MADRID.- Trigésimo primera del abono de San Isidro. Algo más de dos tercios de entrada; según la empresa, 16.952 espectadores (71,7% del aforo).
Toros de Cuadri, de gran presencia, con 602,3 kilos de promedio; el 6º, cinqueño, hasta ahora el toro con más peso del abono: 642 kilos. De muy lustrosa presentación, pero de muy poco juego, sin recorrido ni celo; con un fondo de nobleza el que hizo 5º.
Rafael Rubio “Rafaelillo” (de grana y oro), silencio y silencio. Domingo López Chaves (de coral y oro), ovación tras un aviso y ovación tras un aviso. Octavio Chacón (de champán y oro con cabos negros), silencio y silencio.
Seguro que no ha sido la despedida soñada. Pero al menos la afición le reconoció con una amplia pancarta más de 40 años dedicados a cuidar la ganadería familiar, un hierro con mucha historia y grandes toros en su haber. Pero en esta ocasión a Fernando Cuadri le estuvo vedada la cambiante sonrisa del éxito, precisamente la tarde en la que se despedía de Madrid. Se va con el deber cumplido y, sobre todo, dejando detrás una nueva generación para prolongar en el tiempo la trayectoria de la ganadería que pasta en los campos de Trigueros.
Pero la corrida quedó muy lejos del mínimo exigible. Excelente la carrocería; fallaron los interiores, que daban muy poco habitabilidad a quien quisiera pasar por allí. Tan sólo uno, el que se corrió como 5º, permitía algunas alegrías por el pitón izquierdo. Hasta en el caballo estuvieron mediocres.
La veterana terna pasó con cierta dignidad por allí, sin agobios ni mayores quebraderos de cabeza. La lidió aseadamente. De hecho, el único punto de un cierto aperreamiento ocurrió con el 6º, cuando a su matador se le enredaron las espadas.
Lo mejor, la serena madurez de Domingo López Chaves. Anda el torero salamantino sobrado de torería, como dejó claro con el 5º, el mejor del sexteto, al que toreó con ese regusto de torero que disfruta en su tarea. Hubo series hasta con sentimiento. Da gusto verlo.
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