ZARAGOZA. Quinta del abono. Lleno. Toros de Núñez del Cuvillo, correctos aunque desiguales de presentación, pero muy dispares de juego: del excelente tercero al manso y pegajoso sexto. David Fandila “El Fandi” (de pizarra y oro), ovación y palmas tras un aviso. José María Manzanares (de azul pastel y oro), una oreja y silencio. Alejandro Talavante (de grana y oro), una oreja y gran ovación tras aviso.
¿Ha sido el momento culminante de la buena temporada de Alejandro Talavante? Es muy posible. Pero cualquier caso hemos podido ver una actuación de grandes dimensiones. Fue en el tercero de la tarde, un jabonero de excelente tranco y bollantía; el toro verdaderamente bravo de los que han salido al ruedo de La Misericordia. Pero si el toro fue bueno, toda la actuación de Talavante resultó sobresaliente, desde que se abrió de capa, que además lo hizo de forma muy original. Se podrían enumerar las características de las distintas fases de su faena, pero más peso tuvo su labor considerada como un conjunto unitario, en el que los pases fundamentales se entrelazaban con originales arabescos y todo sobre las leyes básicas del toreo: el temple y la estética. Era una de esas escasísimas ocasiones en que se tiene conciencia que era una faena de las de rabo. Pero el extremeño falló a espadas, pese a lo cual la presidencia no tuvo más remedio que concederle una oreja.
Pero de nuevo con el muy deslucido sexto Talavante volvió a demostrar una firmeza y una decisión importante, para meter en los engaños al peor de los cuvillos. Y lo hizo sorteando los arreones de su enemigo. Sin los lucimientos al uso –que no eran posibles–, pero con verdad. Hasta en eso, ha sido un cierre muy digno de una temporada en la que ha subido enteros.
Dicho ha quedado que Núñez del Cuvillo ha lidiado una corrida muy dispar en presencia y juego, con abundancia de mansedumbre y un punto de casta en su versión molesta: con la cara muy suelta, rebrincados y, cuando se les sometía, dados a la huida. En ese conjunto destacó el ya referenciado tercero; todavía no se entiende muy bien por qué la Presidencia no le dio la vuelta al ruedo, que se la merecía.
La peor suerte en el sorteo se la llevó en esta tarde “El Fandi”, que hasta resulto cogido de mala manera cuando banderilleaba a su primero. Y aunque estaba lesionado, aguantó en el ruedo hasta acabar la tarde. Su ánimo bullidor no faltó, pero sin mayores oportunidades. Pese a todo, calentó los tendidos con su animoso trasteo al primero.
Muy en su personalidad fue la actuación de Manzanares con el segundo de la tarde, al que había lanceado con suavidad. Con la muleta acertó a someter a su encastado y mansote enemigo en series sobre ambas manos con cadencia y buen gusto, siempre con mucha seguridad en todo lo que hacía. En suma, en línea con lo que ha sido su importante temporada. Un espadazo fue el prólogo a la concesión de una merecida oreja. Con el quinto, que bajaba mucho con respecto a sus hermanos de camada, la bien comenzada faena se vino pronto abajo, en paralelo con lo que ocurrió con el cuvillo. Una incidencia circunstancial –la conjunción de toque demasiado fuerte, que abrió en exceso la embestida, y el tropiezo en una banderilla— deslució por completo uno de sus puntos fuertes: la espada, que de primeras se fue a los bajos y haciendo guardia. Pero lo dicho: un episodio circunstancial, por más que luego, quizás descentrado por la incidencia, pichara con reiteración.
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