SEVILLA. Tercera del ciclo ferial. Lleno de “No hay billetes”. Y lleno de paraguas, que desde antes del paseíllo se pasó la tarde lloviendo. Toros de Garcigrande y Domingo Hernández, muy pasados de romana y bajos de casta. José Antonio “Morante de la Puebla” (de zanahoria y azabache), silencio y algunos pitos tras un aviso. Julián López “El Juli” (de azul celeste y oro), silencio y una oreja tras aviso. Alejandro Talavante (de azul noche y oro), silencio y silencio.
Se cumplió lo previsto, la venta en ventanilla complementó al menguado abono, hasta colocar el “No hay billetes” con el cartel probablemente más fuerte de esta feria. En cambio, no se cumplieron las esperanzas que los actuantes habían puesto en los de Garcigrande que eligieron para este compromiso.
Como cada maestrillo, también cada ganadero tendrá su librillo. Lo que no se sabe es en que capítulo se recomienda que a Sevilla hay que venir con una corrida tan pasada de romana, que no cabía
Los seis enchiquerados guardaban muchas semejanzas, en formato y en contenido. Por el aburrimiento se extendió hasta el final, con el único oasis del 5ª, que “El Juli” se empeñó en que pareciera menos malo. Poderío que tiene el madrileño. Desde luego una corrida a contraestilo de Morante, pero también sin los requisitos que necesita Talavante.
Intentó salvar la situación “El Juli”, que ya apuntó sus cosas con el segundo de la tarde. Luego, con su buena cabeza, se impuso ante el 5º –el de menos volumen–, que sin tener calidad al menos se movía algo más. Toda una lidia meritoria y por momentos con rotundidad en el manejo de los engaños. Ha enriquecido el madrileño su repertorio con elementos colaterales de mucha estética. Pero ante todo impuso su ley de mano bajo y de terrenos idóneos, hasta conseguir llevar con cadencia a un toro menos que medio. No hay por ahora una muleta más poderosa en el toreo. Lo demás será cuestión de gustos.
Morante pasó por su segunda tarde sevillana sin ton ni son. Ni siquiera acertó en el vestido que había elegido, que un compañero de localidad consideraba que “se parece mucho al que, no sé por qué motivo, usan la mayoría de los terceros”, dicho sea con todos los respeto a los que ejercen ese oficio. Ni siquiera a la hora de estar mal tuvo su salero la cosa.
Y Talavante, pese al gran momento que atraviesa, se topó con otro lote de los que nada aportan a su forma de entender el toreo. Ni la suya, ni la de nadie. SA la fuerza, tendrá que esperar a su segunda tarde. Salvó su buen nombre, pero de ahí no pudo pasar.
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