De las 31 ganaderías titulares que están presentes en el abono de San Isidro 13 tienen su origen en el encaste domecq: esto es, más del 40 %. Si cuando acabe el serial le sumamos la procedencia de los sobreros, nos aproximaremos a las 20 y nos situaremos en un porcentaje superior al 60%.
En dos documentados estudios del profesor Juan Medina, sobre una base muestral de 1.818 toros lidiados en 54 plazas españolas de 1ª y 2ª categoría durante la temporada 2010, a la procedencia domecq –desde el originario Parladé a los que se dan hoy en día–, respondían 1.576, esto es: el 86,7% de los toros lidiados. Si nos centramos de forma exclusiva en los que tienen procedencia más directa –esto es, excluyendo los que incluyen cruces con otros encastes–, esa cifra se reduce a 1.132 toros, lo que supone el 62,3% de los que se lidiaron.
Y un tercer dato: si se consultan las bases de datos, nacidos del trabajo inicial de don Juan Pedro Domecq y Núñez de Villavicencio, se contabilizan, en el pasado y en el presente, hasta 93 ganaderías diferentes que participan de esta línea.
Son tres datos comprobados que sirven para entender que se quiere decir cuando al referirnos a esta procedencia con lo que se define como el encaste dominante.
Sin embargo, la experiencia nos enseña que bajo ese paraguas común luego se produce una enorme diversidad, ya en lo que hace a los comportamientos del toro, ya en lo referido al grado de pureza de su sangre. En parte es debido a una cuestión de moda, o por mejor decir: comercial. Y en efecto, si en la genealogía de un nuevo ganadero no se incluye el término “domecq”, parece que la camada tendrá una peor venta.
Pero influye también, cómo negarlo, el empeño de los cinco o seis toreros que tienen capacidad para poner sus condiciones por exigir de forma implacable este encaste, en especial en las plazas más comprometidas.
Por eso hoy cuando, con toda razón, este encaste levanta reticencias entre los aficionados, está claro que algún fundamento hay. No son precisamente manías o prevenciones gratuitas.
En este contexto, al encontrarnos con casos como el corridón lidiado con el hierro de Parladé el pasado 13 de mayo en Madrid, como en otros casos que cabría citar de ésta y de la pasada temporada, se concluye con toda lógica que hay muchos “domecq” distintos, que todo no se puede ni se debe meter en el mismo saco.
En la enseñanza secundaria siempre se enseñaron las teorías de Gregor Mendel, genetista del siglo XIX, que con aquel entretenido ejemplo de los guisantes divulgó las reglas básicas de la transmisión por herencia entre los organismos vivos. Hoy bien se necesitaría un nuevo Mendel que trabajara sobre la cabaña de bravo.
Desde luego, hay trabajos importantes. Sin ir más lejos, el difundido por Juan Pedro Domecq Solís en su libro “Del toreo a la bravura”, que fue elaborado por el profesor Javier Cañón, de la Facultad de Veterinaria de Madrid. También en la Facultad correspondiente de Córdoba, entre otras, se encuentran trabajos de interés. Pero tampoco puede olvidarse lo que en esta materia ya realizó ese adelantado de su época que fue don Álvaro Domecq y Díez en su finca de Los Alburejos.
Sin embargo, dado su condición de encaste dominante en términos absolutos sobre la cabaña de bravo, bueno sería de cara al futuro estudiar con todo detalle los efectos que un predominio de tales dimensiones pueda tener, para evitar una degeneración que se tardaría muchas décadas en rectificar. El tema es tan delicado como para no dejarlo al albur de las ocurrencias de los indocumentados. Exige de un trabajo científico relevante.
En tanto aparece en escena ese nuevo Mendel, tan necesario para poner en claro todo este fenómeno, hay consideraciones que cabe tener en cuenta desde el punto de vista más práctico.
Y así, si nos fijamos en las realidades concretas, no cabe duda que se ha producido un abuso invasivo en la venta de vacas y sementales de esta procedencia. Más claro: se ha inundado el mercado, hasta llegar al actual punto de saturación.
Con la llegada a la crianza del toro de lidia de los neoganaderos, con índices de afición y conocimientos en muchos casos muy mejorables, ha bastado tener suficiente reservas en la cuenta corriente para comprar camadas enteras de vacas de vientre, sin tener muy en claro en qué manos van a caer. En la misma proporción en la que crece el número de criadores que pueden acreditar la sangre “domecq”, crece el número de operaciones mercantiles. Luego en la realidad tal procedencia viene de segunda y de tercera mano, pero bastaba la denominación para poner en valor la operación.
El propio hecho mercantil de saturar el mercado con lo que se presenta –en ocasiones de forma muy deteriorada– como el mismo producto, contiene ya en sí mismo efectos perniciosos, se trate de toros de lidia como si se refiere a bebidas gaseosas. Como es natural cada cuál puede ejercer el principio de la libre empresa y la economía de mercado como más le plazca. Pero luego se tiene que atender a las consecuencias de sus operaciones en cuanto se refiere a las garantías y la propia pureza sobre el producto de origen.
Cuando, además, por medio se cruzan las complicadas leyes de la genética, los resultados finales de todo estos movimientos conducen en la mayoría de los casos a la pérdida de los valores originarios.
De hecho, si nos ceñimos a la práctica habitual, mientras que en otros casos los toreros se los disputan a toda costa, hay hierros de procedencia “domecq” que las figuras no los quieren ni ver en fotografía; caso evidente: Fuente Ymbro, que de ser un hierro mimado por todos, en cuanto subió los grados de su casta perdió prácticamente a todos los que antes se los disputaban.
Pero en paralelo se comprueba cómo en estos neodomecq, no pocos incluso se mantienen en un momento en la primera línea; pero es una racha efímera, para luego pasar a una segunda y tercera fila. Y aquí sí, aquí el mal manejo de las leyes de la genética son devastadoras.
Basados en razonamientos como los anteriores, se podría concluir que la prevención no debiera centrarse tanto en los hierros que de forma directa y original proceden del encaste domecq; los recelos habrá que centrarlos en todos esos que llegan a este tronco mediante segundas y terceras derivadas. Pero no puede obviarse que alguna responsabilidad cabe achacarles a quienes teniendo en sus manos el encaste originario, luego han inundado el mercado, dejando que sea éste quien marque una senda que conduce a la deformación del producto inicial. Mercantilmente habrán sido operaciones muy rentables; en términos ganaderos pueden acabar siendo su ruina.
Como en otros casos de productos muy singulares, estamos en un campo muy propio para definir, si ello fuera posible, las normas que garanticen una verdadera denominación de origen.
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