Se llamaba Laureano de Jesús Méndez Uh. Casado, de 29 años. El pasado sábado encontró la muerte en un festejo menor que se celebraba en una pequeña población en el estado de Yucatán (México). Una plaza que ni siquiera contaba con el escueto auxilio de una ambulancia, ante la posibilidad de un percance.
Cuando trataba de dar esos lances que de seguro habría soñado, sobrevino el percance: una cornada de extrema gravedad en la cara. Como a Granero, el pitón le entró por el ojo y le destrozó la cabeza. No consiguió superar la distancia que le separaba del Hospital Regional: en el trayecto, en un coche particular, falleció.
Es la imagen más dura de la verdad de la Fiesta, por si alguien se había olvidado que en un ruedo, aunque sea de orden menor, todo se vive en la más cruda verdad. Un hombre anónimo, del que ni siquiera la prensa mexicana ha publicado una fotografía, cuya tragedia no se dio a conocer hasta avisar a su familia. Por su edad y por sus circunstancias, tenía que ser un verdadero soñador, un hombre profundamente enamorado del toreo, aunque las circunstancias no le fueran a brindar mayores glorias. Pero satisfacía una afición ineludible, vivía su sueño torero.
Su muerte no promoverá grandes reacciones, ni su nombre figurará en los Anales taurinos. Como muchos será un nombre más en la escueta relación de tragedias que la Fiesta ha vivido. Pero era un héroe, en toda la extensión de la palabra. Un torero. Humilde, desconocido, sin otra proyección que las capeas de los pueblos, sin ninguno de los oropeles, incluso cuando son modestos, que de siempre han rodeado al hecho taurino. Pero, ante todo, un torero.
El no tendrá ni una sencilla una placa que recuerde su muerte. Ni la fecha del 7 de diciembre acogerá su nombre, salvo para los muy suyos. Ni habrá canción que recuerde su tragedia. Pero pese a todo representa la realidad de la Fiesta, el riesgo cierto en el que viven instalado quienes tienen la venturosa locura del arte del toreo.
En ocasiones me he preguntado si para cerciorarnos de esa gran verdad que es el toreo resultan necesarios acontecimientos como el vivido en esta pequeña localidad de Xuilub, en lapenínsula de Yucatán. Tengo para mí que sin tragedias como las Talavera o Linares, sin Colmenar o sin Pozoblanco, o como sin ésta de un torero modesto en un lugar fuera del circuito taurino, el toreo también seguiría siendo una cosa grande. En el fondo, porque en el platillo de un ruedo se concentra, a pesar de todos los pesares, demasiada verdad. Una verdad que no conoce de escalafones, ni de toreros, ni de plazas, ni de ganaderías.
Por eso este Laureano de Jesús Méndez Uh desde su anonimato ha escrito por derecho propio su nombre en la historia heroica la Fiesta, en esa historia que nos recuerda cada día que la verdad del toreo se escribe con la palabra riesgo.
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