MADRID, 1 junio de 2012. Vigésimo segunda de feria. Tres cuartos de entrada. Toros de Hijos de Celestino Cuadri, excelentes de presentación y juego vibrante. Rafael Rubio “Rafaelillo” (de grosella y oro) ,que tuvo que matar tres, silencio tras aviso, pitos y silencio. Javier Castaño (de azul celeste y oro), palmas; pasó a la enfermería. Luis Bolívar (de esmeralda y oro), silencio y silencio.
En la enfermería de la plaza fue atendido Javier Castaño de un fuerte traumatismo craneal y cervical, con conmoción cerebral, que le impedía continuar a lidia. Fue trasladado a la Clínica de la Fraternidad.
En dos horas exactas hemos visto más cantidad de casta, de fuerza y de acometividad que en casi toda la feria junta. Una gran corrida de Cuadri, lo cual no quiere decir que fuera fácil: todos pedían ya de salida el carnet de identidad. Pero unos con más clase y otros con menos, los seis tercios de varas tuvieron interés. Y los seis llegaron a la muleta, con sus pros y sus contras, pidiendo una muleta poderosa por delante. Por ser parejos, todos cortaban terreno en banderillas. En suma, seis toros con casta, con las dificultades innatas que eso encierra, pero con los atributos que definen al toro de lidia: ninguno venía con el aburrimiento a cuestas, sino todo lo contrario. Pero añadamos también ninguno había opositado a ser alimaña tobillera.
Para el torero pudo ser bueno el primero, si no le dan tanta candela en el caballo; tuvieron un cierto recorrido segundo, tercero y sexto; la mejor nota fue para el segundo de Bolívar, que por el percance de su compañero se lidió en quinto lugar. En sentido contrario, el más problemático, el cuarto.
Pero, a diferencia de los “escolares” de ayer, no eran toros que pidieran la lidia del siglo XIX: vivían en el momento presente: con recorrido, si se les llevaba como es debido; capaces de humillar ante los engaños, si se habían manejado como manda la ortodoxia. Se comprende que toros con tal dosis de casta se pongan cuesta arriba para los toreros, porque fáciles no son: exigen mucha tensión física y anímico, más cabeza y un acusado sentido de los terrenos y las distancias. No hay que restar mérito alguno a los espadas que la mataron, porque allí había mucho que torear; todo lo cual no impide comprobar que con más de uno se pudo estar mejor.
Pese a la voltereta tan mala que le propinó su primero –¡qué forma más fea de caer al suelo, sobre el mismo cuello!–, que le dejó muy mermado de facultades, Javier Castaño realizó un esfuerzo muy meritorio con la muleta. En los medios, buscando traerse al de Cuadri desde la distancia justa, consiguió unas series excelentes sobre ambas manos. Luego el animal fue acortando su recorrido y ya resultaba mas costoso. Con todo, el trasteo mantuvo buen nivel, en el que el torero estaba siempre por encima de su enemigo, confirmando la sólida temporada que lleva. Mal con la espada, todo quedó en unas cariñosas palmas. Con buen criterio, el Dr. García Padrós no le dejó salir a matar a su segundo.
Con el toro que abrió plaza, Rafaelillo y su piquero no midieron adecuadamente el castigo; luego lo pagó en el último tercio, al que el toro llegó ya muy sangrado y acortando su viaje. Comenzó con buen criterio su faena al cuarto, pero conforme el torero se iba achicando los malos bríos del “cuadri” iban a más, hasta acabar desbordándolo. Trató de enmendar la situación con su tercero, que lidió en sexto lugar, al que recibió con una larga de rodilla; el animoso comienzo de su faena se fue luego difuminando conforme el animal se iba viniendo abajo.
A Luis Bolívar, en fin, le faltó un algo más. Con un pasito adelante en su ánimo, el resultado de la tarde podía haber sido muy diferente. Pero sin ese añadido, no evitó que sus faenas, bien planteadas en los comienzos, se desinflaran hacia su mitad sin causa demasiada justificada. Prácticamente fueron gemelas sus dos actuaciones: series de mucha exposición al comienzo, que luego decayeron hasta llegar a la nada. Cierto que no eran toros para faenas kilométricas, pero treinta muletazos bien dados los admitían sin rechistar. Claro que eran exigentes con las formas; no hay más que recordar cómo a su segundo le costaba un mundo embestir hacia las afueras, pero cuando lo cogía en paralelo con las dos rayas, el animal se desplazaba hasta el final. Total, que con una cosa y otra, tuvo una tarde tan gris como el cielo.
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