MADRID. Tercera de feria. Más de tres cuatros de plaza: 19.538 espectadores [81,1% del aforo]. Toros de El Pilar (Moisés Fraile), una corrida con seriedad, pero demasiado desigual de hechuras y de escaso juego. Diego Urdiales (de marino y oro), silencio tras un aviso y silencio. David Mora (de rosa y oro), silencio y tres avisos. José Garrido (de nazareno y oro), silencio y silencio.
INCIDENCIAS: La empresa ha solucionado al fin los problemas que presentaba el piso de plaza. La Presidencia supo conjugar el buen criterio y la prudencia a la hora de medir los tiempos de los avisos. Sensacional Ángel Otero en dos pares con muchísima exposición al complicado que hizo 2º. Durante toda la tarde el viento resultó tan mal enemigo como los toros de El Pilar; ni a posta se intensifican sus oleadas con tanta sincronización con momentos claves de la lidia.
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El 4º se quería ir a toda costa (Plaza 1) |
Visto lo visto, lo que pide el cuerpo en esta tarde de sábado es mirar hacia atrás. Los que cuenten ya unos cuantos años deben recordar como en situaciones como las vividas hoy, los toreros habrían actuado de otra forma: a un compañero que se ve en situación tan complicada, siempre se le arropó con la compañía a la hora de abandonar el ruedo. En esta ocasión, David Mora ha vivido el momento en solitario; eso no lo habrían permitido las figuras de hace 40 o 50 años, le habrían acompañado en un trance como el suyo, incluso para que los aplausos a unos acallaran los pitos al otro. Eso también era –y sigue siendo– torería de la mejor.
Y ya se funden los plomos cuando algunos argumentan que ahora los espadas y sus cuadrillas deben abandonar la plaza como si fueran soldaditos de plomo, en una ridícula formación que hasta tiene en cuenta la antigüedad. ¿Pero qué tontería es esa?, ¿en qué artículo del Reglamento se estipula este grotesco paseillo al revés? Hay moderneces absurdas, pero que sin embargo se entronizan como categorías casi aristotélicas. Un poquito de por favor con la historia, con las tradiciones y con la torería.
Desahogo expuesto, hay que ir al toro. Y en primer término para recordar una obviedad: la corrida de El Pilar lidiada en Madrid nada tiene que se ver con la que salió en Sevilla. Naturalmente, en lo que se refiere a su juego. Quizás la de Las Ventas ha agudizado la desigualdad de unos animales con otros, que los hubo con 100 kilos de diferencia. Con tres cinqueños, todo el lote resultaba ofensivo por delante, pero todo también llevó a un límite de mínimos su fondo y su incapacidad de humillar, como se hizo común su incapacidad para salir de las suertes. Y los que más iban y venían, como el 1º, 5º ó 6º, aguantaron escasamente dos series de muletazos, para luego volver a las andadas.
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Un muletzo con mucho sabor de José Harrido (Plaza 1) |
A tenor de tanta mansedumbre y tan escasa acometividad, la lidia se convirtió en algo premioso, con un exageradísimo número de capotazos inútiles para tratar de colocar a los toros en suerte, en detrimento de sus ya escasas capacidades para superar la lidia.
Con una cosa y otra, al final nos quedamos con cuatro o cinco momentos principales. Importante fueron los lances con los que Urdiales recibió a su 1º y mucha usía tuvo el quite que le correspondió en el que cerraba plaza. En medio, quedaron con sabor añejo las dos series de muletazos que se tragó su primero. José Garrido calentó los tendidos con los delantales con los que recibió al 6º, muy toreros, como antes había ocurrido en el inicio de su faena al 3º.
Y lo de David Mora, entre el accidente y el error. Había tenido sus momentos lucidos con el armario cinqueño, pero luego no midió las posibilidades a la hora de matar: creyó que con la media arriba sería suficiente, pero el pilareño, con su cara por las nubes, hacía imposible el descabello. Si en vez de prolongar los intentos por 16 veces y al segundo fallido vuelve a coger la espada de matar, probablemente nos habría ahorrado el triste final. Un error de cálculo de los que hacen daño al torero. Pero bueno, en esta feria aún le quedan cuatro toros por lidiar; tiempo hay para hacer olvidar un mal momento, que es nada más lo que fue.
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