Una de las grandes criticas, prácticamente unánimes además, que se hacen a los empresarios se centra en no abrir paso en los carteles, o de tenerlos en cuenta en una medida ridícula, a los toreros jóvenes que han triunfado en plazas tan relevantes como Madrid o Sevilla. Y tienen razón quienes muestran su rechazo a este comportamiento. Pero nos engañaríamos si todo el peso de la responsabilidad lo hiciéramos caer sobre los organizadores.
Por lo pronto, resulta un tanto desolador los resultados de la última encuesta realizada en las paginas de taurologia.com, cuando a la pregunta: “Se critica que las empresas no abran camino a toreros jóvenes que han triunfado. ¿Usted sacaría una entrada para la corrida en la que se anuncien?”, las respuestas recibidas se estructuran así:
•Si, seguro que lo haría: 37,24 %
•Es probable que lo hiciera: 10,34 %
•Dependerá de las circunstancias: fecha, plaza, etc.: 20,69 %
•Si está fuera del abono, no: 12,41 %
•Lo más probable es que no vaya: 19,31 %
A tenor de estas respuestas, lo seguro es que tan sólo un tercio de los aficionados están dispuestos a sacar la entrada para ir a ese festejo en el que se anuncie. Pero no nos engañemos: ese tercio de aficionados es el que habitualmente ya va a una plaza cada vez que abre sus puertas. Pero a partir de ahí, los posibles asistentes se van diluyendo en condicionantes.
Y no cabe duda que esta estructura de respuestas en la encuesta se ha experimentado ya muchas veces en las plazas. Y así, es de toda evidencia que no tiene la misma aceptación cartel dentro que fuera de un abono. Pero incluso de ellos, no gozan de la misma aceptación los carteles redondeados que aquellos otros que, sencillamente, complementan el serial con toreros de segundo orden.
No hace mucho asistimos en Madrid a un cartel que, en teoría, debería haber levantado expectación: el mano a mano entre dos novilleros que acaban de sorprender en los carteles de San Isidro. En otras circunstancias, se habría llegado al menos a la media plaza; en esta ocasión, solo fueron los muy asiduos, un porcentaje apreciable de los cuales son los turistas.
Pero si hasta aquí todo entra dentro de lo razonable y llevaría a una cierta comprensión por las no contrataciones de esos nuevos valores taurinos. Pero no es toda en la realidad de lo que ocurre.
En primer término, no cabe engañarse porque lo vemos a cada momento: se acaban de celebrar dos manos a manos en una plaza de primera y entre cuatro figuras de primer orden. Ninguno de los dos ha pasado de los dos tercios del aforo cubierto. Y no es culpa de la crisis: es consecuencia de la ausencia de toreros que llenen las plazas, desde luego cuando están fuera de los abonos, que en ese alcanzar la media plaza ya es todo un record. Por tanto, no cabe colgar toda la responsabilidad de ese escaso eco en taquilla sobre las espaldas de los nuevos valores. En esto, la responsabilidad está muy repartida.
Pero en esa taquilla poco llena no sólo influye la mayor o menor fuerza que tienen los toreros. Incluye y mucho la estrategia de contratación que las grandes empresas mantienen, restando toda posibilidad de novedades en las combinaciones. Basta cotejar los carteles de un abono y de otro para comprobar la política reiteradamente repetitiva que se sigue a la hora de confeccionarlos, tan condicionados como vienen por las interrelaciones apoderados-empresarios y por el llamado “intercambio de cromos” entre unos y otros. Y es precisamente por esos compromisos preadquiridos son los que impiden que en los carteles puedan tener entrada otros nombres que los que están en la nómina habitual.
Es por ahí donde caben las críticas más sólidas a los organizadores mayores. No hace tantos años en los abonos esos nuevos valores tenían un sitio en carteles con otras dos figuras. No hace falta ir más allá de 20 años para comprobarlo. Y esa política no era tan sólo una cuestión de oportunidades; era una forma, que se comprobaba acertada, de crear también competencia en el ruedo: los que mandaban junto al que aspiraba a mandar. Hoy esa posibilidad está autovetada por los propios empresarios. Y con ello cometen un serio error.
La consecuencia de todo ello está a la vista: el escalafón no se renueva y para los nuevos valores en su carrera les resulta irrelevante el triunfo: da igual el éxito, porque de él no se sigue ninguna recompensa. En todo ello tienen responsabilidad los empresarios, pero también las figuras –que se sienten más cómodas en el “sota, caballo y rey– y los propios aficionados, que ocasiones pedimos algo a lo que luego no respondemos con nuestra asistencia.
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