En las corridas de novillos, con más frecuencia que en las de toros, ocurren lances desagradables, porque el número de cogidas á los lidiadores que en aquellas toman parte es mucho mayor en las primeras que en las ultimas, debido esto, a no dudarlo, a la impericia natural en los que empiezan el oficio, y también a la peor clase de ganado que para las mismas se utiliza. No tiene, pues, nada de particular que sucedan desgracias; pero sí lo tiene que no se trate de buscar un medio de que estas sean menos frecuentes, ya que exista la imposibilidad absoluta de evitarlas m completo; y sin embargo, puede procurarse el logro de tal beneficio, aplicando para ello un poco de voluntad por parte de todos los que en mayor ó menor escala contribuyen a la organización de las novilladas.
Si los ganaderos cuidasen de que los toros de sus vacadas no fuesen destinados a la lidia cuando pasasen de la edad de cuatro, o lo más cinco anos; si atendiesen a la circunstancia, para ellos no ignorada, de que los toretes lidiados de antemano en tientas dobles y triples, en acosos y aun en Plazas, no deben salir al ruedo para lidias formales; y si considerasen que los bueyes cornalones y grandes son los que generalmente causan más daños, estos serían cada vez menores y de escasa trascendencia. Para ese fin habrían de contribuir con iguales propósitos las empresas, no adquiriendo todos de las condiciones que van apuntadas, porque esa muletilla tan en uso ahora de llamarlos “desecho de tienta y cerrado”, creyendo que usando esta denominación quedan del todo a cubierto de responsabilidades, siquiera éstas sean únicamente de orden moral, no las excusa de sufrir las censuras de la opinión pública; que es irritante ver a matadores de cartel lidiando toros nobles, jóvenes y de buenas condiciones, y a los novilleros entenderse con bichos resabiados, viejos y de sentido.
Estamos hablando de corridas de novillos que tienen ya en estos tiempos aires de formales funciones de toros, pero a las que les falta las bases más principales para de tal modo considerarlas; el ganado y los lidiadores. Esos chicos tan valientes, que por adquirir un nombre y ascender en su carrera no titubean en colocarse á un paso de distancia del testuz de un toro de siete años, con una tranquilidad que para sí quisieran algunas eminencias, ¿no merecen que los ganaderos, los empresarios y las autoridades miren por ellos, alejando ó procurando alejar el daño que en su fama y en su cuerpo pueden experimentar?
Otro medio importantísimo para desviar el peligro es el de no permitir que tomen parte en la lidia toreros noveles que de buenas a primeras se presentan sin haber tenido aprendizaje en parte alguna. La Plaza de Madrid no es, ni puede estar destinada a que ensayen su valor y muestren su ignorancia, cuatro infelices ilusos que, llevados de su entusiasmo y sin reflexión alguna, se lanzan a la arena a llevar cornadas; a este redondel no deben venir, ni en él admitirse, toreros que no acrediten suficientemente haber lidiado en otros pueblos toros de puntas, no por afición, sino por estipendio, que en eso de los aficionados hay mucho que rebajar; porque desde el momento en que se abandonó la práctica de lidiar aquellos dos moruchos embolados para los intrépidos principiantes, las corridas han tinado todo el carácter de funciones de toros. Serán, si así quieren llamárselas, corridas de perro chico; pero son corridas de toros de malas condiciones, como llevamos dicho, en cuanto al ganado, e infinitamente peores por lo que respecta al personal de las cuadrilla.
En éste es en el que debe fijar mucho la atención la autoridad que firma el cartel y la que presida la fiesta: la primera para no darle su aceptación si uno solo de los lidiadores en él comprendidos no acredita haber toreado toros de puntas tres veces cuando menos; y la segunda, para evitar ingerencias extrañas ó sustituciones de unas personas por otras, caso ya harto frecuente, que además de ser una burla para el publico, puesto que no se cumple la promesa del cartel, ha originado más de una desgracia, de que son responsables moral y legalmente, los que han suplantado los nombres anunciados, o los que han protegido la aparición entre las cuadrillas de algún desventurado suicida, sin previo aviso, ya que no permiso del Gobierno de provincia, ó siquiera del Alcalde Presidente.
La autoridad superior, al ver que en el cartel que se presenta a su aprobación van inscritos nombres nuevos en esta Plaza, casi todos, debe exigir a la Empresa que contrate dos toreros de reputación acreditada, que cuiden de salvar a tantos ignorantes que se creen toreros porque gastan coleta, y la misericordia divina ha permitido que en ocasiones anteriores les perdonen la vida los compasivos bueyes. Reciente está un cartel en que de ocho toreros de a pie en el comprendido, media docena eran gente ignorada, apócrifa en el arte del toreo; y para un caso así, es para lo que pedimos a la autoridad que obligue a Iq Empresa a contratar diestros de verdad, que ayuden á evitar desgracias. Ahí están, por ejemplo, Juan Molina, Tomás Mazzantini, Santos López y algunos otros, que no se desdeñarían de ejercer cargo tan honroso, inspirando confianza al público, que les otorgaría de buena gana el título de salvadores de maletas, Esto no es nuevo, ni lo indicamos como exigencia, sino como la cosa más natural del mundo; que en los toros de muerte de las novilladas hemos visto poner pares á Muñíz, Blayé, Regatero y otras notabilidades, a pesar de ser banderilleros en las mas célebres cuadrillas de su época.
Es indispensable que la autoridad ponga mano en el asunto, meditando que si para las novilladas pueden admitirse aprendices, para las corridas de toros, siquiera sean del género chico, se necesitan toreros; que debe reconocerse el ganado con más detenimiento del que ahora se hace, rechazando los toros que no sean de casta y los que pasen de cinco años; y que será muy conveniente la presencia en el ruedo de uno ó dos diestros, verdaderamente diestros, que ejerzan el cargo de salvavidas. Más cuidado por parte de la autoridad para evitar desmanes, abusos é infundios, de los que ya se va cansando el público madrileño.
►La Lidia, 31 de agosto de 1896
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