En el bisbiseo matutino de los corrales resonaron dos números: 94 y 1. ´Hebreo´ e ´Imperial´ nos enamoraron en el reconocimiento, con su expresión seria y esa armonía, tocaditos de pitones los dos. En toriles impactaron y en el ruedo fueron primorosos. Lo que son las hechuras.
Uno tuvo más suerte que el otro en el sorteo. A ´Hebrea´, al que cantaron dos veces en el apartado por error (¡ojalá un dopplegänger!), le tocó el gallo Castella y a ´Imperial´ lo apagó un López Simón murrio, tan "envuelto en tristeza" como Dylan en el 75.
Después de que Rivera Ordóñez dejara claro en el primero que se va de donde ya no está, emergió en el ruedo el segundo de Jandilla, anunciado como ´Hebrea´ por un error de imprenta o un homenaje a la madre que lo parió, que viva por muchos años. El nombre femenino apuntalaba la delicadeza de una embestida enclasada, encastada, humillada, fija, rebosante de virtudes. Y con gran son. ´Hebreo´ anticipó el pentecostés de la bravura.
"Te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros"
(Epístola a los hebreos, capítulo 1, versículo 9).
Galopó al peto con alegría de Éxodo y hundió abajo ambos pitones. Lo poco que empujó lo hizo con los riñones, antes de que José Chacón dejara un gran par, asomado al balcón y esquivando in extremis un uppercut que le buscaba la yugular. Con sus hechuras de dije, el jandilla enseñaba por dónde se traza el muletazo perfecto. Colocaba la cara exactamente en el sitio en el que el toreo se hace verdad. Iba desde acá hasta allá. Y siempre humillando.
Castella cumplió como figura en una faena rotunda, pero no excelsa como ´Hebreo´. Un cambio de mano alumbró un natural eterno, ayudado por el estoque. Sonaron ecos de Ginés Marín, sin que cupiera comparación.
La media estocada trasera y tendida bajó el suflé de la obra, al tiempo que propició la muerte de bravo del gran jandilla. Paseó Le Cocq una oreja de ley y los mulilleros a ´Hebreo´, vuelta al ruedo a la excelencia desparramada.
Borja Domecq hijo se terminó de reivindicar con el tercero, “Imperial”, otro toro de sobresaliente. Serio, cinqueño, expresivo. Un tacazo. Bravo en el peto como toda la corrida, y con más clase aún, si cabe, que su antecesor.
Pero a mitad de camino López Simón le dio el alto como los guardias civiles a El Camborio. El barajeño pulsó el interruptor del off y ya no hubo más. A ´Imperial´, que traía aires de cante grande, le sonó una balada triste más de Carson McCullers que de Raphael. Qué languidez la de este torero, que se nos despeña con una melancolía como decimonónica. Como si se le escapara el alma por un agujerito. No le vendría mal una parada en boxes.
Ocurre que Rivera Ordóñez engrandece a cualquiera que se acartele con él. Un cero en torería para el sevillano, que homenajeó involuntariamente las caminatas rápidas de Rajoy y equivocó los terrenos con tozudez. Se va cargadito de razones. Y es una pena, porque hubo una vez en que nos ilusionó, allá por los 90.
Hablando de los 90, en el palco supuestamente VIP se produjo una pelea tan noventera que acabó con un escupitajo de una chica al alfeñique que la había agraviado. Del óleo ungido de Hebreo al lardo certero de la sombra, todo cabe en una tarde de San Isidro. Son "las cosas de las cosas", que diría Rafael de Paula.
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