El calendario decidió que en este año de 2014 las ferias de Sevilla y Madrid se entrelacen, ofreciendo a los aficionados un mes y medio intenso. Hasta que no se arrastre el último de la tarde, allá por el 8 de junio, no sabremos completamente lo que esta maratón ha dado taurinamente de sí. Pero el actual momento de la Tauromaquia pide que algo pase, que no se de continuidad ni a la monotonía ni al “sota, caballo y rey” que tan usual se ha hecho.
El momento puede decirse que es objetivamente importante para todos. Tanto que convendría que no le fuera de aplicación aquella vieja anécdota de Belmonte y El Gallo, que nos cuenta de una tarde aciaga en la que Rafael estaba agobiado por la reacción final que pudiera tener la afición ante el desastre y Juan le tranquilizó desde su senequismo: “dentro de una hora se ha hecho de noche y aquí no ha pasao na”. 2014 necesita que algo pase.
Y algo debe pasar, desde luego, porque quienes se han agrupado bajo el denominador común de considerarse figuras en ese G-5 de la polémica, no debieran renunciar, no tienen margen posible, a su responsabilidad de justificar sus posiciones y sus exigencias. Darle literalmente con la puerta en las narices a la afición sevillana no sale gratis, trae como consecuencia que en Madrid deben y tienen que justificarse. Vienen medidamente a Las Ventas, sin hazañas de por medio. Pero aún así, bueno sería que sintieran el compromiso moral con los aficionados de justificar sus reclamaciones.
Quitarse abruptamente de Sevilla y no responder en Madrid forman un plato de difícil digestión. Nada más inconveniente para el momento actual de la Fiesta, pero también para los propios interesados. Si lo que tratan, que es lo que pretenden, es recuperar capacidad de poder sobre todo el tinglado taurino, ahí está el ruedo de Las Ventas para demostrarlo, como se hizo siempre en este Arte.
Mal se comienza cuando, salvo alguna excepción, se acude una vez más al “toro predecible”; pero como a pesar de todos los pesares en un ruedo se convive con muchas verdades, también esa ocasión resulta adecuada para que cada uno enseñe sus cartas.
Pero igualmente algo debe pasar con esos valores emergentes de los que nos hemos pasado el invierno hablando y haciendo hipótesis de futuro. No resulta muy diferente la posición de esos otros que degustaron las mieles del éxito y hoy se sitúan en la tierra de nadie. En Sevilla se benefician unos y otros que, por la ausencia del G-5, han quedado libres los puestos en las ganaderías predilectas; van a participar de una mesa casi siempre vedada para ellos. La oportunidad es de oro. Los resultados los iremos viendo en días sucesivos. Pero encontrarse en el ruedo de la Maestranza en estas circunstancias no puede acabar siendo una tarde de tantas.
Y luego les llega, sin solución de continuidad, el compromiso en la cátedra madrileña, en la que hay que refrendar el triunfo o deshacer el entuerto de haber pasado por Sevilla sin decir nada de particular. El compromiso que asumen no es ciertamente pequeño.
Si dirá, y con bastante razón, que no es para tanto. Y en efecto, en el momento actual del toreo así como un fracaso te manda al banquillo, un triunfo tiene poca repercusión, sobre todo si se compara con la que era usual en otras épocas. En el fondo, cuando en mayo están ya cerrados demasiados carteles hasta para septiembre, ni es justo ni se puede fiar todo a sacar la cabeza a base de sustituciones.
Sin embargo, aunque la práctica de los taurinos pueda ser esa, tampoco en el cortoplacismo se han forjado las figuras. Costará eso que coloquialmente se define como “un mundo” dar un salto a ese escalafón que deciden los que más mandan, en ocasiones por simples razones mercantiles. Pero el salto es posible, bajo la garantía de que los aficionados no son insensibles frente a lo que tiene calidad y profesión.
Costará más o costará menos, pero cuando la Fiesta necesita de una renovación, de una vuelta a los principios de la integridad y la autenticidad, hay espacio y tiempo para que nuevos valores vayan tomando el relevo de una generación acomodada.
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