Desde aquellos seis toros de Madrid a comienzos de la temporada de 2015, que la experiencia ha demostrado que se organizaron con muy poca prudencia, Iván Fandiño no ha vuelto a su camino más propio. Sin embargo, sus valores siguen siendo los mismos que antes de aquel día, con la sola diferencia, que no es pequeña, de haber perdido el sitio. Pero el momento que traviesa el escalafón superior, con todos con el pie en el acelerador, no deja espacios libres.
Ha concurrido Fandiño a ferias de importancia, salvo Sevilla. De hecho, en plazas de primera ha toreado 6 de las 14 tardes, que este 15 agosto serán una más, con el compromiso de Roda de Duero. Por delante quedan más de una docena de contratos, casi todos por plazas de tercer orden. Pero, sobre todo, tiene una fecha que puede ser clave: la del 26 de agosto en Bilbao, cerrando las Corridas Generales con los toros de Jandilla.
Puede y debe ser la fecha que cambie el curso de su historia actual. En Bilbao se le respeta y se le da sitio. Ahora hace falta que el torero encuentre el suyo. Desde luego, prolongar por mucho tiempo esta travesía del desierto que viene atravesando no hará más que alejarle de los puesto de cabeza, como ocurría hace simplemente tres temporadas.
No es menos cierto que al espacio que Fandiño ocupaba hoy le han salido muchos aspirantes, que además vienen casi de nuevas. Es el caso, sin ir más lejos, de Paco Ureña y, en medida diferente, el Diego Urdiales de hoy, en plena fase de ascenso, por citar dos ejemplos. Y eso sin contar con los más nuevos, que han pasado a codearse con las figuras oficiales. Un puesto en los carteles, incluso en aquellos que son complementarios en los abonos, se ha puesto mucho más caro que hace dos o tres años.
¿Volver a empezar? Tal como anda las cosas, por esos derroteros va la cosa. Volver a cogerle el sitio a los toros, volver a ver claro su toreo, y aguantar el tirón y el sacrificio de recomenzar otra vez. No será precisamente desde cero, porque la afición reconocerá su recuperación; pero casi, porque en el toreo los triunfos se olvidan demasiado pronto, mientras que las tardes aciagas –y mucho más aquellas en las que el torero no dice nada– perviven con más fuerza.
Pero salvo en ese casi misterio que es el sitio, que toda la torería lo ha perdido alguna vez en su trayectoria, los demás valores que aportaba Fandiño siguen ahí, a espera de mejor destino.
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