El valor y el miedo frente al riesgo del toro

por | 14 Abr 2011 | La opinión

Como si fuera un breve prólogo:
En uno de sus escritos periodísticos, el gran poeta sevillano José María Requena recordaba una anécdota el valeroso matador de toros “Moreno de Alcalá”, que pasó a la historia como uno de los diestros que más tensión llevó a los tendidos por sus alardes de valor. Se cuenta que el diestro de Alcalá de Guadaira, alternativado por Lagartijo Chico, toreaba una tarde en Sevilla; como era frecuente, el toro le había cogido en varias ocasiones, a cual llevando más emoción, hasta que maltrecho y con el terno hecho jirones volvió de nuevo a la barrera, tras dar cuenta de su enemigo. Uno de sus banderilleros exclamó al verle llegar: “Si este hombre viene cantando una seguidilla…..”.
 
Cuando corría el año 1965, se produjo uno de esos hechos insólitos que hacen grande la historia de la Tauromaquia. Fue por la feria de San Jaime, en Valencia. El 28 de julio, Antonio Ordóñez, Fermín Murillo y Paco Camino, con toros de Juan Pedro Domecq, habían formado un lío muy grande, cortándole las orejas a todos los toros. En la opinión de los taurinos, aquello había puesto el listón de la feria tan alto, que ya no quedaba espacio para hablar de otro triunfo mayor. Diego Puerta se había ajustado para dos corridas en días consecutivos: el 29 y el 30, el primero con los toros de Albayda y el segundo con reses de Benítez Cubero. Acabó con el cuadro: a sus cuatro toros les cortó, y además con verdad, las orejas y el rabo.
 
Años después, reconocía el torero que lo que más le motivó en aquella ocasión fue, precisamente, que los taurinos declararan que el título de triunfador de la feria ya estaba adjudicado, cuando a él todavía le quedaban dos tardes y cuatro toros. Pero, además, ponía este suceso como el fiel exponente de su personalidad: “De mí se cantaba que tenía mucho valor. Y no es eso. Miedo he pasado como el que más. Lo que ocurría es que tenía mucho temperamento, mucha casta. Y también mucho sentido de la responsabilidad de cara al público. Esa era la realidad de mi valor”.
 
La anécdota sirve de pórtico, cuando de lo que se trata sobre el valor y del miedo, un binomio inseparable que el torero conjuga cada tarde que tiene una cita en el ruedo, e incluso desde antes, desde que se ve anunciado en los carteles.
 
Como bien se sabe, tanto el miedo como el valor son reacciones anímicas del hombre frente a un riesgo cierto. Y así, podríamos decir que el miedo viene a ser un movimiento por el que el torero toma conciencia de la realidad verdadera del trance que va a vivir; gracias al valor, en cambio, hace el necesario acopio de coraje para, a pesar de todo, afrontarlo.
 
Pero desde muy jóvenes todos tenemos experimentado que hay riesgos y riesgos. Un riesgo, bien que benéfico, resulta para muchos el simple trance de tener que aguantar que le pongan una inyección; pero suele bastar un pequeño estímulo, aquellas recompensas caseras de la infancia, para superar el miedo. Hay otros riesgos, en cambio, que se afrontan sólo con la pura inconsciencia; al menos eso me parece la fiebre por las motos, a ser posible potentes y muy rápidas, que a veces se les plantea a los jóvenes y a los que no lo son.
 
Quiero pensar que el caso del torero es diferente. El que hace profesión de los ruedos conoce desde su primer día que va a afrontar una situación difícil y arriesgada, en la que su pericia le debe permitir someter a un toro bravo; pero que si en su lugar maneja la impericia, está comprando boletos para la lotería de las cornadas.
 
Más de una vez se ha recordado aquella definición que el gran Sánchez de Neyra hizo del torero como “un hombre esforzado”. Cabría pensar, siguiendo su discurso, que tal esfuerzo se dirige a domeñar el miedo para permitir que aflore el valor, porque, en el fondo, lo que nos está planteando es que el torero lo que ejercita en tal trance es su inteligencia y su voluntad para hacer frente y hasta cambiar el signo de sus instintos primarios de conservación.
 
Si se acepta este sentido del valor, se concluye de inmediato que el que demuestra el torero es verdaderamente meritorio, porque nace de un esfuerzo hasta intelectual, no de una reacción inconsciente, que por lo general se alimenta del desconocimiento o la irresponsabilidad. De ahí que siempre nos deba merecer tanto respeto ese hombre que, sabiendo lo que hace y los riesgos que corre, tiene arrestos para hacer el paseíllo y todo lo que viene detrás.
 
Esta racionalidad del valor toma su fundamento, entre otras cosas suplementarias, del esfuerzo de voluntad, pero también de una confianza asentada en las propias capacidades, por un conocimiento más que suficiente del oficio y por la propia experiencia acumulada. En el fondo, debe de tener mucho que ver con eso que los taurinos denominan haberle cogido el sitio a los toros, que es cuando se transmite la sensación de que para el torero casi nada es imposible en un ruedo, que todas las papeletas que se le planteen las puede y las sabe resolver.
 
Sin embargo, luego las circunstancias alteran, incluso en mucho, un razonamiento tan lineal. Y así, hay momentos en los que el torero se ve forzado a romper las leyes de esta lógica y asumir riesgos mayores. En unas ocasiones será porque de esa tarde dependen todas las demás tardes que hacen la temporada; en otras, porque el propio orgullo profesional, que no necesariamente tiene por qué ser malsano, le lleva a competir con quien antes que él ha triunfado.
 
De este valor a secas, como de estos otros condicionantes que le hacen elevar sus constantes, no cabe tener más que palabras de admiración. No escribiría lo mismo en el caso de esos valores alocados que a veces vemos por los ruedos. Es más: creo que alguna responsabilidad podría ser imputada a los taurinos que, pudiéndolo hacer, no ponen coto a estos excesos, que nacen de la ignorancia.
 
Pero si se sitúa el valor, y su oponente el miedo, en este plano de referencia de las facultades intelectivas del hombre, de suyo lleva a mostrarnos comprensivo cuando en algunas ocasiones toda esta arquitectura anímica falla como por su base. No es momento ni caso para recordar aquí a una primera figura, que en plaza de relevancia sufrió un verdadero ataque de pánico, que fue tal que el médico tuvo la inteligencia –-la sensibilidad, también– de certificar que no podía continuar la lidia.
 
Antes que poner en cuestión la hombría de su protagonista, que la demostró en cientos de tarde, esta anécdota de lo que en realidad ilustra es acerca de la humanidad del torero y, en consecuencia, lleva a valorar en mucho las otras ocasiones, casi todas, cuando ha sido capaz de imponer su voluntad sobre los miedos y torear con arte, incluso con esa naturalidad de quien parece que lo realiza todo como si jugara en el patio de su casa.
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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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