontramos, por ejemplo, la crisis en la construcción. No es que haya llenado de problemas a las grandes empresas del sector: es que han llevado al cierre a miles de pequeñas empresas que subsistían gracias a los contratos con las grandes. Pero en cualquier otro sector, ocurre algo muy similar. Y así, ¿cómo se va a tirar del consumo si El Corte Inglés no puede promoverlo? Luego, en uno y otro caso, será necesario reordenar los sectores, para que el grande no acaba devorando al pequeño; pero sin el tirón de los grandes, los pequeños no pueden pensar en salir a flote.
Estos ejemplos son de traslación directa al mundo de los toros. Por eso hoy, guste o no guste a los interesados, las responsabilidades mayores recaen en los dos pivotes fundamentales de la Fiesta: los grandes empresarios y las figuras del toreo. Si ellos no están dispuestos a realizar el esfuerzo necesario, la solución se alejará en el horizonte.
Repasemos lo que ha pasado en las pasadas semanas. Se podría decir que es una anécdota o que no ha sido más que un fenómeno que ha tenido mucho eco mediático. Pero la realidad nos dice que cuando las figuras del toreo se han implicado seriamente y cuando el pool de los grandes empresarios –con independencia de que sus motivaciones fueran o no altruistas– les han seguido en esta marca, se han acelerado las primeras soluciones estructurales de la Fiesta. El ejemplo es evidente.
Pero no se trata de que tanto empresarios como figuras se transformen en una especie de ONG. Ni mucho menos. Se trata de que unos y otros, con altura de miras, aporten las condiciones necesarias para que la Fiesta se recupere de este profundo bache, aportando racionalidad al negocio taurino.
Pensemos, por ejemplo, en ese sustrato de la Fiesta que se construye sobre los festejos que se organizan por los pueblos y los escalafones más modestos. Ya se sabe que en esto del toreo cada cual ocupa el lugar que le corresponde, porque al final, y a pesar de todos los pesares, el toro coloca cada uno en su sitio. Pero reconozcamos también que sin esos estamentos más modestos, difícilmente se mantiene la Fiesta como el espectáculo más popular en España.
¿Y cómo se aporta racionalidad a todo este complejo mundo? Pues haciendo posible que las bases de la Fiesta puedan volver a tomar aire, a recuperar terreno y vislumbrar un principio de solución. Y eso, desde el inicio de los tiempos, pasa por reordenar los dineros de la Fiesta, bajo un criterio responsable.
No es posible que los ganaderos, una gran mayoría de ellos, puedan recuperar la casta y la raza perdida cuando tienen que vender a precio de carne hasta camadas enteras para sobrevivir. Cierto que algunos criadores han llegado a la Fiesta no sólo tardíamente, sino sobre todo con criterios espurios a los que en verdad corresponden a la Fiesta. Pero ese separar el grano de la paja, que es necesario, no permite concluir que cada cual se debe sacar sus castañas del fuego.
Otro tanto cabe decir de los toreros. Es lógico, también justo, que quien más aporte a la taquilla, mayor retribución perciba. Es la estricta aplicación de la ley de la oferta y la demanda. Sin embargo una cosa es esa y otra bien diferente es que, abusando de su posición de fuerza, los toreros del segundo escalafón tengan que conformarse, si es que aspiran a un contrato, a aceptar torear incluso por debajo de los mínimos legales. Y no por un afán de repartir lo que se haya recaudado, algo que a los efectos que interesan al final es criterio simplista; sino porque resulta fundamental que ese segundo nivel llegue al final de la crisis porque son el sustento de cientos de espectáculos en plazas de menor nivel, que resultan indispensables para mantener a la Fiesta en su lugar social.
Piénsese, por ejemplo, en ese hábito actual de que las figuras copen carteles, por ejemplo, en las plazas –incluso portátiles– de los pueblos. A lo mejor les aportan un determinado número de festejo para las estadísticas; gloria taurina y saneamiento a sus cuentas no le aportan nada. Y sin embargo, sin esas oportunidades el segundo nivel no sobrevive.
Consideremos, en fin, en el ya referido problema de los arrendamientos. Si el sector empresarial no se une para poner coto a los desafueros que hoy vemos, nunca veremos la luz al final de ese negro túnel.
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