Fue casi premonitorio. En las Corridas Generales del pasado agosto en Bilbao, Enrique Ponce buscó en el callejón los micrófonos de Canal + Toros. Quería brindarle un toro a Iñaki Azkuna, alcalde de Bilbao, ya por entonces en una fase tan avanzada de su enfermedad que no le permitía ir a la Plaza. Fue aquel oportunísimo brindis el reconocimiento público, el agradecimiento también, a quien siempre se distinguió por su profundo respeto por la Tauromaquia, pero también por su trabajo callado y eficaz para que las tradiciones taurinas se mantuvieran en su mayor nivel en lo que siempre ha sido, con Sevilla y Madrid, el ciclo taurino más importante de una temporada. No pudo ser más acertada ni más justa la iniciativa nacida de la sensibilidad de Enrique Ponce.
Hoy cuando tantos, incluso entre sus oponentes políticos, se entristecen con la muerte de Iñaki Azkuna, el mundo de la Tauromaquia debe reconocer que tiene una importante deuda de gratitud con el hasta el pasado jueves fue regidor de la villa de Bilbao. No era un aficionado, tal como lo entendemos usualmente; pero si disfrutaba con la Fiesta y era asiduo a la plaza bilbaina. Pero tenía un valor mucho más importante: era sabedor de la importancia que la Fiesta de los toros representaba en la tradición y en la propia realidad de la vida y la historia de Bilbao. Y actuaba en consecuencia. Un verdadero modelo de cómo desde un cargo público se puede y se debe defender lo taurino, sin mezclarlo para nada en banderías políticas.
“Con este no se juega”, venía de decirles con firmeza a quienes trataron en distintos momentos de abrir etapas de incertidumbre sobre la continuidad de los toros en Bilbao. Y en efecto, siempre se mantuvo con energía en esta posición durante su amplia etapa como alcalde. Gracias a ello, en la capital vizcaina la Fiesta no sólo ha ido a más, sino que vive uno de los momentos más álgidos de su larga historia taurina, como recientemente se ha reconocido con la concesión del “Premio Paquiro”, que compartió con Enrique Ponce. Visto a día de hoy, con Iñaki Azkuna en su capilla ardiente, no pudo ser más acertada la decisión de aquel Jurado.
Presidente nato de la Junta Administrativa de la plaza de Vista Alegre en su condición de alcalde, no fue un cargo que se tomara como algo poco más allá que protocolario. Así como nunca se interfería en el trabajo de los conocedores de lo taurino –los integrantes de la Comisión Taurina de la Junta, que encabeza Javier Aresti–, tampoco nunca dejó de recordarles la trascendencia de su labor y de exigirles que siempre estuvieran en sus decisiones a la altura de lo que Bilbao representaba. A diferencia de otros muchos hombres públicos, Azkuna reconocía con los hechos la gran trascendencia y valor, tanto económico como social, de cuanto la tauromaquia representaba.
Y es que en su manera de pensar, la Fiesta era, desde luego, una actividad de negocio, cuyo impacto sobre la economía local le gustaba cuidar y potenciar. Pero antes que todo eso, aún siendo importante, siempre fue muy consciente que la Fiesta de los toros formaba parte del alma y del espíritu de lo que siempre ha sido Bilbao, una de las señas de su propia identidad colectiva.
Era Iñaki Azkuna un hombre esencialmente bueno. Apasionado de la obra de don Miguel de Unamuno. Médico de profesión, artífice de todo un modelo de la sanidad pública, como el que rige en el País Vasco. El mejor alcalde que se recuerda en la historia bilbaina, pero reconocido además como el mejor alcalde del mundo en 2012 por la City Mayors Foundation. Autor del cambio radical del panorama de su ciudad, hasta convertirla en referente de una urbe moderna y del siglo XXI. Un autentico ejemplo en la que ha sido su titánica lucha contra la enfermedad, sin decaer un momento, sin dejar de cumplir con sus obligaciones públicas, sin una palabra de lamento. Su amistad más que un honor constituyó literalmente un privilegio. Pero para quienes amamos el Arte del Toreo era, ante todo, el mejor valedor que hemos tenido en mucho tiempo, un verdadero ejemplo.
Por eso hoy también el mundo de la Tauromaquia está de luto. Y si en algún lugar en esta tarde se hiciera un paseíllo, qué oportuno sería ese minuto de silencio en su homenaje y su memoria, pero en agradecimiento también a cuanto le debemos.
Descansa en paz, alcalde; gracias, amigo.
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