En el año que da por terminadas las tareas del siglo XIX entramos hoy, digan lo que quieran esos filósofos de nuevo cuño, que por darse aires de eruditos pretenden sostener que las centurias comienzan en 0 y terminan en 99.
En el año que va a dar por terminado un siglo en que el arte de torear ha tomado unos vuelos como seguramente no soñaran aquellos célebres maestros Pedro Romero, José Jerónimo Cándido y Pepe-Hillo, que fueron los que inauguraron la expirante centuria figurando como los más sobresalientes diestros de aquella época.
Siglo que comenzó dando la alternativa de matador a Antonio de los Santos, banderillero notable que había sido en la cuadrilla de Costillares, y que terminará dando ingreso en el escalafón quién sabe si a Habla poco.
Pero siglo al fin en el que para dar brillo a la fiesta genuinamente española, se han ido sucediendo intérpretes tan notables, que al llegar a su término y hacer un recuento de los espadas que han sobresalido en el arte de los toros, bien podemos asegurar que el siglo XIX será denominado en la historia como el siglo de oro de la tauromaquia.
Pepe-Hillo sólo esbozó la nueva centuria, pues como saben todos los aficionados, murió el 11 de Mayo de 1801 en la plaza de Madrid.
Los hermanos Romeros y José Jerónimo Cándido quedaron entonces como jefes indiscutibles de la torería; pero una nueva desgracia, ocurrida en Granada el 5 de mayo de 1802 dejó sin vida a Antonio Romero, quedando sólo en actividad Pedro y José, aunque este último nunca sobresalió gran cosa en el arte.
Retirado de las lides Pedro Romero, el Sombrerero tomó la alternativa el año 9, dando alientos a la afición con su buen arte de torear; y durante el primer tercio del presente siglo sostuvieron con brillantez el espectáculo Sentimientos, Curro Guillén, los hermanos Badén, el Morenillo y Juan León, hasta que se dio a conocer como matador de toros, en 1831, el gran maestro Francisco Montes.
Y si bien hasta entonces todos los lidiadores cuidaron de observar con rigidez las lecciones del gran Pedro Romero y Jerónimo José Cándido, que fueron los que, digámoslo así, formaron escuela y profesores fueron de la Escuela de Tauromaquia que en Sevilla estableció Fernando VII, ninguno, hasta la aparición de Paquiro como estoqueador de reses bravas, dio al arte de torear el carácter ordenado que desde entonces se estableció en las corridas de toros.
Como nuestro objeto es sólo hacer el apunte de loa toreros que más se han distinguido en el siglo próximo a terminar, nos basta con dejar señalado el nombre de Montes como el de uno de los mejores lidiadores que ha conocido la afición.
Francisco Arjona (Cuchares), José Redondo (Chiclanero) y Cayetano Sanz formaron un triunvirato que durante diez años cautivó la atención de la mayor parte de los públicos de España.
Redondo fué de los tres el que tuvo mejor arte para estoquear, ejecutando la suerte de recibir con toda perfección.
Manuel Domínguez, Antonio Sánchez (el Tato) y Antonio Carmona (Gordito) reemplazaron a los anteriores en el favor de los públicos, dando a conocer el último de los citados la suerte de banderillas al quiebro, ejecutada a la perfección, que ya había hecho en alguna corrida el célebre Peroy.
Lagartijo y Frascuelo entraron después en turno para dar nuevo vigor a la fiesta taurina, y durante veinte años han sostenido la afición a los toros con un entusiasmo como jamás se había conocido.
Currito, Caraancha, Chicorro, Gallito y Ángel Pastor contribuyeron también en Ia misma época al mayor esplendor de este espectáculo.
Mazzantini ha tenido y aún tiene sus partidarios; Espartero y Reverte, también se han destacado como estoqueadores; pero el que figurará siempre formando en la misma línea que Montes, será Rafael Guerra (Guerrita).
Antonio Fuentes y José García (Algabeño) son los que hoy sostienen con interés la afición, el primero por su buen arte toreando, y el segundo por la valentía y seguridad con que estoquea los toros.
Por el resumen que a vuela pluma queda planeado, resulta que el siglo XIX será siempre recordado por los aficionados, y que así como nosotros hemos cantado con entusiasmo el arte y valor de los Romeros, Costillares y Pepe-Hillo, seguramente las generaciones venideras señalarán como regeneradores de la tauromaquia a Montes y Guerrita.
© “El Toreo”, 1 de enero de 1900.
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