MADRID. Vigésimo cuarta del abono de San Isidro. Lleno. Toros de Adolfo Martín, bien presentados, cinqueños los tres primeros, pero todos por debajo de las expectativas en cuanto a raza; con nobleza 1º, 2º y 5º, pero sin fondo. Rafael Rubio "Rafaelillo" (de azul pavo y oro), silencio tras aviso y vuelta al ruedo tras petición y un aviso. Sebastián Castella (de grana y oro), palmas y ovación. Manuel Escribano (de teja y oro), silencio y silencio tras aviso.
Decepción. La corrida de Adolfo Martín salió en su mayoría a su propio contraestilo: sin raza, sin casta, sin fondo. Ni siquiera pasaran en general los mínimos ante el caballo. Tuvo, faltaría más, seriedad en su presentación. Pero incluso los tres que aportaban algunas dosis de nobleza fueron justamente lo que menos fondo tuvieron. Lo que se dice un chasco, una tarde negra, para el lunes de la semana torista. Pues sí que comenzamos bien.
“Rafaelillo” se levantó contra la adversidad de su lote: un primero sin humillar y parado; un segundo, que tardeaba y le costaba un mundo pasar, aemas tener mucha "broma" dentro. Pese a todo, el torero de Murcia estuvo valentísimo, jugándose los muslos, buscando siempre el pitón contrario, aunque luego tuviera que ser para dejar sobre la arena muletazos recetados de uno en uno. Pero muy meritorios. Especialmente con el 4º demostró un arrojo poco común. Aunque la petición de la oreja no fuera mayoritaria, en este toro dio una vuelta al ruedo de las de verdad.
Como el gesto dentro sus numerosas actuaciones en este abono, Sebastián Castella se pidió la corrida de los “adolfos”. La suerte no acompañó a su decisión. Ya con el segundo de la tarde Castella comprobó que tenía que torearlo sin exigirle nada; naturalmente surgieron las protestas –que en esta feria le han venido persiguiendo– por su forma de colocarse. Al final, un trasteo tedioso y largo, en el que antes de coger la espada de verdad ya le enviaron un recado. Frente al noble y soso que hizo 5º, consiguió muletazos lentos y largos, especialmente con la zurda, pero que no podían decir demasiado. Pero al menos dejaba constancia de su decisión. En su virtud le tocaron las palmas al concluir su labor.
Si ya su feria venía de muy bajo nivel, a Manuel Escribano solo le faltaba que sus “adolfos” le salieran como luego se vio. Sus principios parecían prometedores, con dos largas en la puerta de toriles de mucho aguante. Pero luego se perdió. No tuvo su tarde con los palos: un matador de alternativa no puede hacer la suerte por dos veces sin dejar ni un sólo palo arriba. Si luego no encuentra el temple a los engaños y sus enemigos lo tienen aún en menor medida, la conjunción resultaba imposible. Y le pasó lo natural: cuanto hizo no alcanzó eco en los tendidos.
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