Historia verdadera de la evolución del toreo

por | 17 Nov 2012 | Firma invitada

Estamos ante los dos libros culminantes de José Alameda, que reúnen no sólo la teoría, sino el saber de toda una época, la summa del toreo en toda su dimensión. Si en Historia verdadera de la evolución del toreo retoma, hace suyo el título que hizo célebre al soldado-cronista Bernal Díaz del Castillo: Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, en El Hilo del toreo parece regresar a los orígenes de una leyenda, de un mito del que se desprende, en buena medida la condición de lo subjetivo que adquiere la tauromaquia desde que esta expresión se configura y reconfigura en sus adentros, para convertirse en ingrediente principal de lo que hoy es el toreo.

Pero “vayamos por partes”, como aconsejaba Jack el Destripador.

La Historia verdadera de la evolución del toreo se publica en 1985,[1] fecha en la que el autor tendría ya una primera y acabada idea de todos los principios allí establecidos. Todos, o la gran mayoría se encuentran más en el plano técnico que él matiza con lo estético, aspecto este último que procede de su visión e interpretación en cuanto elemento sensible, factor que permite proveer a la obra el toque refinado, mismo que trasluce a lo largo de todas sus páginas.

Eso sí, tengo la sospecha de que la Historia verdadera… no nos contaba lo último que Alameda pensaría al respecto de sus postulados. Era él mismo el primero en someter a juicio sus ideas y teorías. Por eso en El Hilo del toreo terminó bordando finamente toda la experiencia reunida hasta entonces. Pero Alameda ya no tendría mucho tiempo en pulimentar sus ideas principales que en algún momento, Espasa-Calpe aceptó o revisó para decidir la edición de 1989, un año antes de la muerte del autor.

Sin embargo, como el propósito en este trabajo es la disección de su obra integral y no las especulaciones, debo seguir mi labor.

Al menos, eso pareciera, con el hecho de que en esta obra se comprenden un buen número de toreros y sus diversas aportaciones a la técnica o la estética, sí nos refiere una “sucesión de figuras” que, en línea recta o como quieran ustedes, define lo que podría llamarse un “hilo de conversación”, por lo que ya estamos en presencia del que más adelante será la síntesis de toda esa panorámica: El hilo del toreo.

En la historia, siempre es pertinente la interpretación, pero también la reinterpretación que sobre un mismo hecho pueda darse en diferentes momentos. Las perspectivas van cambiando, y hoy por ejemplo, luego de la conmemoración del bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución mexicanas en 2010, tenemos otra mirada de ambos acontecimientos. Lo mismo debe ocurrir cuando se analiza a un torero, una época o el acontecimiento que determinaron, en su conjunto una serie de circunstancias, cambios o reacomodos clave en la tauromaquia. Por tanto, ese ejercicio lo mantuvo como parte de su quehacer permanente el escritor José Alameda; que también era capaz de transmitir el periodista José Alameda; y de darlo a conocer en cuanta conferencia fuese posible, el ameno José Alameda.

De entrada hay una original exposición de motivos que ubica en la “prehistoria del toreo”:

Los viejos antecedentes, como los ritos cretenses o las escenas taurinas del circo romano, no guardan relación alguna de continuidad con las corridas de toros actuales, ni de causa a efecto. En cambio, desde los torneos medievales hasta hoy, la continuidad es rigurosa. La fiesta de toros no empieza, pues, por el toro, sino por el caballo y a su servicio.[2]

Podría ser sujeta de una discusión, pero la forma sintética en que resuelve esa trayectoria histórica, y además la pone de un brinco en condiciones para introducirnos de lleno en la condición del toreo de a pie en su expresión más primitiva, pero también profesional, tiene suficiente validez como para someter esa idea primigenia a un estudio de fondo, con todo lo que la investigación implica, quedando para ello una escasa bibliografía que, por su condición en el tratamiento –sobre todo si este es académico-, permite encontrarnos especificidades que por ahora solo dejo sugeridas en algunas fuentes totalmente confiables.[3]

Conforme la lectura avanza, ciertos párrafos e ideas no nos resultan ajenos, sobre todo por el hecho de que el desarrollo de esas consideraciones formaron parte en algún momento del conjunto de los otros títulos ya reseñados. Solo que en este caso, se genera una especie de concentración, de síntesis que adquiere mayor y mejor coherencia. Por tanto, la lectura va adquiriendo “hilo”.

Cataloga a los pioneros –dinastías como los Romero y los Rodríguez- y nos pone frente a dos ambientes que entrañarían en buena medida diversos significados donde la tauromaquia fue encontrando derivaciones concretas, a partir, por ejemplo de lo que para muchos aficionados significado el estilo o el espíritu –quizá también la escuela- rondeño o sevillano, como acentos específicos que han definido formas concretas de expresión y que permanecen, enriquecidas hoy día con otras que van hasta la “mexicana” misma.

No excluye aquí ciertas ideas ya plasmadas en otros de los títulos, como es el caso en Toreo, arte católico, donde expresa los que son ya sus paradigmas, de los que ya no podrá distanciarse. Antes al contrario, los va fortaleciendo, les va dando un matiz que madura con el tiempo, pero sobre todo con la visión que cambia con el tiempo, la distancia y la experiencia que acumula al paso de los años, pero que se consolidan cada vez de mejor manera en Historia verdadera de la evolución del toreo, hasta alcanzar la cumbre del que podría ser un tratado, a la manera de las Tauromaquias de Pepe Hillo o de Francisco Montes, cuando el toreo comenzaba. Y no es que explicara en qué consistía cada suerte, sino que planteaba las mismas desde el plano de la ejecución misma. Es decir, de cómo tenían que ser a la hora de llevarlas a su consumación, tomando en cuenta las condiciones del toro, pero también las que el torero tendría que imponer como el eje de mando (vertical), donde debe girar esa otra fuerza (horizontal), la del toro ya dominado. Y más aún. Mientras José Delgado, junto a Paquiro, incluso Pedro Romero están tratando de imponer un estilo, aquel que se separa definitivamente del toreo en su sentido más primitivo, para ordenarlo y orientarlo hacia el sendero de la evolución, la cual se convierte en realidad en los primeros 30 años del siglo XIX, por lo que, con la aparición de la Real Escuela de Tauromaquia de Sevilla, impulsada con fines populistas por Fernando VII, ese mismo toreo va a encontrar una afortunada coloratura cuya dirección apunta a la modernidad, sin más.

Pero tomemos en cuenta que mucho de lo que hicieron estos y otros diestros fue todavía dentro del marco de una fiesta que poseía fuerte carga del primitivismo originario, cuando el toreo de a pie adquiere capacidad de desarrollo. La corrida como tal tuvo que ir cambiando en sus estructuras conforme avanzaba el siglo XIX. Para ello era necesaria la aportación que fueron haciendo desde el campo los hacendados y ganaderos, proporcionando un toro acorde a los estilos impuestos por la evolución misma. Así también, el desempeño en cuanta aportación generaran los de a pie como una forma de eficientar y modernizar, en la medida de lo posible, un espectáculo anacrónico. Atemporal.

De eso precisamente nos habla en cuanto desarrolla el capítulo dedicado a “Cúchares”.

Como apunta: En realidad, el toreo de muleta empieza a desarrollarse después con Cúchares, cuya libertad de espíritu y singular agudeza lo constituyen en un auténtico creador.

Y es que Cúchares pasa del toreo como medio al toreo como fin. La muleta no sólo vale para preparar al toro a la muerte… Cúchares le quita a la muleta su servidumbre de azafata de la espada. La coloca en el trono. Y hace con ella eso: el arte de Cúchares.

Ahora bien:

Si lo consideramos bien, el toreo actual se reduce a algunas verónicas, a la sufrida “chicuelina”, expuesta a todas las interpretaciones, desde las eximias hasta las ramplonas, pero prácticamente huérfana y solitaria en el primer tercio… Y con la muleta, a casi únicamente un pase, repetido en muchas ocasiones y muy depurado de ejecución por lo general, pero uno sólo…[4]

Otra de esas apreciaciones con que va haciendo su narración, tienen que ver con el hecho de que durante varias épocas, el toreo se valió de parejas en el ruedo: Cúchares y El Chiclanero; El Gordito y El Tato; Lagartijo y Frascuelo; El Guerra y El Espartero, Bombita y Machaquito que forjaron destinos concretos en la tauromaquia entre la segunda mitad del siglo XIX y los primeros años del XX. Cada quien con su contrapunto vino a realizar esta o aquella aportación y es lo que destaca el autor. Incluso, por ahí el radio de influencia de todas esas etapas llega hasta un México que ya había traspasado la segunda mitad del siglo pasado, justo cuando apunta:

…en México, como decimos, muy notoriamente Manuel Capetillo, quien incluso llegó a teorizar sobre la base de que ese engranaje técnico constituye la única forma de ligar el toreo en redondo sin pasos entre los pases. Con más variedad de matices en su toreo y mayor amplitud de concepción, ha sido Manolo Martínez quien más ha contribuido a que esa modalidad se asimile en mucho a un posible estilismo mexicano, aunque yo prefiero, desde luego, hablar de “sentimiento”, que de estilo.[5]

Estilismo mexicano que ya había impuesto como una línea definitiva Rodolfo Gaona, cincuenta o setenta años atrás.

Nombres, van surgiendo nombres, y también épocas que permitieron afinar y afirmar el sentido y significado del toreo, sobre todo cuando va a darse la transición secular, del XIX al XX. Allí está con toda su rotundidad Antonio Fuentes, del que Rafael Guerra Guerrita sentenciaba: “Después de mí, naiden. Después de naiden… Fuentes” para, a continuación hacer aparecer en la nómina de los grandes personajes a Rodolfo Gaona, “figura muy interesante, en realidad inédita para la crítica que no la ha examinado con el detenimiento que merece” pues significa de que aún, a pesar de una vasta bibliografía y hemerografía dedicadas a tan enorme figura, no hay hasta ahora un estudio en el que se refleje la real dimensión de su toreo. Lejos de la exaltación de lo que significaba alguno de los triunfos del leonés, no hubo ni hay, hasta ahora, ese análisis rotundo que nos lo explique a la luz de su toreo, ese que recibió gracias al hilo conductor existente entre todos aquellos toreros ya mencionados y una pieza que se convierte en el vehículo de dicha comunicación. Me refiero a Saturnino Frutos Ojitos. Por eso, no me resisto a incluir un texto que, siendo de mi autoría refleja parte de esa visión.

RODOLFO GAONA LOGRÓ UNIVERSALIZAR EL TOREO

Con Rodolfo Gaona encontramos el prototipo de la faena moderna.

Rodolfo Gaona tuvo entre otros privilegios, ser considerado como el “indio grande”. España misma con su afición de principios del siglo XX se caracterizó por cerrarle las puertas a todos aquellos toreros que no siendo del terruño, los obligaban a pasar las de Caín para poder ser aceptados sin obstáculos. Sin embargo, los hispanos se entregaron a aquel “milagro” americano.

Gaona al formarse bajo la égida de Saturnino Frutos “Ojitos”, banderillero de Salvador Sánchez “Frascuelo”, adquirió un estilo que lo hizo español y le abrió las puertas en Europa. Su caso es excepcional en medio de las condiciones en que se constituye. Por eso Rodolfo Gaona Jiménez, nacido en León de los Aldamas (1888-1975) de ser un ciudadano común y corriente, pasó a la categoría de personaje público de altos vuelos pues fue el primer gran torero que llenó los parámetros que sólo se destinan a los elegidos.

Gaona le da a la fiesta un carácter MAYOR (así, con mayúsculas) debido a su jerarquía como matador de toros que llena los requisitos que satisfacen la mayor exigencia impuesta por la afición. La fiesta le da a Rodolfo un sitio que luego de 74 años de su despedida -que ocurrió el 12 de abril de 1925- lo sigue haciendo vigente junto con otros grandes diestros que comparten un lugar en la Rotonda de los Toreros Ilustres.

Su quehacer se convirtió en modelo a seguir. Todos querían ser como él. Las grandes faenas que acumuló en México y el extranjero son clara evidencia del poderío gaonista que ganó seguidores, pero también enemigos.

Una de esas grandes hazañas fue la del toro “Quitasol” de San Mateo ocurrida el 23 de marzo de 1924, con la que se concibió el prototipo de faena moderna. Si “José Alameda” dio a Manuel Jiménez “Chicuelo” el atributo de haber logrado con “Corchaíto” de Graciliano Pérez Tabernero ese nivel, nosotros se lo damos al leonés con aquella obra de arte que un polémico periodista de su época, Carlos Quiróz “Monosabio” recogió en espléndida reseña que presentamos en su parte esencial. Fue publicada en El Universal del 30 de marzo de 1924.

Aquella tarde sucedió un hecho memorable: Rodolfo Gaona, en una de las varias vueltas al ruedo que emprendió para agradecer las ovaciones, se acompañó de don Antonio Llaguno. Fue la única ocasión en que Gaona lo hizo con un ganadero, mismo que está proporcionándole a la fiesta un toro nuevo y distinto. El toro moderno para la faena moderna que a partir de esos momentos será una auténtica realidad.

Además, “Monosabio” logró conseguir un perfil biográfico junto con la obra humana y artística del “petronio de los ruedos” en Mis veinte años de torero, libro llevado a la prensa en dos ediciones con miles de ejemplares vendidos, y que hoy está convertido en verdadera reliquia de bibliotecas.[6]

Al abrir este capítulo lo hice con la tesis atrevida de que Gaona logró universalizar el toreo. El recordado “José Alameda” abordó tal postulado que publicó en su libro Historia verdadera de la evolución del toreo:

Se dice que Gaona fue el que “universalizó” el toreo mexicano, el que abrió las puertas del ámbito internacional para los toreros de México… La consideración tiene que ser más amplia. Veamos: hasta entonces, todas las figuras del toreo habían sido nacidas en España; Gaona es el primero que, sin haber nacido en tierra directamente española, se hace figura del toreo mundial. Más tarde, vendrían Armillita y Arruza, y el venezolano César Girón y el portugués Manolo Dos Santos… Pero el primero: Rodolfo Gaona.

No digamos, pues, que Gaona “universalizó” el toreo mexicano: “universalizó” el toreo. Punto.[7]

Por lo tanto, Rodolfo Gaona representó la summa de la elegancia que llegó por la línea de Cayetano Sanz, Rafael Molina “Lagartijo” y Antonio Fuentes. Al continuarla, propició un síntoma de garantías que lograron madurar y hacer vigentes el estilo depurado con que se enriqueció el toreo, del cual hoy gozamos sus mejores expresiones, fruto del empeño al que se han agregado las siguientes generaciones de toreros.

Como el trazo de un círculo perfecto, regreso de nuevo a José Alameda por la vía de la Historia verdadera… con la que prosigo el curso de mis comentarios.

Tratados con amplitud en otros de los títulos, Joselito y Belmonte vuelven a ser tema de discusión y teorización, la cual tuvo que afirmarse con la novedosa incorporación de fotogramas que permitieran analizar en forma por demás minuciosa, algunos los aspectos técnicos, concernientes a la poderosa aplicación de José Gómez Ortega en sus faenas. Nuestro autor, consciente de lo que significaba el cine de aquella época, cuyo primitivismo nos priva de muchas cosas interesantes, aún así, logra extraer elementos que pueden ser útiles para este tipo de revisiones. ¿Con qué fin utilizó Alameda esa serie de imágenes? Muy sencillo: lo hizo para hacer comprobar la teoría de que con Joselito se llegaba a una primera y gran etapa del toreo en redondo, o por lo menos era quien sentaba las bases de aquel dominio, que luego fue ligazón, coherencia, articulación y hasta medio para sumar a todo aquello los más elementos estéticos posibles. Y concluye:

Lo que aquí hace Joselito no es, en rigor, para la cronistas del momento, es para los toreros, para el toreo; es aportación objetiva –repitamos el término conscientemente-, con la que se le da al toreo un cauce histórico.

Lo que además no es poca cosa, si lo vemos desde la perspectiva en que se están integrando los cimientos del toreo moderno, ese que luego en sucesión directa asumida por Marcial Lalanda, Manuel Jiménez “Chicuelo”, Domingo Ortega y “Manolete” tendrán, en opinión de Alameda parte de la consolidación técnica que se alcanzaría exactamente a la mitad del siglo pasado. No desmerecen en dicha nómina las participaciones de Fermín Espinosa. Silverio Pérez, Carlos Arruza, hasta que llega y fija una especie de barrera, límite o frontera: ¿puede hablarse de un post-manoletismo?

Que es hablar de un antes y un ahora, del parteaguas establecido a partir de la aparición del diestro de Córdoba que, con un toreo más bien económico en términos de sus diversos y limitados componentes; los que, por otro lado eran suficiente razón para generar verdaderas conmociones. De ahí que hiciera posible un cambio en la hoja de ruta, pero más que cambio, ajuste.

 

[1] José Alameda (seud. Carlos Fernández Valdemoro): Historia verdadera de la evolución del toreo. México, Bibliófilos Taurinos de México, Unión Gráfica, S.A., 1985.172 p. Ils. Fots.

[2] Op. Cit., p. 3.

[3] Antonio García-Baquero González y Pedro Romero de Solís (Edits.): Fiestas de toros y sociedad. Actas del Congreso Internacional celebrado en Sevilla del 26 de noviembre al 1º de diciembre de 2001. Sevilla, Fundación Real Maestranza de Caballería de Sevilla, Universidad de Sevilla y la Fundación de Estudios Taurinos, 2003. 898 p. Ils, facs., grafs., fots. (Colección Tauromaquia, 5).

Ángel Álvarez de Miranda: Ritos y juegos del toro. Prólogo de Julio Caro Baroja. Madrid, Editorial Biblioteca Nueva, S.L., 1998. 152 p. Ils., fots. Biblioteca Nueva. (Colección la Piel de toro, dirigida por Andrés Amorós, 1).

Benjamín Flores Hernández: La ciudad y la fiesta. Los primeros tres siglos y medio de tauromaquia en México, 1526-1867. México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1976. 146 p. (Colección Regiones de México).

[4] Alameda: Historia verdadera…, op. Cit., p. 23 y 27.

[5] Ibidem., p. 48.

[6] José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A.,Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs.

[7] Alameda: Historia verdadera…, op. Cit., 65.

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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