El sueño de ser ganadero de bravo

por | 21 Ago 2011 | La opinión

Se cuenta que un 21 de abril, hace ya más o menos un siglo, se produjo un hecho insólito hasta entonces, cuando Juan Belmonte cogió  por la mazorca el cuerno de un berrendo de Zahariche. Los Anales registran como un dato relevante que Miura lloró. En la leyenda está que la vez siguiente que se vieron las lagrimas en los ojos del legendario ganadero fue en una madrugada de Viernes Santo, cuando Manuel Torre le cantó una saeta al Cristo de la sentencia, de la Hermandad de la Macarena.  A cuento viene recordar esa vieja anécdota, ahora que se celebre la Semana Grande de Bilbao, convertida en el último reducto en el que se venera al toro por el toro.  Y, para colmo, ha comenzado precisamente con una corrida de esta divisa.

A muchos llama la atención cómo los toreros, en cuanto reúnen cuatro euros, aspiran a comprarse una punta de reses bravas, con las que comenzar una ganadería. Al pensar así no hacen más que fijarse en una suerte de constante histórica que viene de bastante antes que las modas modernas. En muchas ocasiones he pensado que será por un movimiento casi natural de agradecimiento hacia unos animales del todo singulares, que les permitieron situarse más allá de las necesidades perentorias. Y la razón no deja de ser válida, por más que de ello no necesariamente se siga la repetición del triunfo.

En cierta ocasión, le oí oyó al maestro Pepe Luis que había prescindido de su sueño ganadero porque estaba convencido, senequista como es, que los toros no permiten triunfar en dos profesiones consecutivas de lo taurino.  La verdad es que la historia parece darle la razón, porque han sido excepción los toreros, tal que El Niño de la Capea y, más modernamente, José Miguel Arroyo “Joselito”, por ejemplo, que alcanzaron más tarde la gloria ganadera.

Los Anales del toreo contabilizan también notables ejemplos de familias muy tradicionales en la crianza de bravo, afición y oficio que ha ido pasando de generación en generación, incluso por más allá de un siglo. Tal es el caso de Miura. Sin embargo, entre estos dos extremos puedes encontrar todo tipo de situaciones intermedias, con variopinto acierto y otro tanto de éxito.

Pero en todos los casos conviene observar la existencia de una pasión sincera por el toro de lidia. Aunque pueda extrañar, no siempre ocurre así. En unas crónicas deliciosas de finales del siglo XIX, un revistero sevillano, que firmaba como Carrasquilla, de lectura muy recomendable, dejó constancia de su auténtica cruzada contra lo que denominaba las ganaderías “procedentes de…”. Por más que en sus escritos acreditara un liberalismo furibundo, Carrasquilla dirigía su pelea inmisericorde contra los que consideraba unos advenedizos al oficio, a los que la ausencia de tradición y, se presuponía, que de prosapia ganadera, les obligaba a apostillar en los anuncios que sus reses procedían de…, a lo que seguía un nombre de mucho ringorrango en estos menesteres, porque sin tal complemento explicativo no pasaban de ser eso que los taurinos consideran “los toros del Tío Picardías”.

Como fácilmente puede comprobarse, aquella cruzada de Carrasquilla resultaría hoy tremendamente actual, cuando en los propios carteles asistimos de nuevo al “procedente de…”, que en este caso casi siempre viene monocordemente a coincidir con el apellido Domecq, aunque bajo semejante capa se guarecen más procedencias de las que puedas creer. Pero hace unas décadas estas coincidencias lo eran con los Núñez, aquellos que don Carlos comenzó a criar  en los Derramaderos, que entronizó Ordóñez y que hoy se diversifican en ramas diferentes.

Aunque en esto de los toros no conviene dogmatizar los argumentos, que luego el discurrir de cada día encierra sorpresas abundantes, confieso llanamente que hoy me resulta, en cuanto se refiere a la relevancia social,  razonablemente irrelevante eso de los procedentes de…, que en la acepción que dan los andaluces al término tienen hasta su gracia; a efectos ganaderos, en cambio, resulta de mucho riesgo estas tendencias, que a la postre ponen en juego la supervivencia de encastes históricos. Y me preocupa seriamente que con estas modas se vayan arrumbando entre no pocos aficionados lo que realmente es relevante: conocer la naturaleza y singularidad de los encastes originarios de las ganaderías.

Comprendo que pueda parecer para demasiado iniciados, pero me asombra que se pontifique acerca de cuál es el apellido sonoro al que el ganadero neófito adquirió una punta de reses, mientras prácticamente no se habla de si la ganadería que se lidia es de origen vistahermosa o es contreras, digamos por caso. No extrañe, pues, que resulte recomendable tanto que familiarizarse con las genealogías ganaderas como que profundizar en el conocimiento de las singularidades hasta tipológicas que separa a los diversos encastes. Se comenzaría a poner los fundamento de cuanto encierra ese sueño que algunos realizan de ser criadores de bravo, una tarea tan difícil al menos como quedarse luego quieto en la soledad de un ruedo para cincelar seis pases naturales; pero, sobre todo,  un sueño que aunque sólo unos pocos tengan la fortuna de materializarlo, a todos nos rendirá luego beneficio, cuando disfrutemos con el fruto final de su trabajo.

De lo que llevo escrito, puede probablemente deducirse que miro con un punto de escepticismo a todos esos ganaderos nuevos, que ahora tanto abundan. Recuerdo que hace varias décadas Pepín Fernández, un genio del comercio, publicitó su idea de “la elegancia social del regalo” para promover las ventas en sus grandes almacenes, cuando se iniciaba aquello del “Día de los enamorados”, luego tan extendido con casi tantos Días como forman un año. Ahora, parangonando la situación, parece como si alguno hubiera descubierto “la elegancia social” de verse anunciados en los carteles. 

Habrá casos loables a buen seguro, pero en la mayoría de los que he conocido, fuera de ese punto de relevancia social o de popularidad, tales criadores no sólo carecen de los conocimientos mínimos para dirigir una tarea tan difícil, sino que acaban dejándose ir en manos de terceros. Por esta camino se han arruinado muchos hierros históricos; hay ejemplos inequívocos que todos conocemos.

Pero tampoco crease que el único pedigrí al que debe acudirse para medir a las ganaderías radica en el carácter histórico de su propiedad hereditaria. A parte de que por esa vía hoy se queda uno con Miura y poco más, con los vaivenes de propiedad que se han producido entre los criadores, si se quiere uno acercar con fundamento a este apasionante empeño de la cabaña de bravo, debiera valorar, sobre todo, el trabajo que realizan por mantener la pureza de su encaste, el tino y fundamento con el que han decidido sus cruces, la integridad con la que ejercen el oficio, la laboriosidad con la que se dedican a sus faenas y hasta el respeto que profesan por los aficionados. 

Comprendo que, injustamente, al ganadero en ocasiones se le piden cosas imposibles, como también que no es la primera ni la segunda vez en la que se convierten en el saco de todos los golpes, cuando se habla de la pureza de la Fiesta, pese a que muchos de ellos han construido el milagro de preservar una cabaña de excepcional interés. Por eso, no diría que se sea benevolente, que cuando se habla de bravuras tal grado debe manejarse con especial cuidado; pero puede ser un buen consejo que antes de emitir un juicio se cerciore uno de lo que vas a defender. Y en el caso de que tenga dudas, nada de malo haría si se pones de parte del ganadero.

Y si tiene paciencia, recomendable es no dejar de ir tomando nota de la evolución que a lo largo de toda una temporada mantienen las ganaderías principales. Es un camino bueno para medir el momento que atraviesa cada hierro, porque lo que en el ruedo ocurre no es sino el fiel reflejo de lo que antes pasó en la dehesa. Por esos lindes se encontrará al ganadero al que debe admirarse, porque más que trabajar, sueña con la crianza del toro de lidia.

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Taurología

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Portal de actualidad, análisis y documentación sobre el Arte del Toreo. Premio de Comunicación 2011 por la Asociación Taurina Parlamentaria; el Primer Premio Blogosur 2014, al mejor portal sobre fiestas en Sevilla, y en 2016 con el VII Premio "Juan Ramón Ibarretxe. Bilbao y los Toros".

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