El sábado 13 de junio ha cambiado de forma muy importante el mapa de las instituciones locales en España. Y como ocurre siempre, el cambio alegra a unos y preocupa a otros, porque en esto sí que es de estricta aplicación que cada cual ve la realidad según el color del cristal con que la mira. Pero ha sido la decisión que ha querido plasmar la ciudadanía. Por ello, nada hay que lamentar: cada pueblo ha tomado el camino que le parecía más adecuado.
Sin embargo, esta realidad en nada impide que quienes con las gafas de la Tauromaquia miran el nuevo mapa de la España de los Ayuntamientos, abriguen lo que son más que dudas y alcanzan en muchos casos el nivel de preocupación, incluso grave. Pero esos son los mimbres con los que se cuenta para construir el cesto del toreo en los próximos cuatro años.
Frente a esta realidad, en primer término conviene no perder la perspectiva histórica. Desde el siglo XVII, e incluso antes, hasta nuestros días la Tauromaquia ha convivido con toda suerte de circunstancias políticas. Y hablamos ya sea de las prohibiciones reales e incluso papales del pasado, ya de las mismas circunstancias de conflictos bélicos, ya de los impactos de corrientes modernistas del pensamiento. En cuatro siglos una nación vive bajo las circunstancias políticas y sociales más diversas. De todas ellas, incluso de las más adversas, la Tauromaquia ha salido victoriosa, ha conseguido hacer ver a los poderes públicos su propia realidad social y cultural en la historia de España.
Por eso, que ahora haya un Ayuntamiento –maticemos: que no tiene mejor cosa que hacer– que se declare formalmente “antitaurino”, carece de relevancia histórica, por más que en este momento pueda crear situaciones incómodas e incluso de grave riesgo. Acabará siendo una simple anécdota dentro del recorrido milenario de la Tauromaquia, salvo que todos nos inhibamos de nuestras responsabilidades y derechos y arrumbemos nuestra manera de pensar.
Sin embargo, esta mirada a la historia debe hacerse en toda su dimensión. Si en el pasado los prohibicionistas terminaron siendo anécdota, semejante resultado final nunca ocurrió como fruto de la casualidad, sino fue la consecuencia aplastante del arraigo social del hecho taurino. Incluso en nuestros días tenemos ejemplo de ello: en estos últimos años ha habido formaciones que se declaraban prohibicionista, pero que cuando sometieron a referéndum popular sus propuestas las perdieron, porque el pueblo iba en dirección contraria a la que pretendían sus dirigentes. Nada distinto en términos históricos a cuando hace unos siglos el pueblo llano desobedecía abiertamente las Reales bulas de regímenes incluso absolutistas.
Pero se dirá con toda propiedad que un análisis de esta naturaleza puede ser incluso acertado, pero que no por ello nos resuelve el problema de la inmediato, lo que puede ocurrir así que pasen unos meses, o incluso unas semanas. Y es cierto, en ocasiones el recurso a la trayectoria histórica en el pasado no deja de ser un cierto y falso consuelo frente a la adversidad que en un momento determinado, tal que hoy, nos acucia. Como bien se tiene experimentado, de consuelos no se vive, hace falta mucho más.
Cuando se trata de analizar por qué causas se llega a la situación actual, no constituye ninguna ligereza afirmar que, en buena medida, ha sido porque entre unos y otros hemos auspiciado que la sociedad española se destaurinice. Y da lo mismo si la causa primera radica en convertir al espectáculo taurino en algo prohibido para las economías más débiles, que si nos referimos a la paulatina perdida de integridad y de autenticidad del propio espectáculo, o a cualquier otra que se pudiera enumerar. En este sentido, un adecuado proceso de autocrítica nunca vendría mal.
Pero es igualmente cierto que se han dado una serie de circunstancias externas a lo taurino que han colaborado decisivamente a esta nueva realidad. Se trata de cambios de orden social, que en unos casos hunden sus raíces en las emergentes corrientes de opinión y en otros toman causa de quienes por meras conveniencias no han tenido reparo en convertir a la Tauromaquia en una “moneda de cambio” con tal de alcanzar el poder.
En estos días, por ejemplo, la Unión de Criadores de Toros de Lidia han realizado una proclama, tan dura como cierta, acerca de la querida ambigüedad en la que se están moviendo una formación tan relevante en la vida española como el PSOE; una postura nítida que llamativamente no ha merecido ni una palabra de apoyo por parte de los restantes colectivos profesionales.
No viene de ahora mismo, en los dos años pasados los dirigentes socialistas ya se pusieron permanentemente de perfil cada vez que, por ejemplo en el Congreso y en el Senado, salía la cuestión taurina; nada digamos de todas sus dudas cuando en el Parlamento catalán se votó la ley prohibicionista. Ahora lo que ocurre es que semejante postura de falsa tolerancia se hace más visible, porque lo que se reparte son los sillones desde los que se ejerce en la práctica el poder. Y con ese fin no han tenido empacho en aupar al poder a formaciones en cuyos programas contienen medidas abiertamente antitaurinas. Defender, como vienen haciendo, una postura y su contraria no es serio ni coherente; son puras conveniencias de poder. Los tibios siempre fueron el peor de los peligros.
Pero quienes apuestan por la tibieza en sus principios, ni quienes prestan sus votos a aquellos que confiesan sus propósitos contra la Fiesta, no nos van a convencer. Ni mucho menos podrán hacernos abdicar del empeño de sostener y, en la medida que podamos, acrecentar el sólido edificio de la Tauromaquia. Podrán provocar alguna gotera, pero el edificio se mantendrá en pie; en Madrid, por ejemplo, lo avalan 650.00 razones y en el conjunto de España muchos millones más.
Quienes aman la Fiesta son gentes pacíficas y respetuosas de las opiniones contrarias, en demasiadas ocasiones en contraposición a la radicalidad de otros. Pero nuestra pacífica, civilizada y argumentada respuesta en defensa de todos los valores que encierra la Tauromaquia, ni se puede ni se debe acallar porque ahora se den circunstancias complejas.
Por el contrario, es el momento de dar una respuesta inteligente, un tipo de respuesta que va íntimamente ligada al trabajo. Pongamos, pues, manos a la obra. Dejando a un lado las diferencias que puedan darse, abramos una hoja de ruta para revertir las adversidades. A lo largo de la historia fue posible; hoy nada impide para que también lo sea.
No será un camino ni fácil ni en ocasiones cómodo. Pero es el que nos corresponde. Contamos con instrumentos para hacerlo; tan sólo falta que los pongamos en marcha. Aunque hoy parezca algo dormido, en el trasfondo de la sociedad española, en las realidades de tantos pueblos y ciudades esparcidos por toda la geografía, sigue latiendo un corazón taurino. Vamos a sacarlo a pasear. Desde quienes se consideran primera figuras o de quienes controlan la mayoría del negocio hasta el último aficionado de la última andanada de cualquier plaza, todos podemos hacer mucho. Lo único que debiera estar vedado es tumbarnos en el camino a lamernos las heridas, sino que es el momento de seguir el consejo del poeta:
Con la incertidumbre, los miedos y la sombra de la duda por compañeros.
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