SEVILLA.Primera del ciclo ferial y tercera del abono. La plaza registró menos de media entrada en tarde veraniega.
Toros de Torrestrella, bien presentados. El primero, de preciosas hechuras, tuvo galope y emotividad; manso y rebrincado el segundo; deslucido y aplomado el tercero; imponente y peligroso el cuarto; bravo y boyante el quinto y muy a menos el sexto.
José Garrido (de verde hoja y oro), ovación y silencio
Joaquín Galdós (de nazareno y oro), ovación y vuelta al ruedo
Alfonso Cadaval (de grosella y oro), silencio tras aviso y silencio
Incidencias: Saludaron Antonio Chacón y Juan Carlos García tras parear respectivamente al primero y al sexto. El banderillero sevillano Santi Acevedo se cortó la coleta a la finalización del festejo.
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La corrida de Torrestrella, desde hace algunos años, se vive pendiente del toro. Hubo dos, acaso tres, ejemplares con teclas que tocar. También un par de ellos prácticamente imposibles dentro del interés que siempre despiertan los pupilos de Los Alburejos. Hablamos de un primero que enamoró al tendido; de un completo quinto que habría sido de revolución con otro ambiente; también de un segundo manso que respondió a las cosas bien hechas. La corrida de Álvaro Domecq no alcanzó el cómputo global de otros años pero volvió a mantener el interés del aficionado. Pero la fachada más vistosa del encierro iba a ser ese ensabanado capirote que hizo primero que alegró las pajarillas de los más avezados por sus hechuras de libro. Es de esos toros que, para bien y para mal, enamoran al tendido desde que salen por la puerta de chiqueros. Garrido, ésa es la verdad, lo bordó con el capote: hondo con la verónica y artista en las dos medias; oportuno y pinturero en el quite por delantales que siguió al primer puyazo, que el astado de Torrestrella tomó empujando. El torero lo colocó largo para el segundo encuentro y Bernal señaló una estupenda vara antes de que Chacón –que saludó- lo bordara con los palos.
El personal se frotaba las manos pensando en lo que podía venir después. La estampa y la emotividad del toro se aliaron al cartucho de ‘pescao’ que fue más aguafuerte que realidad. Al adorno siguieron algunos naturales estimables y ahí se acabó todo. ¿Qué es lo que pasó? El galope del toro –que también tenía teclas que tocar- pedía su propio espacio. Pero Garrido es un torero completamente distinto con el percal y la franela. Luminoso con el primer tejido; torpe, vulgar y sin capacidad de resolución con el engaño definitivo y en las suertes fundamentales. La faena fue una sucesión de tirones, tropezones y espesos mantazos en contra del toro. La gente, ya lo hemos argumentado, acabó tomando partido por el animal que se fue para el desolladero con las orejas colgando y arropado por una ovación que en el caso del matador fue de meras circunstancias. El diestro extremeño iba a barajar muchas menos opciones con el imponente y basto torazo que hizo cuarto, un animal con peligro evidente que le lanzó un puñetazo tremendo a las primeras de cambio. Por el izquierdo no quiso ni uno y por el derecho se quedó siempre corto. Se lo tiene que hacer mirar.
Pero ya hemos dicho que hubo otros dos toros para salir de la plaza con otro aire. Le tocaron a Galdós, que se quedó a las puertas de un triunfo que le habría venido como agua de mayo. El matador peruano enseñó cosas buenas y, sobre todo, una encomiable firmeza que mezcló con algunas desigualdades. En cualquier caso la impresión mostrada fue más que positiva. Ya había mostrado unas buenas credenciales con el manso berrendo que hizo segundo. Fue un manso integral en el caballo que ya había marcado fuertes querencias cuando tocaron a muerte. La mayor virtud de Galdós fue la firmeza para extraer el mejor fondo de ese animal, toreando por encima de una embestida rebrincada que confundió a algunos. El toro respondió a las cosas bien hechas, especialmente en una maciza serie dictada por la izquierda y en un grandioso trincherazo que ligó a nuevos muletazos diestros antes de comprobar que su labor estaba hecha. El espadazo fue contundente.
Esa contundencia estoqueadora es la que faltó a la hora de finiquitar su notable faena al gran quinto, definitiva guinda del encierro de Álvaro Domecq por bravo, alegre y repetidor. El toro, fatalmente picado, pidió guerra al primer muletazo. Y Galdós se la dio poniéndose a torear sin ningún preámbulo. Hubo conexión inmediata con el tendido, especialmente cuando el animal se le vino de largo a la segunda serie para redondear una serie firme y asentada rematada con un emocionante pase de pecho. Por el lado izquierdo faltó la misma redondez pero no faltó un natural largo como un río y una trincherilla de esas que sólo se sueñan de salón. El limeño volvió a la diestra bordando la mejor tanda de su importante faena, abrochada con sabrosos muletazos ayudados y a rodilla flexionada antes de que la espada, ya lo hemos dicho, escamoteara la valiosa oreja que se había ganado. Las palmas para el funo fueron de verdad.
El tercero en discordia era Alfonso Cadaval, que cumplía su segundo contrato como matador en la misma plaza en la que tomó la alternativa en la pasada Feria de San Miguel. La verdad es que el joven diestro sevillano, hijo del ‘moranco’ César, estrelló cualquier ilusión con un lote que pedía mayor recorrido. Se mostró digno, firme y centrado con el tardo y reservón tercero antes de dar un mitin con el descabello. Con el sexto, que se vino como un rayo en el primer muletazo, sólo hay que anotar el buen inicio de un trasteo que se diluyó a la vez que el animal soltaba el ancla. Y en esto no se puede pecar de pesado. Muerto ese sexto, a Cadaval le tocó cortar la coleta a un dignísimo y honesto banderillero sevillano. Hablamos de Santi Acevedo que este primero de mayo lidió su último toro y colocó los dos últimos pares de banderillas de su carrera. Enhorabuena siempre, torero.
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