Frente al aburrimiento, paciencia, que queda mucho camino

por | 11 May 2011 | Temporada 2011

MADRID. Segunda de feria. Más de tres cuartos de entrada. Tarde agradable. Toros del Vellosino,  bien presentados, deslucidos aunque sin mayor peligro. Uceda Leal (de pizarra y plata), un aviso y silencio. Miguel Abellán (de champan y oro), un aviso y silencio. Rubén Pinar (de azul cobalto y oro), silencio y ovación.
 
Decir eso de “la segunda en la frente” no sería prudente. Sobre todo porque como anda esto, ni se sabe cómo íbamos a llegar al mes de junio, con tantos coscorrones. Pero la realidad es que la corrida del Vellosino, toda ella bien armada y alguno cerca ya de cumplir los seis años, tenía bastante poco dentro, casi nada. Y como si intuyera lo que espera en los corrales, el público volvió a mostrarse una extrema frialdad con lo que ocurría en el ruedo, como ya ocurrió ayer.
 
Alguno toro, tal que el primero, era blando de remos; todos, rajados a las primeras de cambio, y el que parecía más entero, como el sexto, tendía a irse suelto de todas las suertes. Se podía andar con ella, desde luego, pero no era empeño fácil crear un poco de emoción que llegara a los pacientes tendidos. Con un poquito más de casta, la cosa habría resultado más fácil.
 
Si el material era ese, que lo era, la suerte dependía de la emoción que pusieran los toreros, como bien se comprobó, declinando la tarde, cuando Rubén Pinar le plantó cara al  toraco que cerró plaza.
 
No se puede decir que Uceda Leal estuviera mal con los engaños. Asombrosamente, con lo que estuvo pésimo fue con la espada. Pero tanto academicismo con toros sin chicha dentro, acaba por dormir al personal. Y es más o menos lo que ocurrió. Cuando le puso un poquito de genio, en el quite al último de la tarde, los tendidos le respondieron. Eso sí, el madrileño estuvo bien dispuesto, sin ese abuso de pausas y de preparativos que tanto enfriaban sus actuaciones.
 
Supo ver Abellán a su primero, al que le ligó dos primeras series de muletazos a favor de la inercia del cite a distancia. Cuando ya no era posible dar esas distancias, el toro se rajó y la faena decayó de inmediato. Poco pudo hacer con el quinto, salvo lidiarlo sin agobios, aunque de forma bastante aburrida.
 
Se le notaron nuevos ánimos a Rubén Pinar. Al menos, explicitaba su disposición. No hay como verle las orejas al lobo para espabilar. Ya con el incómodo tercero de la tarde estuvo empeñado. Pero fue en el sexto donde pudo desarrollar más sus intenciones. Hubo series que, dentro de su corte de torero, tuvieron buen son y trataban siempre de llevar a su enemigo hasta lo más atrás posible. Incluso tiró de improvisación en varios momentos, intercalando momentos emotivos. Y se volcó con la espada, aunque luego necesitara de dos descabellos que enfriaron los ánimos.
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Taurología

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