VALLADOLID. Segunda de feria. Lleno. Cinco toros de Zalduendo, (3º bis como sobrero), y uno de Las Ramblas (4º bis), mal y anovlladamemte presentados, mansos y de poco juego. Morante de la Puebla (de tórtola y oro), bronca y palmas. Sebastián Castella (de grana y oro), ovación y una oreja tras un aviso. Alberto López Simón (de marino y oro), una oreja y ovación.
Consumida la abundancia, queda la nada. Pues eso, consumida la abundancia en la corrida extraordinaria del domingo, para la segunda de feria tan solo quedó la nada. Y así nos fue en tarde plomiza e inacabable –tres horas menos 8 minutos–, en la que lo más gratificante resultó ser la temperatura ideal a partir del 4º toro. Bueno, eso y la entrada, con un centenar de localidades desocupadas para colocar el “No hay billetes”. El efecto JT sobre el abono.
Alberto Bailleres envió a Valladolid una corrida impresentable; hasta los dos cinqueños tenían una lámina anovillada que tiraba para atrás. De no pasar el reconocimiento. Pero lo pasó. Por dentro, mansedumbre, endeblez en los remos, embestidas muy informales y sin clase alguna. Un par de ellos, además, como un punto de descoordinación en sus andares.
Pero dentro de su categoría orgánica de toros predecibles, a casi todos cuando se les metía de verdad en la muleta, cuando se les templaba, iban y venían, con tal de que el espada de turno pusiera de su parte la voluntad y la técnica necesarias para que no se salieran de la suerte.
Ejemplo evidente, el mansísimo sobrero que hizo de 3º bis. Después de múltiples enganchones y paseos, cuando por fin López Simón se decidió a templar sus muñecas y a llevarlo largo y por abajo, el de Zalduendo respondía. Sin clase, pero respondía. Lo que ocurre es que para entonces ya el personal estaba bastante exhausto y sólo corrrespondía a los alardes de rigor. La oreja cayó sin una clara mayoría de peticiones. En el que cerró plaza se mostró animoso, pero con un lucimiento escaso.
Sebastián Castella, que guste más o guste menos, siempre sabe estar en el ruedo, no quiso pasear la que le concedieron en el 5º. Un detalle por su parte. Había estado empeñado en que la ocasión no se le fuera en blanco y lo buscó por todos los medios. Dejó lances pausados, un quite variado y muletazos con la clase que no tenía su enemigo. Pero era imposible darle unidad a todo el trasteo: se negaba en rotundo el de Zalduendo. Poco pudo hacer Castella con su primero
Morante no se entendió con el que abrió plaza y expeditivamente tiró por la calle de en medio, con final lamentable en el manejo de la espada. El personal se enfadó bastante. Aunque ya de primeras salió con la espada de matar, trató de dejarse ver con el sobrero de Las Ramblas –un cinqueño algo más lucido de hechuras–; entre probaturas e intentos fallidos dejó algún lance y algún muletazo de su firma.
Como el público de la tierra es paciente, al final de tanto sopor acabó saliendo de la plaza hablando de la posibilidad de que este viernes José Tomás y Manzanares arreglen el entuerto. ¡Que bueno es el público de toros!
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