MADRID. Primera de feria. Más de tres cuartos. Toros de Valdefresno, mansos y de escaso juego; el mejor, el corrido en 5º lugar. David Mora(de rioja y oro), silencio y silencio tras aviso. Daniel Luque, (de blanco y oro), silencio y silencio tras aviso. Diego Silveti (de malva y oro) , silencio y silencio tras aviso.
Los clásicos en esto de escribir de toros dirían antiguamente que Diego Silveti “se justificó”. Hoy en día se diría que mucho más que se justifico, porque frente al 6º, que no era precisamente una broma, salió a jugarse el tipo con una serenidad y una entrega admirables, frente al peligro que demostraba el de Valdefresno.
Fue, desde luego, una faena de tener al personal en un ¡ay! permanente. Pero antes que eso, fue una faena llevada a cabo de manera consciente, sabiendo los terrenos que pisaba y las consecuencias que asumía. Acertó a llevarlo muy tapado y siempre obligándole con la mano muy baja, y así consiguió pases muy estimables, junto al alarme final de las bernardinas, que nos tuvo en un vilo. Luego se enredó a espadas y los ánimos se enfriaron; cabría decir que injustamente se enfriaron: la hombría del mexicano merecía mucho más que un respetuoso silencio. Con su primero, que bajaba bastante con respecto a sus hermanos, poco pudo hacer frente a la mansedumbre del toro salmantino.
Pero Silveti dejo en Madrid la señas de identidad de un torero al que hay que echarle cuenta. Dejó también el ejemplo de cómo hay que venir a la primera plaza del mundo.
Poca historia, por no decir ninguna, tuvo el resto de la tarde, como correspondía ala mansedumbre general de los toros. Pero incluso cuando no hay historias mayores que exponer, también los toreros tienen que dejar su sello. David Mora no lo hizo en esta ocasión, sino que por el contrario abusó una colocación más que dudosa y metía en exceso el pico del engaño. No se le podían pedir mayores florituras, pero sí eran exigibles todos esos detalles de un torero hecho. Para colmo, en esta ocasión no estuvo fino con la espada.
Tuvo su ocasión Daniel Luque con el 5º, que dentro delo había en corrales era lo mejor. Pero ya fuera por el pitonazo que le destrozó la taleguilla –que exigió de la cobertura auxiliar de un pantalón vaquero–, fuera porque no alcanzó ese punto tranquilidad, los buenos comienzos de su faena, se transmutaron luego en muletazos eléctricos y desiguales. Tampoco tuvo la mente clara para entender a su primero.
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