MADRID. Trigésimo tercera del abono de San Isidro. Casi lleno: 22.809 espectadores (96,5% del aforo). Toros de Los Espartales, bien presentados y de bueno juego. Andy Cartagena, una oreja, ovación y una oreja. Diego Ventura, dos orejas, dos orejas y rabo y una oreja. Los dos rejoneadores salieron a hombros por la Puerta Grande.
Desde la temporada de 1972 no se concedía un rabo en la plaza de Madrid; en aquel 22 de mayo se le concedió a Palomo Linares. Con el que ha sido premiado Ventura es el único que figura en el palmarés de un rejoneador.
Al Presidente de turno en este sábado, D. Gonzalo J, de Villa Parro, es bastante posible que ahora le caiga la del pulpo, como ocurrió hace 46 años con Palomo. No hay más que darse una vuelta por el Twitter. A lo mejor es adelantarse a los hechos, pero por si acaso hiciera falta, seamos solidarios con el Sr. Villa Parro y su decisión histórica. Oiga, con par que sacó el tercer pañuelo para premiar a Diego Ventura. Lo sentimos por la disidencia, que en su papel está. Pero en tiempos que abundan los contemporizadores con todo lo habido y por haber, que parece que les da igual un so que un arre, bienvenido sea una persona que esté dispuesta a ser incorrecta con las verdades oficiales, cuando además lo hace a petición de las más de 20.000 personas que ocupaban los tendidos de Las Ventas. Además de razonable era justo que lo hiciera: Diego Ventura se lo mereció, se lo había ganado.
Pero antes de entrar en mayores, convienen dos observaciones. El rabo concedido a Ventura, al margen del beneficio que le pueda reportar, es una magnífica noticia para el mundo del toreo a caballo, ahora que de acuerdo con la estadística anda en retroceso. Además del revuelo que va montar el hecho, el reconocimiento que por primera vez se le ha hecho en Las Ventas lo eleva al nivel que merece dentro de la Tauromaquia.
La segunda sea quizá un poquito más vulgar, pero hay que contarla ¿Y ahora qué van a decir Hermoso de Mendoza y sus apoderados? Lo normal –aunque sea una auténtica anormalidad– es que lo sigan ninguneando, como hacen desde hace años. Pero se equivocarán: quien quiere ser primera figura lo que tiene hacer –lo que han hecho en siglos de Historia que tiene la Tauromaquia– para acreditarlo es entrar a competir con quien viene arreando. Rehuir la rivalidad nunca dejará ser un signo de debilidad. ¿Alguien se imagina que Belmonte no quisiera medirse con Gallito?
Dicho todo lo cual, hay que reconocer que Diego Ventura ha formado un lío muy gordo, lidiando a ese 4º de la tarde. En un festejo de rejoneo, como no se recuerda en unos cuantos años. Ha situado el arte del rejoneo en otras dimensión. Desde que lo recogió en la puerta de chiqueros con la garrocha hasta que lo mató de un rejón en las mismas péndolas. Su tercio de banderillas montando a “Fino” fue colosal, como luego confirmó con “Bronce” como colaborador. Y el par final a dos manos sobre un “Dólar” sin cabezada, inmejorable. Toda una lidia que, además, resultó un modelo de temple y de mesura, sin tiempos muertos, mandando siempre en el ruedo.
Especialmente con su espectacular “Nazarí”, ya había situado la tarde un muy alto nivel. Con batidas en muy pocos metros, quiebros en la mismísima cara, para salir de la suerte toreando con verdadero temple. Animó los finales con la vistosidad que imprime “Importante”, para dejar luego todo el rejón arriba. Sobre las dos orejas no hubo sombra de dura. Pero aún Ventura quiso dar un paso más con el 6º, al que hasta le recetó unos airosos muletazos al paso. Su actuación tuvo similitudes con en los anteriores turnos, pero en este caso necesitó de un pinchazo antes del rejón definitivo.
Con el vendaval de Ventura a todo trapo, tuvo mérito que Andy Cartagena no se amilanara, que debe pesar mucho torear después de la que había formado su compañero de cartel. Había cumplido holgadamente el levantino con el toro que abrió la función, un mansurrón de los que buscan el amparo de las tablas. Lo supo compensar con una faena alegre y vibrante, aunque fueran necesarias cabriolas varias. Con todo, montando a “Bandera” dejó un gran tercio de banderillas.
El de Los Espartales de su segundo turno tuvo uno de los mayores inconvenientes para este arte: se paró. Cartagena estuvo entregado y tesonero. Pero se creció ante el 5º, donde brilló especialmente a lomos de “Cupido”.
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