Cuando lloramos su muerte no resulta necesario recordar ese viejo sentimiento, que tantas veces se ha hecho realidad, de que siempre “se nos van los mejores”. Ni en esta hora cabe acudir a ese lamento, que a la vez quiere ser consuelo, de preguntarnos “¿por qué?. José María Manzanares se nos ha ido cuando estaba escrito que iba a ocurrir, que ese tránsito de una vida a otra forma parte de los designios de la Misericordia, como nos ocurrirá a todos, sean cuáles fueren luego las causas que expliquen esta marcha.
Lo relevante es que al grandísimo torero de Alicante le llegó ese momento cuando disfrutaba, en su retiro, del reconocimiento general y plenamente sincero de sus compañeros de profesión y de la afición entera. No puede menos de emocionar las declaraciones sentidas que han hecho unos y otros, todavía bajo la conmoción de su muerte. Para su familia resultará, sin duda, un consuelo en la hora de los desconsuelos; para todos supone el recordatorio de la grandeza del torero que se nos acaba de ir para siempre.
Al menos para nosotros, resulta conmovedor que en esta hora, a poco que se revise todo lo que se ha escrito, abrumadoramente se le esté llamando “José María Manzanares padre”. Muchas veces en el ciclo de la vida un hombre pasa de ser “hijo de Fulano” a ser el “padre de Fulano”. Y eso es mucho más que una simple distinción descriptiva, para no confundir a unos con otros. Por el contrario, en la mayoría de los casos supone el reconocimiento último y definitivo de una vida plena: no sólo ha sido un figura insigne del Arte del toreo, es que además ha legado un importante caudal a la historia que hoy reviven en sus hijos. No se puede pensar una culminación más grande y más rotunda para una vida entregada a este Arte grande que ese de ser eslabón dentro de una cadena que se prolonga en el tiempo con la misma vocación y la misma entrega en sus hijos. Diríase que es como la última Puerta Grande que le quedaba por abrir.
En esta España que tantas veces se acuerda y reconoce a sus grandes hombres sólo a la hora de escribir su necrológica, la trayectoria profesional de José María Manzanares da una respuesta clara y rotunda a cualquier banalidad de esos recuerdos a posteriori. Su buen hacer, su condición de figura, ya le fue reconocida en vida y de manera incontestable, incluso por encima de eso tan legítimo como la diversidad de los gustos artísticos y taurinos personales.
Un ejemplo evidente de todo ello lo tenemos en su tarde final en el toreo, el 1 de mayo de 2006, en el ruedo de la Maestranza sevillana. Como atestiguan las crónicas, no fue una tarde de fortuna, aquella en la que decidió dejar los ruedos para siempre. Pero en Plaza tan estricta hasta en la regulación en el cómo y cuándo puede abrirse su Puerta del Príncipe, fue el toreo en pleno –con numerosísimos profesionales en la arena– y el sentir de los aficionados quienes decidieron de manera irrevocable que José Mª Manzanares no se podía ir de cualquier forma, con todo lo que atesoraba su trayectoria profesional. Por eso se dio tanta unanimidad, tanta verdad, en aquella postrera y multitudinaria salida por la Puerta del Príncipe, y su paseo posterior hasta el hotel. Era el refrendo definitivo y público que estábamos ante uno de los toreros que han marcado la Fiesta en la etapa contemporánea. Era, en suma, el mayor reconocimiento que se le podían rendir.
Ahora ese reconocimiento se ha visto renovado con toda justicia y de manera nuevamente unánime. Un reconocimiento que servirá no sólo para agrandar su memoria, sino sobre todo para cincelar definitivamente su nombre en los Anales de la Tauromaquia, porque hay cuatro décadas del toreo que nunca se entenderían si no se tiene como unos de sus referentes principales el nombre de José María Dols Abellán, hijo de torero, padre de toreros y, sobre todo, un hombre al que se pueden aplicar al pie de la letra aquellas hermosas palabras del escritor ilustrado Juan Corrales Mateo, cuando en su “Tauromaquia completa” consideraba como condición necesaria para ser una gran figura “un amor al arte sin límites”. Y José María Manzanares lo tuvo y lo demostró.
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