MADRID. Décimo tercera de la feria de San Isidro. Lleno de “No hay billetes”. Cinco toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados pero de juego deficiente, y un sobrero (5º bis) de El Torero, excelente. Diego Urdiales (de grana y oro), silencio y vuelta al ruedo tras dos avisos. Sebastián Castella (de coral y oro), silencio tras aviso y una oreja tras aviso. Alejandro Talavante (de nazareno y oro), silencio tras aviso y pitos.
Faena importante de Sebastián Castella. De toreo cadencioso, sintiéndose, casi al ralentí. Puede que sea la mejor faena que ha hecho en Las Ventas. Si largos y templados fueron los muletazos sobre la derecha, la izquierda no se quedó atrás, e incluso subió de nivel. Y eso con un toro excelente, encastado y que se desplazaba con clase, ante el que había que estar a su altura, que no es fácil.
Construida en los medios, estamos hablando de una faena muy compacta, de esas que los antiguos revisteros decían que se había hecho sin salirse de una loseta. Y siempre con profundidad y largura. Pena de estocada ligeramente caída, que le privó de la segunda oreja y de la Puerta Grande, que hubiera solemnizado la calidad de su actuación. Pero pese a ello, excelente Castella.
El resto de la tarde quedó definido principalmente por la corrida de Núñez del Cuvillo, en la que el bueno fue el sobrero, un cinqueño de El Torero, para el que se llegó a pedir la vuelta al ruedo, después de su demostración de bravura y casta. Pocos toros veremos en este San Isidro con tanta calidad como la de este sobrero, que no era la primera vez que se enchiqueraba. Son las cosas de este arte, que cuando nadie lo espera, salta la liebre. ¡Y qué liebre la de este "Lenguadito"!
Dicho lo cual, lo demás se podría sobreentender. Y es que no han sido precisamente los “cuvillos” esperanzadores que se vieron en Valencia o en Sevilla. Con buena fachada, con cabezas poco usuales hasta ahora en este hierro, por dentro en cambio llevaban muy poquito contenido: sin clase ni continuidad en sus embestidas, aunque alguno fuera pronto a los cites. De los lidiados, el más potable acabó siendo el 4º, aunque tenía un punto de engañoso, porque no iba hasta el final, ni se rebozaba en sus embestidas.
Frente a este 4º hemos recuperado el buen sabor de boca que siempre deja el toreo de Diego Urdiales. Había brindado a Curro Romero y quiso hacer honor al brindis. En toda la actuación del riojano hubo verdad y autenticidad, aunque necesariamente se produjeran altibajos. Especialmente con la mano izquierda dejó verdaderos carteles de toros, que llegaron muchísimo a los tendidos. Era sencillamente el toreo con naturalidad, sin pies forzados, con estética sin alaracas pero profunda, desde los cites hasta el remate de cada muletazo. Le tenía cortada la oreja, pero se demoró con los aceros, hasta recibir dos avisos. En cualquier caso, la afición madrileña le reconoció su labor en la vuelta al ruedo.
La historia de los dos primeros toros, negados por completo, puede pasarse por alto: nada de reseñable hay. Mejoró algo con el 3º, que sin romper la mala tónica de los “cuvillos”, dio ocasión a Talavante para dejar en el ruedo cuatro naturales soberbios. Poco, o más bien nada, con el que cerraba plaza, ante el optó por la vía rápida, sin darse coba con un toro sin mayores posibilidades.
0 comentarios