MADRID. Vigésimo sexta del abono de San Isidro. Lleno de “No hay billetes”. Toros de Victorino Martín, bien presentados pero de diversas de hechuras, desiguales de juego. Diego Urdiales (de verde botella y oro), pitos y silencio. Alejandro Talavante (de fucsia y oro), una oreja con leves protestas y silencio. Paco Ureña (de champan y oro), vuelta al ruedo tras dos avisos y silencio.
Se llenó por completo la plaza, pero no sólo por Victorino, sino por el conjunto del cartel, muy del gusto de Madrid. Vamos a quedarnos con esa buena noticia, porque el resto de la historia contiene páginas de todo género, demasiadas con notas bastante negativas.
La corrida de los albaserradas no ha sido precisamente buena. Y su criador lo sabe. El conjunto estuvo muy por debajo de la esperable. Sería engañoso adjudicarlo todo al jaleo de los corrales, que no fue pequeño: de los toros reseñados por el ganadero inicialmente, tan sólo se pudieron lidiar dos: 2º y 6º; el resto hubo que ir a buscarlos a ultima hora a la finca. Pero, al final, todos vienen de la misma sangre y se han criado bajo los mismos criterios ganaderos: el camión tan sólo pone el transporte, no añade un gramo ni de bravura ni de su contraria.
Con el hierro de la A coronada bueno para el torero ha salido tan sólo uno: el 2º, que tenía recorrido y fijeza, además de humillar. Resultó emotivo el juego del 3º, encastadamente exigente, nada cómodo para ponerse delante. En la otra parte de la balanza, imposible el que abrió la función; muy mentiroso el 4º, su ir de lejos al caballo no se compadecía con su comportamiento bajo el peto, para luego no tener ni un muletazo; el 5º andaba en tierra de nadie, sin entregarse nunca, sin humillar; el 6º –que era el más tío del sexteto– confundía bravura con áspera agresividad: cuando se trataba de meterlo en los engaños, rebañaba por todos los sitios. Un balance, pues, nada positivo.
Eso sí, para el público resultó emocionante; como una vez dijo el propio ganadero: “nadie comió pipas durante toda la corrida”. Pero las emotividades no siempre conducen a la verdad. Y para muestra las tres varas mentirosas del 4º de la tarde, como la propiedad realidad del violento 6º. Cuando se piden emociones, que en el toreo resultan indispensables, que sean todas como las del 3º: exigente por su mucha casta hasta decir basta, pero obedeciendo a los engaños.
Llevados de tales emotividades, y respetando la opinión en contrario, el público fue bastante injusto con Diego Urdiales. El toro cinqueño que abría la tarde no tenía un muletazo, como todos los toros andarines y sin entrega alguna; pero es bien cierto que luego no estuvo acertado con los aceros. Nadie le agradeció en su segundo turno que, sabiendo muy bien que era contraproducente para él, no dejó de lucir el trote ligero –que no galope– de este “Buscaplebes” en sus tres entradas al piquero, para que al final el clima se volviera contra él. Pésima ha sido la suerte del torero riojano en los sorteos de este saninsidro.
“Murmullo”, el segundo de la tarde. puede servir de ejemplo para que el ganadero justifique –es una mera hipótesis– que eso es lo que él había seleccionado de primeras en el campo; lo demás no pasó de una improvisación. Y efecto, como demostró Alejandro Talavante, era un albaserrada de los que se pueden torear muy por abajo, especialmente por el pitón izquierdo. Hubo series magníficas por temple y por hondura. Por eso no fue protestada más allá de lo habitual la oreja que se le concedió a Talavante, a pesar de haber necesitado de un pinchazo antes de dejar una estocada traserilla, que necesitó del refrendo del descabello. El extremeño no perdió el tiempo con su segundo; visto lo que había, se puso probatoriamente por los dos pitones y se fue a por la espada.
Puede afirmarse sin aproximarnos al error que si “Pastelero” llegó tanto al tendido fue, en gran medida, porque en frente se encontró con un Paco Ureña que le plantó gallardamente cara. Dicho quedó que era este 3º un animal encastadamente exigente, pero respondía a los toques y al viaje que marcaban los engaños. Tan sólo pedía el valor que le echó Paco Ureña para consentirlo una y otra vez, sabiendo que el victorino iba a ir como obús al cite. Hubo series que levantaban del asiento. Puestos a hablar de emociones, éstas si que fueron auténticas. Lástima que luego el estoque de cruceta le cerrará el paso a un triunfo más resonante. Frente al 6º, el más ofensivo de todos, el torero de Lorca volvió a ponerse en su sitio, pero la agresividad de “Bocacho” resultaba difícilmente dirigible con la muleta.
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