Hermoso de Mendoza y Armendáriz, por la puerta grande

por | 6 Jul 2012 | Temporada 2012

PAMPLONA, 6 de julio de 2012. Lleno total de “No hay billetes”. Toros de San Pelayo, pasados de presentación y de juego desigual en razón de su poca raza. Pablo hermoso de Mendoza, silencio y dos orejas. Sergio Galán, ovación y una oreja. Roberto Armendáriz, ovación y dos orejas.

Se repitió la  historia ya conocida y por partida doble: el triunfo de los dos rejoneadores navarros y la suspensión del Riau-Riau.  Lo de los rejoneadores, en una plaza abarrotada y todavía sin las peñas en sus tendidos, entra dentro de lo esperable. Lo del Riau-Riau ha sido una verdadera pena: cuando se trataba de reinstaurar nuevamente esta costumbre tan popular y tan bonita –que llevaba suspendida desde años por los desordenes que se habían producido– enfrentamientos callejeros entre grupos reducidos de participantes, producidos a las puertas del Ayuntamiento antes de que diera comienzo, hizo que la Corporación Municipal decidiera suprimir el acto.

Pero vayamos a lo nuestro. Con el hierro de San Pelayo, El Niño de la Capea mandó a Pamplona una señora corrida, muy acorde con el título de Feria del Toro. Incluso, hubo animales pasados de presencia y sobre todo de kilos, que luego les pesaron mucho durante la lidia. Como, dentro de ser nobles, no eran un modelo de raza, dieron trabajo doble a los rejoneadores: tratar de lidiarlos con lucimiento y conseguir que llegaran al último tercio manteniéndose en pié y/o con algo más que una claudicante media arrancada.

Con el material que les correspondió, los tres toreros cumplieron muy sobradamente, poniendo en ocasiones los bríos que sus enemigos no tenían, hasta conseguir momentos verdaderamente lucidos, ampliamente agradecidos por el respetable.

Pablo Hermoso de Mendoza, la figura de la tierra y de su escalafón, justificó una tarde más que su posición no es algo gratuito. Muy enrazado con el violento primero –que llegó a atropellar a su cabalgadura, derribando al torero— tuvo momentos muy brillantes y con mérito y exposición, que luego se diluyeron al fallar repetidamente con el rejón de muerte. Con el cuarto, el navarro disfrutó e hizo disfrutar a todos: de principio a fin, muy metido en la lidia, con precisión a la hora de clavar y siempre con un enorme temple. Una faena de las importantes.

Sergio Galán se estrelló en primer lugar con un toro que ya mediada la lidia lo que de verdad buscaba era echarse y que le dejaran en paz. Quizás se pasó –como le ocurre a los toreros de a pié– de faena, porque el motor de su enemigos no daba para tanto. Con todo subió el tono en algunos momentos y al final estuvo a punto de cortarle una  oreja. Mayores facilidades le dio el quinto, con el que tuvo que tirar de espectacularidades para llegar al tendido; en este caso, un recurso plenamente legítimo.

El también navarro Roberto Armendáriz se topó de primeras con un toro muy deslucido –el más deslucido del sexteto–, con el que estuvo batallador y animoso. Como encontró mayor colaboración con el cerraba plaza, sacó a relucir su repertorio, con momentos verdaderamente interesantes. Estando aún en rodaje, se le ve que progresa y cada vez se templa más. Mató de un certero y eficaz rejonazo, que fue la gota final que le abrió la puerta grande.

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Taurología

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