“Los albañiles pueden esperar”. La frase, que más bien constituye toda una sentencia senequista, parece nacida para ser inmortalizada en el mármol. La dijo Pepe Moral, después de haberle cortado las dos orejas a un sobrero del Conde la Maza en Sevilla, en una actuación que convenció a todos. En España pasaba ya de los dos años que no se vestía de torero, por más que fue un novillero que interesó en su momento. Y le llegó la oportunidad y sacó a pasear todo lo que llevaba dentro.
Pero la frase, la sentencia, no resulta más que el reflejo de una dura, durísima, realidad a la que se enfrentan muchos de los que quieren ser toreros. Sin oportunidades para explayar su toreo, marginados de todo menos de sus propias ilusiones, por delante les queda en los tiempos modernos “hacer campo” –si les dejan– y matar corridas casi desconocidas por plazas de los pueblos en tierras americanas, si aspiran a vestirse de luces. Para lo demás, no queda espacio libre.
Ahora a Pepe Moral le toca esperar. Otra vez. Los usos y costumbres de hoy en día pasan por el escaso o nulo valor que los taurinos conceden a un triunfo, si quien los protagoniza no entra de esa selección de la baraja taurina con la que se manejan de forma continuada, un grupo de selectos a los que el triunfo o el fracaso acaba por repercutir escasamente en sus agendas de contratos.
En la vida nacional atravesamos la etapa de las nuevas generaciones. Quienes detentan la primera línea desde hace tanto tiempo, deben ya dejar paso a cuántos desde un papel secundario andan a la espera de que llegue su hora. ¿En la Tauromaquia cabe, es posible, ese relevo generacional? No resulta fácil responder a esa pregunta, en cuya barriga anidan demasiados gatos pardos, esos que en la lengua de Cervantes representan aquello que está ya “muy usado” y que al final no tiene más sentido real que definir cómo con la oscuridad de la noche, o la falta la luz, resulta demasiado fácil disimular –si no se oculta del todo– los defectos y las carencias de cada cual.
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El relevo en el toreo no viene de la edad, sino del mérito | ![]() |
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Al contrario de lo que ocurre en la mayoría de las actividades profesionales, si el relevo generacional lo equiparamos a una cuestión de edades parece bastante problemático llevarlo hasta el planeta de los toros. Y así, por ejemplo, los grandes grupos empresariales ya hicieron el relevo, los antiguos gestores, con todo un historial a sus espaldas, ya han puesto sus negocios en manos de sus hijos: ni la Casa Chopera hoy es la que llevó a la cumbre Manolo Chopera, ni la Casa Lozano es hoy la de hace 20 años. Pero también ha llegado una nueva promoción de aspirantes a mandar en estos negocios, por más que los pliegos de adjudicación frenen en un muchas ocasiones sus aspiraciones.
Abundan las corporaciones públicas que interpretan ese aval de la “experiencia” –peor: que lo sobrevaloran en extremo– con un criterio tan poco moderno como exigir experiencias pasadas, cuya medida no se basa en la valía profesional, sino en el número y la categoría de las plazas que figuran en su historial. Que esto no responde a la realidad de hoy lo ejemplifica muy bien aquel concurso de Madrid cuando uno de los pretendientes a semejante trono, que al final lo consiguió, alegó todas las experiencias de sus antepasados en dos generaciones, como si la inteligencia y los conocimientos empresariales fueran de trasmisión obligatoria de padres a hijos.
Tampoco entre los toreros criterios de este tipo resulta prudente aplicarlos en su literalidad. En la profesión suprema de los ruedos pasa lo que en estos días ha denunciado Vicente del Bosque en el fracaso de la selección: un jugador es muy joven a los 22 años como para ser llamado al combinado nacional y resulta ser demasiado mayor cuando ha cumplido los 30. Con los toreros, y no tanto en razón de sus condiciones físicas –que a la postre se le exigen unas propias de un deportista de elite–, sino por ese otro argumento, una razón arrasadora, de que ”está ya muy visto”, el criterio de la fecha de nacimiento tiene un valor demasiado relativo como para que resulte concluyente.
Poco más de 30 años tiene “El Juli” –que en octubre cumplirá los 32– pero llevamos ya más de 17 viéndole entre las figuras, primero como novillero, luego como matador de toros; es decir, más de la mitad de su vida lleva en el candelero. Pero en sentido contrario, había pasado holgadamente de los 60 años cuando Curro Romero seguía siendo la base fundamental de la feria de Sevilla, el primer torero con el que tenía que contar el recordado Diodoro Canorea.
Que ese criterio de la edad –en el lenguaje de hoy en día: el factor generacional– no sirve en este caso se basa en una razón simplísima: a un artista no se le pide el carnet de identidad; primero y sobre todo se le exige que demuestre la calidad de sus obras y mientras cumpla con esta condición tiene el camino libre.
Pero esta realidad no invalida la necesidad de que también al escalafón taurino, a todos ellos, llegue el relevo generacional. Lo que ocurre es que si la gerontocracia es criterio para medir la rémora que representa para el gobierno y la gestión de las grandes corporaciones sociales y empresariales, en el caso del toreo ese concepto del relevo hay que reinterpretarlo bajo criterios que van más allá de la edad.
En el fondo, en el caso de cualquiera de las actividades taurinas el relevo se mueve entre la generación que ya dice más de lo mismo y aquella otra que aporta un aire nuevo. En suma, pasa por poner en valor lo que representa el triunfo, que debiera tener un peso mucho mayor del que hoy se le concede. Hasta no hace tanto tiempo, era un principio ineludible; hoy, en cambio, todo se basa en combinar a siete u ocho nombres, y combinarlos hasta la saciedad y siempre entre ellos mismos, sin entrada para nadie que rompa semejante estatus y reservándose aquellas fechas más propicias para la asistencia de público. Y eso vale para los toreros pero también para los empresarios y para los ganaderos.
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La Fiesta también tiene que ahuyentar el fantasma de "irse a los albañiles" | ![]() |
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Bajo este planteamiento, el relevo generacional resultaría de algún modo revolucionario en el toreo. La prueba del 9, esa que dice que la operación aritmética se ha realizado bien, la tenemos sin ir más lejos en los propios carteles que se anuncian. Si el lector se entretiene en comparar las combinaciones de toros y toreros que se anuncian, observará como los que organiza una determinada Empresa mantiene inamovible el esqueleto fundamental de sus ferias sea cual sea el escenario geográfico, con la única variante de la inclusión, si procede, del torero local. Más: incluso en lo que hace a ese pretendido criterio de tener en cuenta a los llamados “valores emergentes” mantienen unos comportamientos miméticos.
Un ejemplo ineludible: alguien se inventa, más por conveniencias internas que porque la afición lo pida, el cartel de Hermoso de Mendoza mano a mano con una figura, y ya tenemos la fórmula repetido por media España. Todo un monumento a la falta de imaginación y creatividad.
En base a estas realidades hoy comprobamos que los movimientos en los escalafones acaban siendo muy escasos, desde luego nada que ver con lo que ocurría en las grandes ferias, pero también por el circuito de plazas menores, hace no más allá de 30 años. Cuando hasta en plazas portátiles se anuncian toreros que forman el escalafón del TOP 10, cuando de antemano en las oportunidades todo hay que fiarlo a que un toro meta en la cama al torero anunciado ya desde el invierno, cuando triunfe o fracase un año los que mandan tienen asegurado un tratamiento similar en la siguiente temporada, cuando en febrero ya se cierran carteles casi para el otoño… Cuando todo eso se da, lo único cierto es que la Fiesta se anquilosa, a base de replegarse sobre si misma.
Romper con esta situación constituye la verdadera razón, el objetivo más auténtico, del “relevo generacional” que también la Tauromaquia necesita. Si para Pepe Moral ese sobrero del conde de la Maza le ha permitido asegurar que para él “los albañiles pueden esperar”, a la Fiesta le urge lidiar otros muchos sobreros que traigan esos cambios; si se la quiere ver pujante y en un desarrollo a más, no tiene margen para esperar a enfrentarse con esa realidad de subirse o no a esos andamios.
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