Cuando en la noche del sábado 17 de junio moría en el hospitl Mont de Marsan (Francia), Iván Fandiño entró definitivamente en los Anales grandiosos de la Tauromaquia. La cornada que le produjo un toro de Baltasar Ibán en la cercana plaza de Aire Sur L´Adour no dio margen para sacarlo adelante, como certificaron los médicos que le atendieron. Y el toreo, un año después de perder a Víctor Barrio, volvió a vestirse de luto.
“Ha engrandecido nuestra profesión con su vida, nos deja el legado de su grandeza; nunca le olvidaremos", dijo sobre él una figura como Juan A. Ruíz “Espartaco”. Y como éste, fueron –hoy siguen siendo– innumerables los testimonios sobre el toreo vasco. Y es que el toreo cuando llora, lo hace desde el corazón.
El más importante de los “toreros de hierro” –como Fernández Casado definió con acierto a los toreros vascos– de todos los tiempos, el que con mayor asiduidad y triunfo pisó todos los ruedos de la geografía taurina, dejó tras de sí la estela de un profesional honrado, que lucho lo indecible hasta abrirse paso y recibir el reconocimiento de los aficionados. Todo un ejemplo de constancia, de fé en su concepción del toreo, de afición, en suma.
En su homenaje, nuestra Redacción ha preparado –en formato PDF– este documento, en formato PDF, en el que los lectores puedan mantener viva su memoria, a través de los hechos que ocurrieron a raçiz de aquel fatídico 17 de junio.
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