MADRID, 16 de mayo de 2012. Séptima de feria, Corrida de la Prensa. Casi lleno. Toros de El Montecillo (Francisco Medina), bien presentados, aunque desiguales: tres y tres, pero muy bajos de raza y celo, aunque sin peligro. Manuel Jesús “El Cid” (de azul cobalto y oro), silencio y silencio tras un aviso. Cesar Jiménez (de rosa y plata), silencio y silencio. Iván Fandiño (de malva y oro), silencio y una oreja.
Desde una barrera del Tendido 1 y en representación S.M. el Rey, asistió a la corrida la Infanta Doña Elena, a la que le brindó el 5º toro Cesar Jiménez; estuvo acompañada por la Secretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez Castro, y la Presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, Carmen del Riego.
Al concluir el paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria de José Gómez “Joselito”, en el aniversario de su muerte de la plaza de Talavera.
La sabiduría popular es bastante sensata cuando sentencia que hasta el final nadie es feliz. Hasta el final del western no se sabe si el chico le pide o no matrimonio a la chica. Hasta el final el partido no está ganado con certeza, que los minutos del descuento son muy traicioneros. Hasta el final, mismamente ayer, nadie esperaba la sorpresa que nos regaló Iván Fandiño, cuando al mirar para atrás tan solo se veía una tarde horrorosa de aburrimiento y tedio.
Para que este final fuera feliz tuvieron que coincidir dos circunstancias. La primera, que el toraco de “El Montecillo” tuviera más recorrido que sus hermanos de camada y un poquito más de chispa; la segunda, que le correspondiera a Fandiño, que en estos momentos “ve toro” en cualquier sitio, como Messi los goles. De esa conjunción nació una faena muy estimable, de corte clásico y ortodoxo, planteada además con inteligencia y conocimiento. Salvó la tarde, porque los triunfos en los últimos toros siempre permiten salir con mejor cuerpo del tendido.
La corrida de “El Montecillo” –antes y después del sexto– fue una pura decepción. Una corrida bien hecho, desde luego, aunque hubiera tres más “bonitos” y tres mucho más cuajados, sin mayor peligro en sus embestidas, pero, ¡ay!, totalmente carentes de celo y raza. Iban y venían a su aire de un lado para otro, pidiendo que no se les molestara en sus paseos, que de tantos como fueron acabaron completando por lo menos una maratón. Pero, ni el champan sin burbujas, ni los toros sin la sal y la pimienta de la raza y el poder.
El sexto –que en tres meses cumpliría los seis años– cambió el panorama. Era un gran toro en tamaño pero no en calidad, sino que sus cualidades eran bastante similares a las de sus hermanos de camada; tan sólo que tenía más recorrido y tomaba bien los engaños por abajo, si se le llevaba muy embebido en las telas. Luego, para compensar el punto de sosería, del resto del picante necesario para el guiso, se encargó el torero. Y a fe que lo hizo.
En su apuesta por este toro, acertó Fandiño dándole las distancias necesarias, para aprovechar al máximo la inercia de las embestidas; acertó Fandiño llevándolo siempre muy sometido, con la muleta siempre en la cara; acertó, en fin, Fandiño dejando unas ciertas pausas para que el toro se repusiera y durara algo más. Como, además, todo eso lo hizo toreando de verdad: trayéndolo toreado para luego alargar el muletazo lo más que daba el brazo, como le ofrecía el medio pecho a su enemigo a la hora de cargar la suerte, como en definitiva hacía el toreo, la faena cuajó en algo sólido y muy estimable. Oreja justa y merecida para un torero al que cada día se le ve más a gusto.
El resto de la tarde se nos fue en probaturas de inútil resultado. Por más que se empeñaran El Cid y Cesar Jiménez, los de “El Montecillo” no estaban hechos para el toreo. Solo cabía estar dignamente ante ellos y matarlos. Fue lo que hicieron. Y ningún reproche hay que hacerles, porque en el dia de Talavera en este festejo se cumplía la vieja sentencia del hermano de “Gallito”: “Lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible”.
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