PAMPLONA. Octava del abono de San Fermín. Lleno total. Toros de Fuente Ymbro –el 5º como sobrero–, de excelente presentación y juego sin interés, a excepción de 3º y 4º que tuvieron calidad. Juan José Padilla (de gris perla y oro con cabos negros), una oreja y una oreja con petición de la segunda. Miguel Ángel Perera (de verde musgo y oro), silencio y ovación tras dos avisos. Iván Fandiño (de grana y oro), dos orejas y silencio. Padilla y Fandiño salieron por la Puerta Grande.
Si se quiere ir directamente a la almendra de la cuestión, hay que decir por derecho: Iván Fandiño ha cuajado en este sábado a su buen primer toro la que ha sido mejor faena de la feria, a expensas siempre de lo que ocurra en la miurada de cierre. Una faena muy sólidamente fundamentada, resuelta en unos pocos metros cuadrados y siempre con la verdad por delante. Pese a ello, a lo mejor nos encontramos con la sorpresa que se hable bastante –si nos descuidamos, incluso más– de si a Padilla se le debieron conceder las dos orejas del 4º o no; respetuosamente hay que decir que semejante dato constituye un anécdota de orden menor, si se pone en relación con lo que ocurrió realmente en el ruedo pamplonés.
La corrida de don Ricardo, el mejor vendedor que tiene la UCTL, había tenido la mala pata de comenzar el día protagonizando, muy a su pesar, un encierro trágico, como pocos se recuerdan. Por la tarde, dos de sus toros pudieron luego reivindicar el buen nombre de la divisa de Fuente Ymbro por su calidad. De la dehesa gaditana vino una corrida fuerte, muy fuerte; hasta el punto que más que grandes eran grandullones, verdaderos “armarios”. Quizás por eso se notó tanto la diferencia de trapío del sobrero 5º, que siendo un toro, bajaba de nivel. Sus grados de raza fueron muy diversos, como también a más de uno le costaba mover tanta báscula y a todos convenía medirlos mucho ante el caballo. De triunfo claro hubo tan sólo dos: el 3º y el 4º, que era de vuelta al ruedo segura si hubiera peleado mejor con el montado; pero ambos, con galope, ritmo, calidad y clase.
El toro del triunfo grande salió, sin embargo, sin terminar de entregarse en el capote de Fandiño, como luego el piquero de turno debió casi simular la suerte. En la muleta, en cambio, fue a más. El torero de Orduña lo cuajó desde el vibrante inicio con los cambios por la espalda hasta el estoconazo final, que lo tiró patas arriba. Una faena de las de mayores vuelos de las que se le han visto cuajar. Con la derecha, primero sin obligarle, luego bajándole la mano, hubo unas series espléndidas. El fuenteymbro era menos generoso por el pitón izquierda y eso se dejó notar en los naturales. En cualquier caso, toda la faena discurrió sin tiempos muertos, con agilidad y, sobre todo, unidad. Un conjunto redondo.
No pudo Fandiño redondear la tarde: el que cerraba plaza deambulaba descoordinamente por el ruedo. Tanto como para haberlo devuelto, que es lo que merecía. La Presidencia no lo consideró así y toda la lidia discurrió tan condicionada que huelgan mayores comentarios.
En castizo se diría que lo de Padilla y los mozos de las peñas “acaba en boda”. Qué oleadas de entusiasmo levanta a su paso, ante el más nimio gesto, incluso cuando el toro ni siquiera está en el ruedo. Llevados de tales amores obligaron a que se le concediera la oreja de su primero, un cinqueño muy hecho; un trofeo por puro conteo de pañuelos, porque cuanto hizo el jerezano no tuvo ninguna entidad mayor. Dejando al margen lo chapuceramente que lo banderilleó, su faena careció del mínimo fundamento y en ocasiones hasta de quietud. En otro stio habría pasado desapercibida.
Con el cuarto, en cambio, ya fue otra cosa. Tras la correspondiente dosis de largas cambiadas, dejó Padilla unos limpios lances a pies juntos, para luego conseguir un mejor tercio de banderillas, en especial el último de los pares. Para ser fiel a su propia imagen y a su público –que entonces andaba liado con la merienda–, comenzó la faena en los medios con una serie de derechazos rodilla en tierra. Ganada la atención, luego ya se asentó e incluso fue a más: las dos tandas finales con la mano izquierda fueron sencillamente magníficas. Y vuelta a los alardes y las reolinas diversas, hasta dejar una estocada entera. A partir de ahí, como por la ley de las compensaciones, la Presidencia se puso más exigente y tras concederle un trofeo permaneció impávida aguantando la bronca de las peñas que querían más, como quedó de manifiesto en las efusivas vueltas al ruedo, bandera pirata incluida.
Por lo demás, en Pamplona se repitió la mala suerte que está teniendo en los sorteos Miguel A. Perera: a sus manos fueron los dos fuenymbros más deslucidos del conjunto. Si primero se acostaba por los dos pitones y lo completaba con unos finales deslucidos; el sobrero que hizo 5º se pasó su turno protestando en todas las embestidas. Con todo, a lo mejor si el extremeño se decide a llevar siempre por abajo a su segundo, el toro habría desarrollado algo más; pero con los finales por arriba y llevandolo siempre a media altura, había poca tela que cortar. A base de ponerse repetitivo en sus arrimones finales, acabó recibiendo dos avisos, antes de dejar un sablazo en los sótanos.
Alguno se puede preguntar, leído o anterior, si el Presidente hizo bien o hizo mal al negarle a Padilla la segunda oreja. Se lamenta decir que es una discusión sin fuste que nada aporta a la realidad de la corrida que se ha visto. No pasa de ser una singularidad más de la fiesta sanferminera.
►El encierro: Largo y con complicadísimo final el encierro mañanero. Cuando ha sido la noticia más vista en todos los telediarios, huelga dar aquí mayores datos: las imágenes son tremendas. ¿La causa? Una de las hojas de la puerta de acceso al ruedo, que en el barullo de las carreras se cerró y dejó el espacio para la entrada de toros y corredores reducida a la mitad. Un caso de mala fortuna, de los que solo ocurren cuando todo se vive en directo y con seis toros corriendo por detrás.
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