Iván Fandiño y David Mora mantienen su crédito

por | 23 Sep 2011 | Temporada 2011

SEVILLA. Primera de la feria de San Miguel. Algo mas de media entrada. Tarde ventosa. Toros de José Luis Pereda, correctos de presentación, pero escasos de fuerza y bajos de raza y fondo. Iván Fandiño (de azul eléctrico y oro), silencio y ovación tras aviso. David Mora (de fucsia y oro), ovación y palmas. Esaú Fernández (de blanco y oro), ovación y ovación.

Una deslucida corrida de José Luis Pereda trajo de la mano una tarde en la que tan sólo pueden anotarse apuntes de interés, pero sin alcanzar ese punto álgido que se necesita para llevar la emoción a los tendidos. La corrida, es cierto, ofrecía incluso un punto de nobleza, con excepción del quinto; pero su carencia de fondo y raza hacia que pronto se agarraran al piso, con viajes cortos y la cara muy suelta.

Y ha sido una pena, porque los aficionados sevillanos tenían interés en ver el momento que atraviesan Iván Fandiño y David Mora. De hecho, se pudo comprobar desde el inicio la receptividad que había ante cualquier detalle que pudieran redondear. La predisposición no podía ser mejor; luego los “peredas” se encargaron del resto.

Fuera de disposición y firmeza, poco pudo dejar sobre el ruedo Fandiño con el toro que abría plaza, un toro suave y con clase, pero que ya llegó a la muleta sin recorrido ni acometividad.  Con el cuarto, que se movió más pero con ciertas brusquedades, el torero vizcaino hizo un planteamiento inteligente, ofreciéndole los engaños en la distancia justa para aprovechar su propia inercia y  a partir de ahí llevarlo muy metido en el engaño. En especial con la mano derecha hubo series de mérito, pero en conjunto supo construir una faena que iba calando entre los aficionados. Las ajustadas bernardinas con que abrochó el trasteo terminaron de calentar el ambiente. Pero pinchó antes de dejar una estocada entera y  lo que pudo ser una oreja quedó en una ovación.

De David Mora se cantarán a buen seguro, y es justo, los excelentes lances a la verónica con que recibió al quinto, un toro zancudo que estaba siempre pendiente, como luego se comprobó, de lo que se dejaba atrás. Lo lidió sin agobios. Con su primero había dejado anotados muletazos largos, profundos y templados, mejores los derechazos que los naturales, pero todos ellos sin la continuidad necesaria, que era imposible con un toro tan justo de recorrido. Un espadazo arriba precedió a una fuerte ovación.

Después de una atípica primera temporada como matador de toros, volvía al ruedo de su alternativa el camero Esaú Fernández. En sus dos toros se fue a la puerta de chiqueros, para dejar desde el principio la tarjeta de su buena voluntad. Luego las cosas salieron desiguales, como correspondía a la condición de sus dos enemigos. Con todo, se mostró más decidido con el sexto, ante el que expuso mucho, bien que con variado resultado. En ambos estuvo breve con la espada, aunque se le fue en ambos casos un poco baja.

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