MADRID. Sexta de feria. Algo más de media entrada: 13.178 espectadores (55,3% del aforo). Toros de Lagunajanda (María Domecq Sáinz de Rozas), todos cinqueños, bien presentado, nobles pero bajos de raza. Juan del Álamo (de tabaco y oro), silencio y silencio. Fortes (de azul celeste y oro), vuelta al ruedo tras un aviso y silencio tras un aviso. Román (de marino y oro), ovación tras un aviso y silencio tras un aviso
INCIDENCIAS: Como es tradicional cada 16 de mayo, al término del paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria de Joselito El Gallo.
Tampoco la corrida cinqueña que envió doña María Domecq Sáinz de Rozas con su hierro de Lagunajanda. Y van ya seis consecutiva en este abono. Qué marcha ha cogido este carro. Pero no hay que desesperar: algún día cambiarán las tornas.
Nada se le puede reprochar a la ganadera jerezana: envió seis toros de excelente presentación, todos con mucha seriedad por delante. Pero si se habla de su juego, ya cambia la escena. Lo mejor, que la mayoría tuvieron un punto de nobleza; lo malo, que no tenían ni la raza ni la acometividad necesaria para sacar a relucir lo bueno que pudieran traer dentro, en cuyo lugar sacaron genio del malo. Blandísimo el que abrió la tarde, sin clase alguna pero moviéndose más el 2º, codicioso el 3º hasta que acortó su viaje, deslucido el muy aplomado 4º, muy agarrado al piso el monumental 5º, como también ocurrió con el último. En suma: como muestrario, para subirlos a una pasarela; para el toreo, para olvidarse de ellos.
La voluntad de Juan del Álamo se estrelló en sus dos turno: al primero se le tiraba con un soplido; el cuarto no debió ir a clase el día que explicaron qué es la raza brava. Con dos enemigos de ese porte resultaba hasta inadecuado ponerse con la monserga de acumular muletazos al por mayor sin sentido ni enjundia alguna. Por eso, el salmantino en cuanto enseñó a la concurrencia –en algunos momentos de forma reiterativa– la inviabilidad del lucimiento, tomó la espada de verdad, que luego utilizó sin agobios aunque con desigual fortuna.
Sobre la base de su mucha quietud, Fortes alcanzó los momentos más lucidos dela tarde con el primero de su lote. Inició su trasteo citándolo desde la lejanía rodilla en tierra y ya de pie siguió impávido, en el toreo fundamental y en los adornos, ante las agresivas acometidas del de Lagunajanda. No se le podía pedir, además, que cada muletazo resultara pulcro; pero el valor también tiene su premio. Cerró la faena con una serie de bernardinas muy ajustadas. Pudo ser de una oreja, pero la mucha tardanza del toro como efecto de una estocada defectuosa desanimaron los tendidos. En cambio, la vuelta al ruedo fue de las antiguas, es decir, de verdad. El veleto que hizo 5º, que imponía mucho respeto, era un soso enciclopédico con el que Fortes no supo medir el metraje de una faena que no era posible.
Probablemente el más adecuado para el toreo moderno resultó el 3º, con mas fijeza y humillación que sus hermanos. Román, supo entenderlo por abajo en las primeras serie bien ligadas sobre la mano derecha. Probó con la zurda y los tres primeros rezumaban usía, pero a partir de ahí el toro dijo nones y se desarrolló a peor. Ni el volteretón le arredró, ¡Y mira que fue feo! Luego la media estocada necesitó del descabello, en el que el valenciano se demoró en demasía. Las condiciones cantadas por el que cerró la tarde, que tenía mucha guasa dentro, ya hacía presagiar lo que ocurrió: un escaso lucimiento, por más que Román se puso allí con una decisión y una firmeza que “Piragüista” no merecía. Aunque las cosas no le han terminado de rodar al torero valenciano en su paso por este San Isidro, hay que reconocer que sus esfuerzos merecen un reconocimiento. Con otro material las cosas podrían haber sido muy diferentes.
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