MADRID. Quinta de feria. Más de tres cuartos de plaza. Toros de Parladé, bien presentados y “guapos”, con casta, nobleza exigente y repetición; 2º, 3º, 4º y 5º, cinqueños. Manuel Jesús “El Cid” (de grana y oro), silencio tras un aviso y división de opiniones. Iván Fandiño (de teja y oro), una oreja y una oreja tras aviso. Ángel Teruel (de espuma de mar y oro), silencio tras un aviso y silencio.
Una encastada y brava corrida, con nobleza además, frente a un torero aún más encastado y firme, empeñado en templar sus muñecas. Este si que es un rompedor y auténtico mano a mano. Lo protagonizaron en el ruedo venteño la ganadería de Parladé y el torero vizcaíno Iván Fandiño. Dos triunfos de ley y una Puerta Grande de las auténticas. Alto han puesto el listón de esta feria, un serio compromiso para los que vengan detrás.
La corrida de Parladé, bien presentada pero no cargada de kilos, estaba eso que se dice “bien hecha”; dentro andaba cargada de casta, pero de casta noble, y como tal era exigente. Tan exigente que había que torearla, ponerse en el sitio adecuado, llevarla por abajo y con largura… Todos esos requisitos que exige el toreo verdadero. Tuvieron un buen comportamiento ante el caballo, galoparon con presteza en el segundo tercio y llegaron al último tercio dispuestos a brindarle un triunfo a quien fuera capaz. Pasearlos por el ruedo siguiendo la muleta no era suficiente; había que someterlos.
Decía un vecino, en esos minutos de sinceridad que a veces se tienen con uno mismo: “Nos dicen que esta corrida ni viene de Domecq y que lleva otro hierro, y andamos locos por la calle”. Y es cierto, porque en el ruedo se vieron a seis toros “no predecibles”. Ya el que abrió plaza rompió las prevenciones, que sólo reaparecieron parcial y ocasionalmente en el más blando 3º, pero al salir del tendido la opinión era unánime: se había disfrutado de una gran corrida de toros, aunque el tendido no había sido precisamente generoso con sus palmas.
El año pasado, un toro de Parladé metió en la cama a Iván Fandiño, cuando le faltaba un suspiro para abrir la puerta grande. Doce meses después, unos hermanos suyos le sacaron en volandas. Deuda saldada. Pero también Madrid saldó sus cuentas pendientes con Fandiño: diez años en un tris del triunfo rotundo, que al final se truncaba por esas mil circunstancias que se dan en un ruedo. En este 2014, el vizcaino iba a por el “si o también”.
Tuvo mérito, mucho mérito, la tarde de Fandiño. Pero más merito tiene aún si se contempla desde la perspectiva de toda su trayectoria, construido permanente a contrapelo. Lo único que se mantuvo incólume fue la voluntad de aquel muchacho de Orduña que un día soñó con ser torero, pero que además nunca dudó de sí mismo. Si a partir de este 13 de mayo no se rompen definitivamente todos los tabús y se abren los últimos cerrojos que pretenden que esto sea cosa de tan sólo media docena, se habrá puesto en cuestión una de las verdades esenciales de la Tauromaquia.
Muy firme aguantó de lejos la viva embestida de “Cabreíto”, un cinqueño del que sólo ver su galope era un espectáculo. Ya con la derecha y, en especial, con la izquierda, la faena se construyó con autenticidad. En el momento justo, antes de que su enemigo perdiera pujanza, llegaron las apretadas bernardina y un señor espadazo. Cambió los papeles con el 5º, otro cinqueño. Ahora comenzó su trasteo que un original 5 en 1, para de inmediato adelantarle por derecho la muleta con la izquierda para vaciarlo muy atrás. A partir de ahí rompió su recital. En una primera fase, con la izquierda; en la segunda, con la derecha. Y cuando “Rapiñador" cuadró, se tiró con decisión y sin muleta detrás de la espada, que quedó arriba, pero que necesitó del refrendo del descabello. La Puerta Grande ya era completamente suya.
Ha vuelto a confirmar Ángel Teruel que cuenta con un interesante corte de torero. Maneja los engaños con elegancia, buscando la mayor ortodoxia. Y para lo poco que ha toreado, tiene el oficio bien aprendido. Necesita algo tan lógico como placearse, no esperar ahora cinco meses para volver a verse en una puerta de cuadrillas. Si esta tarde se hubiera enfrentado a sus dos “parladé” con ese bagaje, nada extraño sería que ahora estuviéramos hablando de un triunfo.
No es buena noticia. Pero “El Cid” ha confirmado lo que se vio en Sevilla: no está en su momento, ni en su sitio. La corrida le vino grande, exigía dar ese pasito más, ese esfuerzo ante una duda, ese estar convencido de la propia fortaleza de sus muñecas. En otros tiempos, hoy habría roto Las Ventas. No pudo ser. Con tanto triunfo y tanta puerta grande como tiene en su historia, no es cosa de ahora pretender arrumbarlo, que es lo que suelen hacer los taurinos. Hay que esperar a su recuperación.
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