MADRID. Un decepcionante cuarto de plaza. Novillos de Lozano Hermanos y El Cortijillo (3º, 4º y 5º), de mal juego. Rafael Cerro (de blanco y plata), que tuvo que matar cinco novillos, silencio tras dos avisos, silencio tras aviso, silencio tras aviso, silencio tras aviso y silencio tras dos avisos. Sebastián Ritter (de azul pastel y oro), ovación tras dos avisos, antes de pasar a la enfemería.
En el toreo, está claro, el valor es condición necesaria, incluso indispensable. Pero por más arrobas que se amontonen, no es condición suficiente. Si así ocurre cuando el ganado resulta bonancible y el espada anda sobrado de experiencia, mucho más cuando la cosa se tuerce y sale con tantas complicaciones como la novillada que la Casa Lozano trajo este domingo a Madrid. No es que le viniera grande a los espadas de turno, que les vino; sino que era material imposible para el lucimiento.
A los dos espadas que formaban el cartel, Rafael Cerro y Sebastián Ritter, se les debe reconocer su esfuerzo y su empeño. Tanto que merecieron mejor suerte. Pero hecho el reconocimiento, la verdad es que la tarde no les salió particularmente lucida.
Por lo pronto, Sebastián Ritter, que tan buena impresión dejó en San Isidro, lo mandó al hule su primero, cuando intentaba torear al natural. Se mantuvo con hombría en el ruedo hasta matar a su enemigo. Con el capote había dejado antes constancia de su afán con el capote.
Por el percance de su compañero, Rafael Cerro se encontró de primeras con cinco novillos por delante. Con el handicap añadido del palizón que le dio el novillo que abrió plaza al ir al recibirlo a la puerta de toriles, y que le hizo cojear durante toda la tarde.
No se amilanó el torero, pero por delante tenía un empeño que resultaba imposible. Los cinco novillos eran, literalmente, para lidiarlos y prepararlos para la muerte. No dejaban margen para eso que se llama el toreo bonito. Y a un torero que empieza no se le puede pedir que basado exclusivamente en las leyes de la lidia emocione a los tendidos. Eso sí, dio la cara como un tío de los pies a la cabeza. Y eso tiene su mérito y debiera tener su reconocimiento.
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